EL REGRESO DE ELÍAS – Capítulo 7 – Ya no más siervo
Capítulo 7 – Ya no más siervo
A. El sacrificio supremo
Hubo una larga pausa mientras se abrazaban. La intensidad de las emociones era profunda, pero ambos sabían que el momento había llegado. Durante las edades de los tiempos, el Padre y el Hijo siempre habían estado en estrecha comunión el uno con el otro, y ahora esa comunión se rompería. Ahora el Hijo de Dios se embarcaría en la misión de recuperar a sus hijos e hijas humanos. Tanto el Padre como el Hijo comprenden los riesgos y el precio que están involucrados, pero el amor les impulsa a seguir adelante.
Durante un breve momento, el Padre y el Hijo contemplan el futuro y observan el desarrollo de la misión. El desprecio, el rechazo, el odio, los escupitazos, las patadas, los latigazos, los clavos; todo palidece hasta convertirse en nada en comparación con aquel horrendo momento en el tiempo cuando el cielo y la tierra permanecen inmóviles y contemplan la separación entre el Padre y el Hijo. El Hijo ve milenios de culpa, sufrimiento, rebeldía e indignidad envolverlo y se observa a sí mismo temblar como una hoja, desgarrado por el sonido de las pisadas de su Padre hacia atrás mientras le abandona a los horrores de LA MUERTE. (Hebreos 2:9)
El abrazo se hace más fuerte. ¿Cómo puede el Padre abandonarle a su suerte? A un nivel más profundo, ambos luchan con la posibilidad del fracaso y la pérdida al poder del pecado. El Hijo de Dios quería tomar sobre si mismo la naturaleza humana, abriendo una ventana de oportunidad para que su archirrival, Satanás, le abrumara. No había ninguna garantía de éxito. ¿Cómo pudieron planear juntos una locura como ésa, un riesgo como ése? ¿Cómo pudieron siquiera considerar un plan tan absurdo? Pero el amor les impulsa a seguir adelante.
Aquella larga pausa que parece una eternidad, termina finalmente; ambos deciden llevar a cabo el plan. El Hijo camina hasta el borde del cielo, echa una mirada final al amoroso rostro de su Padre, y desaparece.
B. El plan de la salvación rompe el ciclo de inutilidad
La vida de Jesús puede resumirse en las palabras de Juan 8:29 (NVI): “El que me envió está conmigo; no me ha dejado solo, porque siempre hago lo que le agrada”. No importó lo que Satanás hizo. No pudo romper aquel sentido de dignidad y confianza. Cristo se aferró a su condición de Hijo con una tenacidad que hasta asombró al príncipe de las tinieblas. Satanás debe haberse enfurecido por sus inútiles esfuerzos de hacer que Cristo pecara. Por fin, alguien que podía resistir a Satanás. Después de cuatro mil años de éxito con cada ser humano, Satanás se estrella contra la solida roca de un alma humana que confía en su condición de Hijo de Dios. La condición de Hijo fue la clave de la victoria. La condición de Hijo era la más segura fortificación contra aquel torrente de indignidad que ahogaba a la raza humana y, por lo tanto, la condición de Hijo debía ser el punto focal de la guerra entre los dos rivales.
El pueblo de Nazaret palpita de emoción. La noticia del Bautista se difunde rápidamente. El precursor del Mesías había venido y, al llegar el mensaje al humilde taller de carpintería, Jesús supo que el momento de la batalla había llegado. Hace a un lado el cincel y el serrucho, abraza a su madre, y se dirige hacia el Jordán.
Jesús confía en su condición de Hijo, pero la batalla que se avecina en el desierto le someterá a prueba como ningún hombre ha sido probado antes. Las puertas del dolor humano se abrirán para él como un dique que se desborda. Jesús debía enfrentar toda la fuerza de la indignidad humana y permanecer firme como el peñón de Gibraltar. Si puede permanecer firme, entonces, por primera vez, alguien habrá roto las cadenas del pensamiento basado en el rendimiento. Los despojos de esta victoria se convertirían en la herencia de aquéllos que creen en él.
C. El Conflicto en el desierto es fundamental para la obra en la cruz
La batalla en el desierto era fundamental para la obra de la cruz. ¿De qué sirve la oferta del perdón si el alma humana no puede romper las cadenas de su insignificancia? ¿De que sirve la más poderosa demostración de amor si ningún hombre, ninguna mujer, ni ningún niño tiene el poder de abrazar ese don? La indignidad y la nulidad del pensamiento basado en el rendimiento deben ser derrotados y los despojos de la victoria puestos en manos de la raza humana para que todos puedan abrazar el incomparable don de la cruz.
El Padre sabe lo que se aproxima, y fortalecerá la mano de su Hijo para el combate, no con una poderosa demostración, no con alguna fuerza o arma sobrenatural, porque ninguna de estas cosas sería apropiada para el enemigo que se aproximaba. Dios presenta su mejor arma - el poder que procede de su relación del uno con el otro.
