Junto al pozo
Una mujer joven con el corazón endurecido tras cinco divorcios, acude rutinariamente al viejo pozo de Jacob. Un día advierte de reojo la presencia de un judío forastero. Un encuentro casual en el que está segura de pasar desapercibida.
Pero para Él no hay nada casual. Aunque cansado, acalorado y sediento como está tras un largo viaje a pie, no se sentará en silencio. Está presto a ganar un alma. Sabe cuál es la manera (para nosotros frecuentemente desconocida) de despertar el interés de aquella mente mundana cuyo prejuicio casi cerró todas las puertas.
Observa lo que sucede: En pocos minutos, quizá segundos, aquella samaritana está convertida en un mar de lágrimas, y su corazón de piedra se está ahora fundiendo, ávido por absorber más buenas nuevas. Está impaciente por comenzar una nueva vida como misionera.
¿Cómo puede Jesús tener ese poder irresistible, ese acceso directo hasta a las almas menos prometedoras? Podemos argumentar: '¡Era divino. Tenía algo de lo que nosotros carecemos!' Pero Jesús dijo de quien creyera: "las obras que yo hago, él también las hará. Y mayores que estas hará, porque yo voy al Padre" (Juan 14:12). Ha llegado ya ese momento en el que tienen que suceder grandes cosas. Jesús quiere una explosión del evangelismo ganador de almas, algo muy superior a cuanto haya podido soñar el comité de iglesia más optimista y dispuesto; una red mundial de humildes miembros de iglesia, aprestados en cada pozo de Sicar.
¿Qué permitía a Jesús llegar al corazón de cada pecador? Jesús pidió cierto día a Juan el bautismo de arrepentimiento. Vino al Bautista, no arrepintiéndose por sus propios pecados, pues no tenía ninguno, sino siéndole imputada la culpabilidad de los pecados del mundo como sustituto del pecador. Toma sobre sí los pecados, contándose entre los transgresores; da los pasos que se requieren del pecador y hace la obra que éste ha de hacer. Se IDENTIFICA, SIENTE con, y en favor del pecador. Lo pone en íntima y corporativa relación con Él. No se siente alejado de él, sino cercano, a la mano.
No hay en el registro bíblico la más mínima evidencia de que Cristo, el ser puro, santo y justo, se dirigiese nunca a su Padre en estos términos: "Dios, te doy gracias, que no soy como los otros hombres... "
Sin aprobar los pecados de la joven, se identifica y se conmueve con el dolor del maltrecho corazón de ella, hallando así la avenida para llegar a su alma, la forma de pulsar aquella cuerda que había permanecido dormida, a lo largo de cuatro o cinco grandes engaños y desengaños.
"Con su conocimiento mi siervo justo justificará a muchos" (Isa. 53:11). ¿Es ese "conocimiento" de Jesús algo misterioso? ¿Podemos aprenderlo de Él? Podemos, si humillamos nuestros orgullosos corazones, a fin de seguir al "Cordero dondequiera que va" (Apoc. 14:4).