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Nuestro Admirable Consejero

Publicado Jun 18, 2012 por Alonzo T. Jones En El Padre y el Hijo
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General Conference Daily Bulletin,[Boletín de la Conferencia General], 1893 El mensaje del [tercer ángel (nº 10) A.T. Jones

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“Por tanto, yo te aconsejo que compres de mí oro refinado en el fuego para que seas rico, y vestiduras blancas para vestirte, para que no se descubra la vergüenza de tu desnudez. Y unge tus ojos con colirio para que veas. Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso y arrepiéntete. Yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él y cenaré con él y él conmigo” (Apoc. 3:18-20).

Ese es el consejo que queremos estudiar esta noche. “Yo te aconsejo”. ¿Quién aconseja? [Congregación: “Cristo”]. ¿Cómo se lo identifica en el versículo 14? [Congregación: Testigo fiel y verdadero].

Un buen consejero, ¿no les parece? El Testigo fiel y verdadero, el Principio de la creación de Dios, viene y te aconseja a ti y a mí. ¿No les parece una gran condescendencia, considerando de dónde viene el Consejero? Lo que hemos estado estudiando en las lecciones anteriores, lo que se ha presentado ante nosotros con plenitud e insistencia en los días pasados, la palabra enviada a la iglesia de Laodicea –que nosotros constituimos–, ¿no nos ha venido desde todo ángulo y de toda boca que ha hablado, y el Señor mismo, junto a lo anterior, nos ha hablado directamente a nosotros en la palabra que leímos ayer al respecto? Creo que todos están hoy dispuestos a confesar que lo que él dice, es así. Por lo tanto, no voy a repetirlo esta noche.

Él lo ha afirmado, y si confesamos que es así, estamos preparados para recibir su consejo, apreciarlo y sacar provecho de él, puesto que es sólo a tales personas a las que él aconseja. Aconseja a los que son pobres, desgraciados, miserables, ciegos, desnudos, y no lo saben. Tales son los únicos que pueden recibir su testimonio, son los únicos a quienes va dirigido: a los que son tibios. Pues bien, habiendo sido llevados a este punto por la palabra y el testimonio, y por todo medio que el Señor ha empleado en estos días pasados en todas las lecciones que se nos han dado, ahora condesciende a aconsejarnos. ¿No es así? Por lo tanto, hermanos, no seamos tardos en aceptar su consejo, tal como lo fuimos en la ocasión precedente. No seamos tardos en alcanzar una posición que nos permita adoptar su consejo ahora, tal como lo fuimos para adoptar el otro.

Así pues, a partir de ahora viene como consejero. ¿Es así? [Congregación: “Sí”].

Bien. Pues cuando estás en necesidad de saber si has de vender tu propiedad, ¿habrás de preguntarle a tu hermano para saber qué hacer?[Congregación: “Pregunta al Consejero”].

A fin de saber qué tienes que hacer, habrás de ir a preguntarlo a algún otro hombre, ¿es así?... Vean el problema: ¿Cómo es posible que otro hombre me indique lo que he de hacer, siendo que en caso de encontrarse él en mi situación, tendría que hacer a su vez una pregunta idéntica para saber qué decisión tomar...? ¿Cómo puedo obtener ayuda alguna de él, siendo que él no sabe qué decisión tomar a menos que estuviera en mi lugar, e incluso entonces estaría en necesidad de pedir ayuda encomendándose a otro?

Quizá esta otra forma de actuar les parezca mejor... Puesto que no soy más que un miembro común de la iglesia, acudiré al anciano, o a algún otro en posición más prominente, a preguntarle qué debo hacer. Ahora bien, siguiendo esa lógica, es de suponer que éste querrá a su vez preguntar a otro, digamos al presidente de la Asociación...

[Pastor Boyd: “¿No hay sabiduría en la multitud de consejeros?”].

Pero supongamos que el presidente de la Asociación necesita preguntar a otro. Entonces se supone que habrá de dirigirse al presidente de la Asociación General. Pero, ¿a quién podrá preguntar dicho presidente?...[Congregación: “Preguntemos al Señor”].

Supón que estás en la duda sobre si vender o no tu propiedad, o alguna otra decisión. ¿A quién preguntarás? ¿A algún otro? [Congregación: “Al Señor”].

Puedes preguntar al Señor, ¿no es así? ¿Acaso no podemos obtener nuestra sabiduría del Señor, sin tener que cansar a media docena de personas, como es preceptivo para un católico? [Congregación: “Podemos”]. ¿Podemos? [Congregación: “Sí”].

En la iglesia católica las personas comunes no pueden ir al Señor, excepto a través del sacerdote, y el sacerdote a través del obispo, el obispo mediante el arzobispo, éste a través del cardenal y el cardenal a través del papa. ¿Es esa la forma en la que ha de actuar el pueblo del Señor? ¡No ciertamente! No es ese el método divino.

