8. Un hombre bendecido
A pesar que el diluvio había barrido la tierra y la había limpiado de los actos viles de los hombres que estaban gobernados por un deseo sin fin de obtener para sí, la semilla de eros se aferró a la raza humana mediante los hijos de Noé. Ham no sólo vio la desnudez de su padre, sino que trató de obtener algo de él mientras que estaba ebrio, pero cuando la sobriedad regresó también lo hizo el conocimiento de que un crimen vil había ocurrido. Los hechos oscuros de los hombres antediluvianos presenciados por Ham antes del diluvio encontraron una nueva vida en él y lanzaron una nueva marea del mal sobre el mundo.
El permitir que eros lo condujera a cumplir con los deseo antinaturales, trajo una maldición no sólo sobre él, sino también sobre sus hijos.
Gén 9:24-26. Y despertó Noé de su embriaguez, y supo lo que le había hecho su hijo más joven, (25) y dijo: Maldito sea Canaán; Siervo de siervos será a sus hermanos. (26) Dijo más: Bendito por Jehová mi Dios sea Sem, Y sea Canaán su siervo.
Aquí nos encontramos con un principio relacional clave. Cuando los hombres desean las cosas para sí mismos y esto ocasiona la falta de respeto a la persona que les dio la vida, encontrarán la maldición. Y cuando un hombre busca sólo para sus propios intereses enseña a sus hijos de igual modo, lo que conduce a hacer caso omiso de la vida y las bendiciones que sus padres o cualquier otra autoridad les dieron.
El primer hijo de Cam fue Cus, y el primer hijo de Cus fue Nimrod. A medida que el padre había deseado y tomado lo que no le pertenecía, así Nimrod, en su deseo de llenar la falta de bendición en su vida organizó ejércitos de hombres y comenzó a conquistar los pueblos vecinos y las comunidades para construir su propio reino. Gén 10:10-11. Josefo nos cuenta un poco acerca de Nimrod.
El que les incitó a semejante desprecio de Dios fué Nebrodes [Nimrod], nieto de Cam, hijo de Noé, un hombre audaz y de mucha fuerza en los brazos, quien los persuadió de que no adjudicaran a Dios la causa de su felicidad, porque sólo se la debían a su propio valor. Paulatinamente convirtió el gobierno en una tiranía, viendo que la única forma de quitar a los hombres el temor a Dios era el de atarlos cada vez más a su propia dominación. Josefo, Antigüedades, Libro 1, Capítulo 4, párr. 2.
Aquí se observa la progresión natural de eros que lleva a los hombres a buscar para su propio bien.
1. Atribuyen la fuerza a sí mismos (ciertamente no moriréis).
2. Creen que la felicidad viene a través del valor propio (toman lo que desean para sí mismos).
3. Aspiran governar a otros (seréis como Dios).
Por supuesto, una vez que se inicia este ciclo, estamos destinados a la desilusión y luego la repugnancia por aquellos de quienes tratamos de conseguir lo que deseamos. Cuando los hombres buscan recibir alabanza y adoración de los demás hombres, éstos naturalmente repudiarán esos esfuerzos y la guerra es el resultado.
En un plazo muy corto de tiempo, el mundo fue una vez más sumido en el ciclo de eros y el deseo de “tener”. Mientras más los hombre rechazaban la verdad de que todo lo que poseían era un regalo de Dios, más sentían la maldición del egoísmo en sus almas. A lo largo de varias décadas Nimrod había creado su propio imperio con un ejército, una religión basada en torno al sexo y la adoración de la naturaleza, y una sociedad que había apartado a Dios de sus mentes.
Una vez más el mundo estaba lleno de hombres poseídos por el deseo y desprovistos de gratitud. Casi todas las familias de la tierra estaban operando en la atracción y la repulsión eros en vez del agradecimiento y el honor basados en ágape hacia aquellos que les habían dado la vida. Una vez más los pensamientos del hombre eran solamente sobre comida, sexo, poder y guerra en un esfuerzo desesperado por encontrar la divinidad propia. La historia de Ham y Nimrod provee una lección de cómo la tiranía puede crecer de un acto egoísta a ejércitos enfrascados en combate, matando, destruyendo, y destrozando familias.
Los ojos del Señor recorrían la tierra de un lado al otro para encontrar a un hombre cuyo corazón estuviese dispuesto a creer que era bendecido, un hombre cuya alma estuviese perfumada con gratitud y que podría convertirse en la piedra angular de un nuevo motor ágape para el mundo. Una vez que Dios encontrara a ese hombre que eligiera creer que era bendecido, podría derramar bendiciones sobre él sin temor a que esas bendiciones apartarían su corazón del Dador. Justo en el corazón del imperio egoísta de Nimrod se encontraba tal hombre. Era como un tierno brote en la desolación del deseo egoísta que lo rodeaba. Este hombre era Abraham. Abraham todavía estaba siendo afectado por la cultura de eros, pero su corazón era lo suficientemente tierno para ser enseñado a amar al Dios que hizo todas las cosas y llegar a ser su amigo.