Al salir Jesús del agua y descender la paloma, los cielos se abren y Jesús oye claramente la voz de su Padre: “este es mi hijo amado, en quien tengo contentamiento”. (Mateo 3:17, RV 1909). Estas palabras son la espada más aguda que el Padre podría haber puesto en manos de su Hijo para el combate. Lo consolaron con el pensamiento de dónde estaba su centro y su tesoro. Seguro en la PALABRA de su Padre, combatirá a su astuto enemigo y romperá por nosotros aquellas cadenas que nosotros nunca podríamos romper.
La importancia de esta afirmación es mucho más profunda de lo que la mayoría se imagina. El hecho de que Dios está aceptando a un miembro de la raza humana ofrece increíble esperanza para el resto de nosotros. Por medio de Jesús, Dios extiende la mano a cada uno de nosotros y nos dice que somos sus hijos bienamados. Si alguna vez esperamos aceptar el regalo de la cruz, primero debemos escuchar aquellas preciosas palabras: “Tú eres mi hijo amado, en quien tengo contentamiento”. Es imposible aceptar un regalo de un enemigo sin preguntarnos primero si es una trampa o un anzuelo, pero un regalo de un amoroso miembro de la familia puede ser aceptados por lo que es - un regalo, pura y simplemente.
No hay manera de acercarse a la cruz aparte de a través del puente de una sólida creencia en nuestra condición de hijos e hijas de Dios. Cualquier otro camino conducirá al legalismo o a la licencia para el pecado.
Esas palabras desde el cielo deben haber enfurecido a Satanás. Un recordatorio de algo que él era, pero que ahora no es - ¡un hijo! Era un recordatorio de su nulidad y futilidad. Pero el orgullo no muere fácilmente, así que Satanás se prepara a desatar su andanada de tentaciones sobre Jesús en el desierto.
El registro bíblico dice que Jesús “estuvo en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás”. ¡Yo creo que la mayor parte de la gente encontraría abrumadores 10 minutos de tentación, no se diga 40 días! Satanás había tenido 4000 años de práctica en la tentación para hacerlo bien, y usted puede estar seguro de que Jesús fue el blanco de cada una de las armas del infierno. ¿Quién puede comprender la profundidad de este conflicto? El universo entero contuvo su aliento colectivo mientras Satanás descargaba golpe tras golpe sobre el Hijo de Dios. En cuanto a nosotros, ni siquiera habiamos nacido, asi que estabamos inconscientes de la heroica lucha de Jesús para liberarnos. Si Jesús fallaba aquí, todos habríamos sido aplastados por las cadenas de nuestra nulidad. Jesús era nuestra única y sola esperanza de romper la oscuridad.
¿Saben? Llego a un punto como éste y simplemente tengo que detenerme y pensar en él. Quiero decir, ¿qué puedo decir? Mi corazón rebosa de gozo agradecido por los decididos e implacables ataques sufridos por este Dios hombre por nuestra indefensa situación. Igual que un padre o una madre que corriera a través de una casa en llamas para salvar a su hijo, Jesús fue mentalmente dejado inconsciente por los golpes de Satanás, pero no cejó. Mientras medito sobre Jesús en el desierto y me doy cuenta lo que él estaba haciendo por mí, el fundamento de mi ego-centrismo comienza a agrietarse, y una inmensa ola de amor comienza a levantar la valía de mí mismo de regreso hacia mi Padre celestial.
D. La creencia en la filiación restaura la identidad y rompe el ciclo de inutilidad
Cuando Jesús se encuentra en su punto más vulnerable, cansado, hambriento y solo, todas las cosas que llevan a la humanidad a transigir, llega Satanás al punto de la contienda. “Si eres hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan”. (Mateo 4:3, NVI). ¿Cuál otra sería la prueba excepto su condición de Hijo? ¿Estaba su filiación basada en su poder inherente de hacer milagros, una divinidad inherente que lo hizo digno de ser un Hijo, o estaba basada en la palabra de su Padre celestial, basada en la relación con su Padre? Como Jesús respondió a esta pregunta nos afecta directamente. Él es nuestro ejemplo en todo. Su relación con el Padre es el camino, la verdad y la vida. Si no comprendemos la naturaleza de la filiación de Cristo no podremos comprender el corazón mismo de la eliminación del pensamiento basado en el rendimiento.
Satanás estaba usando el instrumento del apetito para tratar de quebrantar la fe de Jesús en la palabra de su Padre. Cuarenta días antes, Dios dijo: “Este es mi hijo amado, en quien tengo contentamiento”. Si Jesús convierte las piedras en pan, entonces de hecho estaría dudando de la palabra de Dios y esa duda sería suficiente para confundir su identidad. Si le responde a Satanás él estaría reconocido que quien era él, era determinado por lo que podría desempeñar, por el poder que había en el. Esa demonstración hubiera destruido nuestra comprensión de su filiación con Dios. Afortunadamente, Jesús se aferró a su verdadera filiación real y aseguró así el sistema de identidad relacional.[1]
¿Es posible que Satanás podría tentarnos a pedirle a Jesús que convierta las piedras en pan? Cuando examinamos quien es él, ¿le pedimos que defina su filiación por medio de su propia divinidad inherente, o por la relación heredada con su Padre? Esta pregunta es fundamental. Regresaremos a esto más tarde en el libro.