Cuando quieres saber algo, preguntas al Señor. Él es tu consejero y el mío. Y cuando hacen de él su consejero, entonces, hermano Boyd, y sólo entonces, “hay sabiduría en la multitud de consejeros”; porque entonces recibimos consejo del gran Consejero. Cuándo es él el consejero de cada uno y nos reunimos para tomar consejo, si él está en medio de nosotros, entonces hay sabiduría en la multitud de consejeros. En Obreros Evangélicos encontraréis declaraciones como estas:

 

“Debemos aconsejarnos mutuamente, y estar sujetos unos a otros; pero al mismo tiempo debemos ejercer la capacidad que Dios nos ha dado para saber cuál es la verdad. Cada uno de nosotros debe mirar a Dios en procura de iluminación divina”. “Tras haber recibido consejo de los sabios y prudentes, queda aún un Consejero cuya sabiduría es infalible. No dejéis de presentar ante él vuestro caso, y suplicad su dirección. Ha prometido que si os falta sabiduría y la pedís de él, os la dará abundantemente, sin restricción” (Gospel Workers 129 y 257).

Así, pregunto de nuevo: desde esta misma noche, ¿es tu consejero? ¿Es individualmente nuestro consejero? [Congregación: ‘Sí’]. Y lo que escuchamos del hermano Underwood sobre este mismo tema, especialmente en referencia a la venta de propiedades, “si hubiese una mayor búsqueda del Señor en procura de guía, tendríamos más de su dirección”. Tendríamos más de él en nuestra obra y en nuestros consejos. ¿Con qué objeto vino a hacerse nuestro Consejero, si no es para que recibamos sus consejos? Aceptémoslos pues. ¿Cuál es su nombre? [Respuesta: ‘Admirable consejero’].

Así está escrito: “Admirable consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz” (Isa. 9:6). Ese es el nombre que se le dará. Recuerdan también ese otro lugar en el que dice: “maravilloso en consejo”. ¿Y qué añade? “magnífico en sabiduría” (Isa. 28:29). No olviden que cuando viene como consejero, viene con la sabiduría del obrero; y el consejo que da es el de un obrero, y un obrero sabio que llevará a cabo su obra, “porque Dios es el que obra en vosotros, tanto el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Fil. 2:13).

De forma que tenemos a ese consejero, al Testigo fiel y verdadero, al maravilloso en consejo y magnífico en sabiduría. Una vez que hemos procurado y obtenido su consejo, él nos acompaña en la ejecución del mismo, como si él lo hubiera asumido desde el principio. ¿Acaso no es así? Si no hemos aprendido eso, de nada sirve que avancemos en ninguna otra cosa, a menos que dependamos plenamente de su poder, carácter, justicia y vida. Si hubiera otra consideración u otra forma de realizarlo, bien podríamos interrumpir aquí y dejarlo todo. Pero siendo las cosas como son, no podemos avanzar ni un paso sin él. Él es nuestro admirable Consejero, maravilloso en consejo y magnífico en sabiduría, y nos dice: ‘Estoy contigo para aconsejarte, estoy contigo para realizarlo’.

“Te aconsejo que compres de mí oro afinado en fuego”. Otras escrituras, junto a ese texto, muestran que nada puede cubrir nuestra necesidad, excepto ese oro capaz de resistir la prueba del fuego. Recuerden 1 Pedro 1:4 y 5, que trata de la esperanza viviente a la que Dios nos ha engendrado mediante la resurrección de Jesucristo de los muertos; y cómo somos mantenidos por el poder de Dios, mediante la fe, para salvación. ¿Cuándo? [Respuesta: “que será revelada en el último tiempo”].

“Por eso rebosáis de alegría”. ¿Rebosáis? Si es así, ¿por qué andan cabizbajos lamentándose? Es ya tiempo de que creamos las Escrituras. Abraham creyó a Dios, y le fue atribuido a justicia. El Señor lo afirmó, y él se gozó grandemente de que fuera así. ¿Es así esta noche, de forma que podamos gozarnos grandemente?

[Respuesta: ‘Sí’].

“Por eso rebosáis de alegría, aunque ahora, por un poco de tiempo, seáis afligidos por diversas pruebas”. Somos afligidos por diversas pruebas y rebosamos de alegría. ¿Es eso posible? Lo es, porque Dios lo ha dicho, y es así. Es la única forma en que puedo saber que es así: lo es porque él lo ha dicho así. Ahora bien, ¿con qué finalidad es así? “Para que vuestra fe, mucho más preciosa que el oro que perece, aunque sea refinado en fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra, cuando Jesucristo se manifieste”.

¿Esperas que tu fe sea probada como por fuego? ¿Esperas que pase la prueba de fuego a la que se somete el oro? [Respuesta: ‘Sí’].

Estudiaremos eso más adelante. ¡Qué cuidado exquisito dedican los hombres en este mundo al oro que perece! Más de uno custodia su oro mediante cajas fuertes, edificios blindados y guardianes. Cientos de personas en las grandes ciudades cuidan así del oro que perece. Permitidme que os diga, hermanos y hermanas: la prueba de vuestra fe, por pequeña que esta sea, es más preciosa a los ojos del Admirable Consejero, más preciosa a los ojos de Dios, que todo el oro y joyas que custodia cualquier caja fuerte, o todas juntas las que hay en la tierra. No temáis que pueda olvidarla. ¿Cómo la califica? Como más preciosa que el oro que perece.

