Las buenas nuevas - El incesante amor de Cristo
La iglesia cristiana está dividida en muchas denominaciones y sectas, pero todos estarían de acuerdo en esta afirmación: ‘El evangelio son buenas nuevas’. Así lo proclamaron Los ángeles en Belem: "…nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo" (Luc. 2:10). ¿Cuán buenas son esas buenas nuevas? Aquí es donde comienzan las contiendas y los conflictos.
Una gran escritora, en un pequeño gran libro –El Camino a Cristo-, asestó un golpe mortal al legalismo al referirse siete veces, en una sola página, al significado de la cruz de Cristo, en estos términos: "El pecador puede resistir a este amor, puede rehusar ser atraído a Cristo; pero si no se resiste será atraído a Jesús… al pie de la cruz, arrepentido de sus pecados" (p. 27).
¿Es posible que las buenas nuevas sean tan buenas como para tener que resistir a Cristo, rechazarlo, a fin de perderse? Algunos exclamarán: ‘¡De ninguna manera! Decir eso abriría las puertas de la Nueva Jerusalem a hordas que no merecen entrar allí’. Vayamos pues a la Biblia, único lugar en donde podemos encontrar la respuesta a esa cuestión:
"Con amor eterno te he amado, por eso te prolongué mi misericordia" (Jer. 31:3). Refiriéndose a lo mismo que el apóstol Pablo cuando escribió: "me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a este crucificado" (1 Cor. 2:2), el propio Señor Jesús dijo: "Yo, cuando sea levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo" (Juan 12:32, ¡se trata del fuerte pregón!)
Efectivamente, predicadores, hay un gran "si" condicional. Ninguna predicación superficial llevará al arrepentimiento de los pecadores. Sólo logrará que sigan acudiendo sábado tras sábado a fomentar la tibia dureza de su corazón.
"Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados" (2 Cor. 5:19). Por el contrario, "llevó él nuestras enfermedades… herido por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados… Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros" (Isa. 53:4-6). El Padre le imputó a él nuestra culpa, de forma que Cristo, quien "no conoció pecado", "fue hecho pecado" por nosotros (2 Cor. 5:21). En ese sublime acto en la cruz, Cristo murió la muerte eterna de cada cual, de cada persona en el mundo (Heb. 2:9). Lo hizo antes de que hubiéramos siquiera nacido, ya que él es el Cordero inmolado desde el principio del mundo (Apoc. 13:8).
Con la misma lógica con que la noche sigue al día, si Cristo ha muerto ya tu segunda muerte, si ha pagado la penalidad por tus pecados, la única manera en que puedes perderte es rechazando eso que él ha hecho ya por ti.
Y aquí aparece el gran problema: "los designios de la carne son enemistad contra Dios" (Rom. 8:7). Esclavízate a ellos, y estarás consumiendo tu vida en la re-crucifixión de Cristo, y en tu ciego egoísmo lo estarás exponiendo a la vergüenza ante el mundo y el universo (Heb. 6:6). Pero en su misericordia, el Señor ha hecho que eso te resulte tan doloroso como dar "coces contra el aguijón". No te faltarán evidencias de estar agotando tus energías en el camino de una vejez prematura, la enfermedad y la muerte (Hech. 26:14), y demostrando para el Juicio final cuál fue en realidad tu elección: la muerte eterna. La cosa más dolorosa, plagada de remordimiento, de pesar y de infelicidad, es resistir el incesante amor de Cristo.
-Robert J. Wieland