¿Cuantos de nosotros no hemos caído en esta trampa de demostrar nuestra valía por medio de lo que alcanzamos? Llevados a demostrar que tenemos lo que se necesita para alcanzar la cima, ignorando el sueño y el descanso y sobre todo, el tiempo para la oración y el estudio de la Biblia, permaneciendo hasta tarde en la oficina y no teniendo el tiempo vital para la familia - sólo para obtener esa promoción o ese bono. ¿Por qué nos empujamos a nosotros mismos tan duramente? Yo creo que, en muchos casos respondemos a aquella pregunta: “Si eres hijo o hija de Dios lleva a cabo alguna acción grande para demostrarlo”.
Cuando despierta en la mañana y quiere pasar algún tiempo meditando y estando con Dios, ¿Descubre usted que la cabeza comienza a llenársele de todas las cosas que hay que hacer ese día, hasta que ya no lo soporta más y solo quiere transigir con una oración de 5 minutos y luego dar comienzo al día? ¿Le sucede a usted? ¿Por qué? Si llega al final del día y descubre que no ha logrado mucho, ¿todavía está contento y feliz, o se siente frustrado y un poquito deprimido? ¿Se siente agitado acerca de “perder tiempo” en una cama de enfermo, cuando podría estar tachando cosas en su lista de cosas por hacer? Todas estas cosas apuntan al hecho de que, sin excepción, todos nosotros caemos en las tentaciones de Satanás para demostrar nuestra identidad y valía por medio de lo que hacemos. Debido al hecho, que en lo profundo de nosotros, llevamos ese factor de inseguridad transmitido a nosotros por Adán y Eva, somos blancos fáciles por necesitar crear hojas de higuera espirituales y mentales para cubrirnos. La persona insegura siempre responderá a un desafío a su identidad, mientras que una persona segura centrada en su Padre celestial, se aferrará a su identidad de hijo o hija.
Es por esta misma razón por la que Jesús tuvo que entrar al desierto de la tentación. La familia humana necesitaba a una persona que pudiera demostrar que creía que era Hijo de Dios simplemente porque Dios lo decía, no por haberlo demostrado por medio de lo que hacía.
El apóstol Pablo expresa esta realidad al contrastar la identidad entre un hijo y un siervo.
Pero también digo: Entre tanto que el heredero es niño, en nada difiere del esclavo, aunque es señor de todo. (Gálatas 4:1).
Pablo nos explica como podemos ser liberados de muchas de las perplejidades de la vida y las preguntas acerca del trato de Dios hacia nosotros. Cuando verdaderamente comprendemos que Dios es nuestro Padre y que nos está preparando para entrar a su reino, y que nos ama intensamente, entonces nuestra relación con Dios comienza a tener sentido. Las normas y reglamentos ya no son vistos como una oportunidad para demostrarle a Dios que somos sus hijos, sino que se convierten en puertas de libertad que revelan el tierno cuidado que él tiene por nosotros y su anhelo por que recibamos nuestra herencia completa como hijos de Dios. Pablo lo explica de esta manera:
Así también nosotros, cuando éramos niños, estábamos en esclavitud bajo los rudimentos del mundo. Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos. Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre! Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero de Dios por medio de Cristo. (Gálatas 4:3-7)
Estas son algunas de las más hermosas palabras de la Escritura. Al reconocer el sacrificio de Jesús para obtener nuestra adopción como hijos de Dios, somos liberados de la esclavitud del reino de Satanás. Podemos liberarnos de la tiranía del pensamiento basado en el rendimiento y estamos de pie, fuertes y nobles como hijos e hijas de Dios, a sabiendas de que debido a que Jesús siempre será aceptado como un Hijo, mediante él, siempre vamos a ser sus hijos amados.
¿Ha clamado el Espíritu de Dios en su corazón: "¡Abba, Padre!"- !Papito, papito!? ¿Se siente tan seguro en su amor que puede correr a sus brazos y saber que no sólo es bienvenido, pero muy anhelado por él? ¿Ha regresado a la adoración infantil de su Padre que le hace resplandecer cuando él está cerca? Hasta que usted experimente esta libertad, siempre seguirá siendo un siervo que vive con la incertidumbre de lo que Dios está tratando de decir en su Palabra. La relación del siervo se basa solamente en su capacidad de trabajar para Dios, y esta relación torcerá las Escrituras para destrucción.
Como hijos e hijas de Dios, nuestra herencia está segura. Con firmeza podemos venir a él y hacer nuestras peticiones. Podemos confiar en que él sabe lo que es mejor para nosotros y que todo lo que nos sucede en la vida es para ayudarnos a crecer en una comprensión más profunda de los valores del reino de Dios. Entonces podremos romper la esclavitud del pensamiento a base del rendimiento.
[1] “Armado de la fe en su Padre celestial, teniendo en su mente el recuerdo precioso de las palabras pronunciadas desde el cielo en su bautismo, Jesús se mantuvo firme en el desierto solitario, ante el poderoso enemigo de las almas". (The Spirit of Prophecy, Vol. 2, p. 93).