¿Quién es el que afirma eso? El Admirable Consejero, el Señor mismo. Agradezcámosle, por lo tanto, que él vea de esa forma a nuestra débil y temblorosa fe. Bien, hermanos, ¿acaso no tenemos en esto uno de los mayores motivos de ánimo que el Señor puede ofrecernos? No comprendo por qué las personas se lamentan por lo débil de su fe. A veces dices: ‘No tengo ninguna fe’. Bien; el Señor afirma que la tienes. Y añado: dale gracias por que la tienes. No digo que no pueda ser muy pequeña; puede ser tan minúscula como un grano de mostaza. Dale gracias por la que tienes, y agradécele que sea para él más preciosa que todo el oro y riquezas de esta tierra. Así es como considera el Señor tu fe. No debes cuestionar acerca de si tienes o no fe. Dios dice que la tienes, y es así. Leamos Romanos 10:6-8:

 

“Pero la justicia que procede de la fe dice: ‘No digas en tu corazón: ¿Quién subirá al cielo?’ Esto es, para bajar a Cristo. Ni digas, ‘¿quién descenderá al abismo?’ Esto es, para volver a traer a Cristo de los muertos. Entonces, ¿qué dice? ‘La palabra está cerca de ti, en tu boca y en tu corazón’. Esta es la palabra de la fe, que predicamos”.

Por lo tanto, ¿es correcto lamentar y preguntarse si tenemos fe o no? Ciertamente no lo es. Dios ha implantado fe en todo corazón que nace en este mundo. Dios hará que esa fe crezca abundantemente, y nos revelará su justicia a medida que crece “de fe en fe”. ¿De dónde procede la fe? Dios nos la dio. ¿Quién es el Autor de la fe? Cristo; y esa luz que alumbra a todo hombre que viene a este mundo es Jesucristo.

Esa es la fe que está en el corazón de todo ser humano. Si cada uno emplea esa fe que tiene, nunca tendrá falta de fe; pero si no emplea la fe que tiene, ¿cómo podría conseguir más de ella? Por lo tanto, tenemos fe, ¿no es así? Y la prueba de vuestra fe es más “preciosa” que todo el oro que jamás existiera en este mundo. Observad: es más preciosa que el oro, a los ojos de Dios. No que el oro sea precioso a sus ojos; esa no es de ninguna forma la idea. Es más preciosa a los ojos de Dios de lo que sería a los ojos de los hombres todo el oro de la tierra. ¿Cuán precioso es el oro a los ojos del hombre? ¿Cómo se sentiría uno que poseyera todo el oro del mundo? ¿Acaso no se creería rico? ¿No se enorgullecería por ello? Así pues, no olvidéis que la prueba de esa fe que tenéis, por más pequeña que pueda ser, es más preciosa a los ojos de Dios de lo que sería a los ojos del hombre todo el oro de ese mundo. “Vuestra fe, mucho más preciosa que el oro que perece, aunque sea refinado en fuego”, es preciosa a los ojos de Dios. ¿Quién es el más interesado en ese proceso?

[Congregación: ‘El Señor’].

¡Efectivamente! Me faltan las palabras para expresar cuán preciosa es a su vista. Mi idea de cuán preciosa es a sus ojos, está tan alejada de la realidad como mis pensamientos lo están de los suyos (Isa. 55:9). Por lo tanto, él es el más interesado de todo el universo en la prueba de nuestra fe, en el ejercicio de nuestra fe, y en todo ese proceso. ¿No es acaso un don suyo? ¿No estará él interesado? Esta es la verdadera luz en la que debiéramos ver este asunto.

Seguimos leyendo: “Aunque sea refinado en fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra, cuando Jesucristo se manifieste. A quien, sin haberlo visto, lo amáis”. ¿No lo hacemos acaso? Él dice que sí, y así es.

“Y sin verlo por ahora, creéis en él, y os alegráis con gozo inefable y glorioso”. ¿Es así? Ciertamente. Pero hermanos, pienso a menudo en este versículo: “a quien, sin haberlo visto, lo amáis”, y me pregunto ¿qué puede llegar a ser cuando finalmente lo veamos? Y lo maravilloso de esto es que no habremos de esperar ya mucho para verlo.

[Congregación: ‘Alabado sea el Señor].

Hay otro pasaje al que me quiero referir, que está en 1 Pedro 4:12. Comienza así: “Amados”. ¿Es así? ¿Quién lo declara? El Consolador. Te llama a ti y a mí, “amados”. Siendo que Dios nos trata de esa manera, ¿qué otra cosa podríamos ser, excepto las personas más felices de la tierra? Viene y se constituye en el Consejero admirable, y está deseoso de tener consejo y hablar con nosotros, y la primera palabra que nos dice es: “Amados”. Más de una vez hemos pensado que las palabras del ángel, dichas al profeta: “Daniel, varón muy amado”, son una declaración personal sólo aplicable a él. Pero no puede ser más personal que cuando viene y nos dice a ti y a mí, “Amados”. Sigue así: “No os sorprendáis por el fuego de la prueba que os ha venido, como si os hubiera sucedido algo extraño”. Puesto que se nos dice “amados”, así es como debemos tratarnos. Amados, ¿acaso debemos considerar la prueba del fuego como algo extraño? No hay en él nada de extraño. No nos sorprenderá cuando hayamos de enfrentarlo. Sabéis que muchos son tímidos, y reaccionan con rubor ante la visita de un extraño, resultando confundidos.