Gén 12:1-3 1 Pero Jehová había dicho a Abram: Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. (2) Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. (3) Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra.
Observe con detenimiento que Dios dijo que iba a bendecir a Abram y que él iba a ser una bendición. Sólo un hombre bendecido puede ser una bendición para su familia y su comunidad. Dios haría alguien grande de Abram, no para que se agradara a sí mismo, sino para que bendijera a todas las familias de la tierra. Sin embargo, esta transacción al parecer no era tan sencilla. Las semillas de eros habían sido heredadas de Adán y eso significaba que Abram tendría que luchar contra la idea de que las cosas buenas sólo vienen a aquellos que las buscan, y ponen un esfuerzo por tomar y poseer. Cuando Dios dijo que iba a bendecir a Abram sólo le dio una condición – “deja a tu país, a tu cultura llena de idolatría, déjalo todo y camina conmigo”. ¡Pero convertirse en una gran nación no puede ser tan sencillo! ¡Seguro que no! Dejar atrás todos los contactos y las personas que podrían apoyarnos para ir a vivir al campo con poca gente, y alrededor de los que tienen extrañas costumbres y prácticas no parecía ser una manera muy inteligente de convertirse en una nación grande y poderosa. Abram obedeció la orden y dejó sus entornos familiares. Siguió un camino que parecía lo opuesto a convertirse en una gran nación. Una vez más, Dios reafirmó su promesa a Abram.
Gén 12:7 Y apareció Jehová a Abram, y le dijo: A tu descendencia daré esta tierra. Y edificó allí un altar a Jehová, quien le había aparecido.
Abram se enfrentó a una serie de desafíos, pero ninguno mayor que el hecho de que no tenía hijos. Si Abram iba a convertirse en una gran nación, tendría que tener por lo menos un hijo. ¿Debería continuar creyendo o debería hacer algo al respecto? ¿Confiaría en el Hacedor de la promesa o debería hacer algo para que la promesa se cumpliese? Una noche mientras reflexionaba sobre estas cosas, Dios vino a él.
Gén 15:3-6 Dijo además Abram: He aquí, no me has dado descendencia, y uno nacido en mi casa es mi heredero. (4) Pero he aquí que la palabra del SEÑOR vino a él, diciendo: Tu heredero no será éste, sino uno que saldrá de tus entrañas, él será tu heredero. (5) Lo llevó fuera, y le dijo: Ahora mira al cielo y cuenta las estrellas, si te es posible contarlas. Y le dijo: Así será tu descendencia. (6) Y Abram creyó en el SEÑOR, y El se lo reconoció por justicia. (LBLA).
Aquí está el secreto sencillo para la justificación: Creer que Dios va a bendecir con lo que él dice. Creer que somos personas bendecidas. ¡Eso es! ¿Y con qué nos ha bendecido Dios?
Rom 8:32 El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?
Si Dios nos ha dado su Hijo, entonces podemos estar seguro de que él libremente nos dará todas las cosas. Simplemente tenemos que creerle. Esto es exactamente lo que Abram hizo.
Gen 15:6 Y creyó a Jehová, y le fue contado por justicia.
Este es el secreto de la alegría en cualquier relación, es la chispa que encenderá el ágape de Dios en el alma: Creer que Dios nos dará lo que ha prometido y creer que él es quien nos ha dado todo los que ya poseemos. Al hacer esto al igual que Abram, nos convertiremos en personas bendecidas, y una persona bendecida rebosará con el deseo de dar al igual que ha recibido.
Este es el secreto de la felicidad duradera en el matrimonio. Mediten sobre todo lo que han recibido y desearán dar. ¿No les trata su conyugue como se merecen? Entonces trátenle como piensan que ustedes merecen ser tratados! ¿No hay nada que agradecer? ¿No ha proveído Dios alimentos y ropas y un lugar para vivir? ¿No abrió él mil flores para ustedes e hizo bailar la luz del sol sobre el agua? ¿No pinta el cielo de colores brillantes dorados cuando el sol comienza a ponerse? ¿Podrían decir que no han sido realmente bendecidos?
Obviamente, este proceso se vuelve muy difícil cuando uno de los cónyuges elige ser egoísta y dominante. Aferrarnos a la luz de que Dios nos ha dado muchas cosas puede nublarse por el dolor, pero sí cesamos de encontrar algo por lo cual agradecer, nos entregamos al egoísmo y llegamos a ser como el otro cónyuge, lleno de tristeza egoísta y auto-compasión.
Ham y Nimrod fueron hombres maldecidos debido a que el deseo de poseer para encontrar la felicidad siempre conducirá a la desilusión. Si estamos obteniendo para ser felices entonces nosotros somos los hijos de hombres maldecidos y vamos a maldecir a otros. Abram era un hombre bendecido. Si somos hijos de Abram, entonces debemos creer que somos hijos de un hombre bendecido. Y si somos hijos de un hombre bendecido entonces verdaderamente lo somos nosotros. Y él que es bendecido, bendice a otros. De gracias recibisteis, dad de gracia.