Si vosotros y yo reaccionamos de ese modo ante las pruebas –porque vamos a tener que enfrentar algunas de ellas en breve-, resultaremos confundidos. Pero tan pronto como alguien resulta confundido por la prueba, el enemigo obtiene ahí la victoria. Esa es la forma en la que quiere sorprendernos con la guardia baja, de forma que resultemos sorprendidos y confundidos aunque sea por un momento, momento que él aprovechará para herirnos con sus saetas de fuego. El Señor viene y nos aconseja así: “no os sorprendáis”.

Así pues, cuando enfrentamos esas pruebas de fuego, no estaremos ante ningún extraño. Estaremos familiarizados. Las reconoceremos. Poco importa lo tímida o introvertida que pueda ser una persona, cuando se encuentra con alguien a quien conoce bien, no resulta sobresaltado por más inesperado que sea el encuentro. No resulta confundido. Al contrario, se alegra. El Señor quiere que estemos de tal modo familiarizados con las pruebas, que por más de improviso que nos vengan, podamos decir: ‘Buenas. Encantado de encontrarme contigo. Te conozco. Adelante’.

En vista del consejo del Señor, no reaccionemos ante las pruebas “como si os hubiera sucedido algo extraño”. No tenemos que tratarlas como a extraños, sino como a conocidos. No solamente eso, sino que hemos de verlas como ayudas en el viaje a Sión. Santiago escribió: “Hermanos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas” (Sant. 1:2).

¿Cómo nos llama ahí? “hermanos”. En otros sitios se nos llama “amados”. ¿Qué significa “diversas”? Diferentes. ¿Qué escribió Pedro al propósito? “diversas pruebas” (1:6). Se espera que nos alegremos, no en razón de ciertas pruebas, sino de cualquier clase de ellas: diversas, diferentes, de varios tipos; ¡todas ellas! No serán para nosotros algo extraño, sino que debemos verlas como a conocidos. Seguimos leyendo: “antes gozaos de ser participantes de las aflicciones de Cristo”. Santiago nos llama “hermanos”. Leemos ahora un texto que conecta los dos precedentes. Heb. 2:10-12:

 

“Porque convenía que Dios, por causa de quien y por medio de quien todas las cosas existen, habiendo de llevar a la gloria a muchos hijos, perfeccionara mediante aflicciones al autor de la salvación de ellos. Porque el que santifica y los que son santificados, todos proceden de uno. Por eso, no se avergüenza de llamarlos hermanos”.

Ese es el motivo por el que nos llama hermanos, y el motivo por el que debemos alegrarnos tan grandemente al atravesar diversas pruebas: ya que él estuvo allí, enfrentó cada una de ellas, enfrentó toda tentación hasta la plena medida de lo posible, pasó por todo ello en beneficio nuestro. Regresa ahora y nos dice: ‘voy a pasar por eso mismo contigo. Primeramente pasó él

solo por nosotros; ahora pasa con nosotros. “He pisado el lagar solo. De los pueblos nadie estuvo conmigo” (Isa. 63:3). Pero gracias al Señor, Dios estuvo con él. Declaró: “El Padre no me ha dejado solo” (Juan 8:29).

Gracias al Señor por haber tenido el regio valor de realizarlo solo, confiando únicamente en que el Padre estaría con él. Cuán grande su bondad, al no pedirnos que lo intentemos solos. No; viene y nos dice: estaré con vosotros en todas esas pruebas. Hermanos míos, él irá con vosotros. Ese es el motivo por el que no debemos considerarlas como algo extraño. Él nos llama hermanos suyos, y ha pasado por cada una de esas pruebas, de forma que estando bien familiarizado con ellas, no debemos recibirlas con extrañeza.

¿Es Cristo extraño a las pruebas? No. ¿A cuántas pruebas se enfrentó? ¿Cuántas pruebas a las que tú tengas alguna vez que enfrentarte enfrentó él? Todas y cada una. ¿Hasta qué punto tuvo que soportar el conflicto, en cada una de las tentaciones? Hasta su plena medida, en todo punto. ¿Contra quién estaba contendiendo en estas cosas? Satanás conoce más astucias, pruebas y tentaciones de las que ningún hombre esté jamás obligado a enfrentar solo. Y las probó todas ellas contra mi “Hermano”. Abordó a Jesús con toda tentación. ¿Cuál sería el grado del esfuerzo con el que tentaría a Jesús en cada punto? El máximo, sin duda.

¿Acaso no debió ejercer todo el poder del que es capaz en las pruebas y tentaciones a las que sometió a Jesús? ¿No intentaría todo aquello que fuera capaz de inventar en contra de Jesús? ¿Y no debió hacerlo en la máxima intensidad a su alcance? Ciertamente. ¿No debió acaso agotar su repertorio de astucias, tentaciones y pruebas contra Cristo? ¿No agotaría todo el poder a su disposición en esas pruebas y tentaciones? Seguro que sí. Bien, pues cuando estoy en Jesús, y él en mí, ¿cuánto poder le queda a Satanás para afectarme?

[Congregación: ‘Ninguno’].

¿Cuántas astucias le restan, que pueda emplear con éxito contra mí? Ninguna. ¿No veis que cuando estamos en Cristo tenemos la victoria? La tenemos ahora. Victoria no es la única palabra. Tenemos el triunfo, y lo tenemos ahora.2 Cor. 2:14: “Pero gracias a Dios, que nos lleva siempre al triunfo en Cristo Jesús”. ¿Cuándo? Ahora y siempre, ¿no es así?

[Audiencia: ‘Sí’].

“Nos lleva siempre al triunfo en Cristo Jesús, y por nuestro medio manifiesta en todo lugar, la fragancia de su conocimiento”. ¿Dónde? [Audiencia: ‘En todo lugar’].

¿Cómo? “Por nuestro medio”. Pensad en ello: ¿Cuándo? Ahora y siempre. ¿Cómo? Por nuestro medio. ¿Dónde? En todo lugar. Siendo así, querría preguntar cuál pudiera ser la razón para que no tengamos la victoria en Cristo. Quisiera saber por qué razón no habríamos de ser ahora vencedores. “Esta es la victoria que vence al mundo, nuestra fe” (1 Juan 5:4). Efectivamente, esa es la victoria. Así pues, cuando estamos en él, estamos perfectamente a salvo, ¿no les parece?¿Estamos a salvo por tanto tiempo como estemos en él? Así es.

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Recuerdan cómo en antaño existían las ciudades de refugio, de forma que al suceder un accidente, como por   ejemplo la muerte casual de un hombre por la acción involuntaria de un compañero de trabajo, si es que había allí algún amigo del fallecido que se sentía irreflexivamente movido a tomar venganza, ¿qué debía hacer el causante del accidente? Tenía que huir tan rápido como pudiera hacia la ciudad de refugio, quizá seguido por el que procuraba su mal. Pero una vez que había llegado allí, ¿qué sucedía? Estaba a salvo, y el perseguidor no podía tocarlo: estaba perfectamente seguro. Pero supongamos que salía de la ciudad. Si el perseguidor daba con él, su sangre sería sobre su propia cabeza, y sería el único responsable. Pero estaba seguro mientras no abandonara la ciudad. Había de permanecer en ella hasta que muriera el sumo sacerdote. Una vez que se hubiera producido ese hecho, quedaba perfectamente libre de regresar, y el perseguidor no podía tocarlo en absoluto, por más que lo deseara así.

Referente a Abraham, leemos: “Por dos actos inmutables, en los cuales es imposible que Dios mienta, tengamos un fortísimo consuelo, los que nos hemos refugiado en la esperanza propuesta” (Heb. 6:18). Hemos cometido maldad. Hemos pecado. ¿Cuál es la paga del pecado? La muerte. ¿Quién nos persigue? La muerte. ¿Quién tiene el poder de la muerte? Satanás. Por lo tanto, ¿quién va tras nosotros? Satanás. Pero huimos a refugiarnos en esa esperanza que nos es propuesta. ¿Dónde está esa esperanza?

[Respuesta: ‘En Cristo’].¿Quién es nuestro refugio?[Respuesta: ‘Cristo’].¿Quién es nuestra ciudad de refugio?[Respuesta: ‘Cristo’].¿Y quién nuestro enemigo? [Respuesta: ‘Satanás; la muerte’].

Ahora, estando en nuestro refugio, en Cristo, ¿puede Satanás tocarnos? No puede. ¿Cómo lo sabemos? Porque así está escrito. Suponed que salimos del refugio antes que finalice el sacerdocio. ¿Qué sucede entonces? Satanás puede golpearnos, y lo hará sin duda, y nuestra sangre será sobre nuestra cabeza. Si salimos antes de que finalice el sacerdocio, quedamos sin protección, y Satanás nos alcanzará. Si aquel hombre, tras haber permanecido en la ciudad diez o quince años, creyera que había desarrollado ya las fuerzas necesarias para enfrentarse a su enemigo, ¿qué os parece? ¿Podría enfrentarse a su enemigo en esas condiciones? ¿Cuál es el único lugar en el que puede estar seguro al enfrentarse a su enemigo? En la ciudad. Y en la ciudad, él no se va a encontrar nunca con el perseguidor. ¿Por qué? [Respuesta: ‘La ciudad sale al encuentro, y lo defiende’].

City_of_RefugeLos muros de la ciudad salen efectivamente al encuentro. Ese escudo de la fe apaga todos los dardos encendidos del maligno –ese escudo de la fe que es Jesucristo, que son los muros de nuestra ciudad de refugio, y que es inexpugnable a las saetas ardientes del enemigo. Así pues, nuestra fuerza y seguridad se encuentran únicamente dentro de nuestro refugio. Y cuando finaliza el sacerdocio, podemos ir a cualquier parte en el universo, pero no fuera de Cristo. Entonces podemos ir a cualquier parte, y el enemigo no puede nada contra nosotros. Permanezcamos en la ciudad, hermanos.

Permanezcamos en la ciudad a la que hemos huido, en la ciudad que significa nuestra seguridad. Y estando en ella, ¿no tenemos acaso la victoria? Sí, en él tenemos la victoria. Entonces podemos afrontar la tentación con gozo. ¿Por qué? Porque tenemos la victoria antes ya de enfrentar la tentación. ¿No hay motivo para alegrarse? ¿No estarías feliz yendo a una batalla, si sabes que tienes la victoria antes de comenzarla? ¿Preferirías no ir? Peleemos pues, en ese tipo de batalla. ¿Hay alguna justificación para el miedo? La victoria es nuestra.

Desde luego, si vamos calculando que seremos barridos, mucho mejor quedarse sin luchar. Ese no es el tipo de batalla en el que el Señor espera que nos impliquemos. No fue esa la batalla de nuestro Hermano, y no es esa la que nos propone a nosotros. Quiere que conozcamos nuestra victoria, nuestra confianza, nuestra fuerza. Quiere que conozcamos el poder a nuestro alcance, y también cuál es nuestro deber. Y entonces, al llegar la prueba, sabremos cómo hacerle frente. La afrontaremos en él y por él. Lo haremos con el escudo de la fe, y los dardos encendidos del enemigo se apagarán en la nada. Pero es en el sufrimiento donde encontraremos el poder, la victoria, y la presencia elevadora de Cristo. Al llegar las pruebas estamos con él, y sabemos que no podemos permanecer sin él. “Tened por sumo gozo”. Tengámoslo por tal. “No os sorprendáis por el fuego de la prueba que os ha venido, como si os hubiera sucedido algo extraño. Antes gozaos de ser participantes de las aflicciones de Cristo, para que también os gocéis en la revelación de su gloria” (1 Ped. 4:12 y 13).

Así pues, necesitamos oro purificado en fuego a fin de hacer frente a esas pruebas, ¿no es así? Necesitamos aquello que resistirá la prueba que ha de sobrevenir, tal como hemos aprendido ya.

 

“Los que resisten en cada punto, que soportan cada prueba y vencen, a cualquier precio que sea, han escuchado el consejo del Testigo fiel y recibirán la lluvia tardía, y estarán preparados para la traslación” (1 Joyas de los Testimonios, p.  66).

Hermanos, ¿no hay ahí un grandísimo ánimo al saber que es para eso, para que la lluvia tardía nos prepare para la traslación? Ahora, ¿dónde y cuándo ha de ser derramada la lluvia tardía? Ahora es el tiempo para la lluvia tardía, y ¿cuándo es el tiempo para el fuerte pregón?

[Voz: ‘Ahora’]. ¿Para qué cosa nos ha de preparar?  [Voz: ‘Para la traslación’].

Me anima grandemente el saber que las pruebas que nos da ahora el Señor, tienen por objeto prepararnos para la traslación. Y cuando él viene y nos habla a ti y a mí, es porque quiere trasladarnos. Pero no puede trasladar el pecado, ¿comprendéis? Por lo tanto, el único propósito que tiene al mostrarnos la profundidad y amplitud del pecado, es para poder salvarnos de él y trasladarnos. Así pues, ¿nos desanimaremos cuando él nos muestra nuestros pecados? No. Agradezcámosle que nos quiera trasladar, y lo quiere hasta tal punto, que desea que nos desembaracemos de nuestros pecados lo antes posible. Hermanos, creamos al Señor al pie de la letra, creámosle siempre. Necesitamos, pues, aquello que soporte la dureza de la prueba cuando esta llegue, tanto como el oro soporta el proceso de purificación en el fuego. ¿Qué nos dice el Consolador que obtengamos?

[Voz: ‘Oro refinado en fuego’].

¿Necesitamos eso ahora, para afrontar las pruebas que nos vendrán después? No. Las pruebas están ya aquí. No es que estemos preocupados por lo que ha de venir: lo necesitamos ahora mismo, para las pruebas que ahora nos afligen, y se trata precisamente de lo que dice el Consolador: ‘Obtenlo de mí. Poseo el recurso’. Él posee el recurso, pues es quien lo ha manufacturado. Posee aquello que soportará la prueba, puesto que la soportó en su día: Resistió toda prueba a la que cualquiera pueda ser sometido alguna vez. Soportó la prueba en los sufrimientos de Cristo. En el sufrimiento el oro resulta purificado, emblanquecido, comprobado y perfeccionado para ser el artículo genuino. El Espíritu del Señor nos proporciona su definición.

El oro refinado en fuego es el amor, es “la fe y el amor”. Lean Gálatas 5:6: “Porque en Cristo Jesús ni la circuncisión vale algo, ni la incircuncisión. Lo que vale es la fe que obra por el amor”. En otros lugares leemos “fe y obediencia”. ¿Qué es la obediencia?

[Voz: ‘La expresión del amor’].

En El Camino a Cristo, p. 60 leemos que “la obediencia no es un mero cumplimiento externo, sino un servicio de amor”. Así pues, cuando el testimonio nos habla de “fe y obediencia”, equivale a “la fe que obra por el amor”. Las expresiones “fe y obediencia”, o “fe y amor” que encontramos en el testimonio, significan lo mismo que la expresión de la Escritura: “la fe que obra por el amor”. Son formas distintas de referirse a la misma fe genuina, espiritual, pues en Cristo Jesús “lo que vale es la fe que obra por el amor”.

La obediencia es un servicio de amor, y Jesús nos invita a comprar de él oro refinado en fuego, que es fe y amor, el tipo de fe que obra por el amor, o lo que es equivalente: la fe genuina. ¿Qué es lo que ha de ser sometido a la dura prueba del fuego? Vuestra fe, que es más preciosa que el oro, aunque sea refinado en fuego. Y tenemos el testimonio: “¡Aquí está la paciencia de los santos, los que guardan los mandamientos de Dios” ¿y tienen fe en Jesús? ¿Es eso lo que dice? No; “tienen” no está en el texto. “Guardan los mandamientos de Dios y [guardan] la fe de Jesús”. Ese es el artículo genuino: Se trata de la fe que resistió en él la prueba. Es una fe que ha soportado toda prueba de fuego que Satanás conozca, y todo el poder del que Satanás es capaz, habiendo obtenido la más absoluta victoria sobre él. Entonces, Jesús viene a nosotros y nos dice: ‘Compra de mí esa fe que resistió la prueba, “oro afinado en fuego”’. ¿Acaso no es eso mismo lo que leemos en esta otra Escritura? “Haya pues en vosotros el mismo sentir que hubo en Cristo Jesús” (Fil. 2:5).

Cuando en mí hay el mismo sentir, la misma mente que hubo en él, ¿acaso no hará en mí lo que hizo en él? ¿Con qué servimos a la ley de Dios? “Con la mente sirvo a la ley de Dios” (Rom. 7:25). Cuando Cristo estuvo en este mundo, sirvió a la ley de Dios continuamente. ¿Cómo lo hizo? Con la mente. ¿Mediante qué proceso de la mente lo realizó? Por la fe. ¿No nos está diciendo acaso a ti y a mí que le compremos esa fe que él tuvo? ¿Acaso no guardó la fe de Cristo los mandamientos de Dios, perfecta y continuamente? ¿No es precisamente esa la fe que obra por el amor? El amor es el cumplimiento de la ley. ¿Acaso no se trata del mensaje del tercer ángel, cuando dice: ‘Ven y compra de mí oro refinado en fuego (fe y amor) y vestidos blancos (justicia de Cristo) para cubrir la vergüenza de tu desnudez’?

Vemos pues que la mente que hubo en Cristo, resistirá hoy todas las pruebas que este mundo pueda traer. ¿No es acaso la mente de Cristo la misma ayer, hoy y por los siglos? (Heb. 13:8). ¿Tendrá la mente de Cristo un resultado en mí, o en cualquier otro, diferente del que tuvo en él? No. ¿Cuál fue la mente de Cristo?

[Voz: ‘La mente de Dios’].

Dios fue en él en la carne. ¿Cómo compraremos? Leamos Isaías 55:1: “Todos los sedientos”. Hermanos, ¿no nos ha dejado sedientos lo que el Señor nos ha dicho en los últimos pocos días?

Algunos han venido a mí y me han hablado: estaban pereciendo de sed. Por lo tanto, esas palabras son para vosotros y para mí. “¡Todos los sedientos, venid a las aguas!” “Venid, comprad”. Cuando dijo a Pedro: “Ven”, ¿pudo Pedro ir? Sí. ¿Sobre las aguas?

[Voz: ‘Sobre su palabra: “Ven”’].

Sí, mediante esa palabra Pedro caminó sobre el agua. Después, cuando olvidó la palabra y temió hundirse, clamó: “Señor, sálvame”. No podía alcanzar a Jesús. Comenzó bien, pero olvidó el poder de la palabra, su fe flaqueó, sintió que no podía llegar hasta él y clamó: “Señor, sálvame”. Y el Señor lo tomó de la mano. No esperó que Pedro fuera hasta él, sino que extendió su mano y lo levantó. Mi hermano y hermana, si reuniste el valor suficiente para comenzar sobre la palabra “Venid”, y olvidaste después el poder que tiene, de forma que tu fe se tambaleó debido a la tormenta que sobre ti se cierne, puedes decirle: “Señor, sálvame”, y él extenderá su mano y salvará.

“Venid a las aguas. Y los que no tenéis dinero, venid”. Nos dice que compremos. Y el artículo está al alcance de aquel que no tiene dinero. Eso mismo es lo que dice a los que creían que tenían dinero, y no sabían que en realidad no tenían ninguno. Se refiere a nosotros, a ti y a mí. Y viene a nosotros con estas palabras: “amados”, y “hermanos”. “Los que no tenéis dinero, venid, comprad y comed. Venid, comprad sin dinero y sin precio, vino y leche”. Leemos lo mismo en Isaías 52:3: “Así dice el Eterno: ‘De balde fuisteis vendidos. Por tanto, sin dinero seréis rescatados’”.

¿Podemos retroceder hasta el momento en el que fuimos vendidos? ¿Cuánto obtuvimos de nuestra venta? Nada. Si él nos pidiese ahora alguna cosa por nuestro rescate, ¿cómo podríamos pagárselo? Nos vendimos por nada, y si se nos requiere algo por nuestro rescate, eso significaría la ruina eterna, ¿lo comprenden? Así, hemos de aceptar ese hecho de que no nos cuesta nada nuestro rescate. “De balde fuisteis vendidos. Por tanto, sin dinero seréis rescatados”. Sin embargo, al Señor le costó algo: le costó todo. Pero todo eso nos lo da a nosotros, de forma que a nosotros no nos cuesta nada. Se pagó el precio, pero no lo pagamos nosotros. “¿Por qué gastáis el dinero no en pan, y vuestro trabajo en lo que no satisface? Oídme con atención, y comed del bien, y os deleitaréis con algo sustancioso. Inclinad vuestro oído, y venid a mí. Oídme y viviréis”. ¿Qué es lo que tienen que hacer para que vivan?

[Voz: ‘Oír’].

¿Están oyendo, hermanos? ¿Han oído la invitación? ¿Viven? Han oído sobre el poder creativo que hay en Jesucristo para obrar maravillas. Habiéndolo oído, ¿están viviendo por él? ¿Viven en él, por él y para él? Moisés levantó la serpiente en el desierto, y ¿qué tenían que hacer? “Mirad y vivid”. Y como la serpiente fue levantada en el desierto, haciendo que los que miraban vivieran, así fue necesario que el Hijo del hombre fuera levantado, a fin de hacer que viva todo el que lo mire. Pero aquí leemos: “Oídme y viviréis”. Dios tenía el plan de que hablásemos y viviésemos, pero Moisés lo estropeó.

En el capítulo 20 de Números leemos que el Señor dijo a Moisés -en aquella segunda ocasión en que el pueblo estaba murmurando por falta de agua-: “Hablad a la roca... y ella dará agua”. Entonces Moisés les dijo: “¡Oíd, rebeldes! ¿Os haremos brotar agua de la roca?”, y golpeó la roca dos veces. Estropeó con ello la espléndida ilustración provista por Dios para grabar el hecho de que todo cuanto se requería es que hablásemos. La roca ya había sido golpeada cuando entraron en el desierto (Éx. 17). Dice el relato que cuando el pueblo estuvo sediento, el Señor indicó a Moisés que subiese a Horeb, ya que estaría ante él sobre la roca. Le ordenó que golpease la roca con la vara que llevaba en la mano, a fin de que el pueblo pudiese beber. Así lo hizo, y brotó el agua. ¿Quién era aquella roca?

[Voz: ‘Cristo’].

¿Por qué, entonces, volvió a golpear la roca la segunda vez? Cristo no ha de morir una segunda vez por ti y por mí. Era la voluntad del Señor mostrarnos esa verdad mediante una espléndida figura, pero Moisés  no oyó su palabra. No la creyó, y pensó que tenía que hacer lo mismo que hizo la primera vez. Olvidó que el Señor le había dicho que hablara a la roca, y en lugar de ello, la golpeó, inutilizando la ilustración. Dios dijo entonces a Moisés y Aarón: “Por cuanto no creísteis en mí, para santificarme ante los israelitas, por eso no introduciréis a esta generación en la tierra que les he dado”. Hermanos, ni el Señor mismo puede guardarnos de pecar cuando no creemos en él. Nunca olvidéis eso. No era la voluntad del Señor que Moisés actuara como lo hizo, pero Moisés no creyó al Señor. ¿Por qué no lo guardó el Señor de pecar? No podía, siendo que Moisés no le creía. Por lo tanto, ¡qué importante es ustedes y yo creamos al Señor exactamente en lo que nos dice, tal como nos lo dice! Entonces nos guardará de pecar.

Cierta noche Cristo dijo a sus discípulos que todos ellos lo abandonarían y huirían. Ellos replicaron: ‘No, no lo haremos’. ¡Qué equivocados estaban! Pedro le aseguró que aunque todos lo negaran, él no lo haría. Antes que el gallo cantara ya lo había negado tres veces, a pesar de que había dicho, “aunque tenga que morir contigo, no te negaré”. ¿Quién tenía razón? Cristo. Y todos habían dicho lo mismo, pero huyeron todos, debido a su incredulidad. Si todos hubieran creído lo que les había dicho, ¿habrían huido? ¿No habría podido él salvar el rebaño? Hermanos, lo que queremos hacer es creer al Señor. Sin lugar a dudas, Moisés supuso que cuando el Señor le dijo que hablara a la roca,