El Modelo Divino - 13 - El ejemplo admirable de Ana
13. El ejemplo admirable de Ana
Debido a la historia que consideramos en el capítulo anterior, la cual nos reveló la neblina metafórica que ha conducido a nuestra iglesia a la apostasía, es natural para muchos asumir que no hay ninguna bendición en respetar a los líderes de la Iglesia Adventista del Séptimo Día. No obstante, yo creo que hay lecciones en la historia de Ana que se aplican a nuestra situación presente.
En el primer capítulo de Samuel tenemos el caso de Ana quien estaba sufriendo bajo el peso de su esterilidad, y para empeorar las cosas, tenía que enfrentarse a las palabras burlonas de la otra esposa de Elcana que podía jactarse de producir niños, mientras que aparentemente ella no podía.
1 Sam 1:1-2 Hubo un varón de Ramataim de Zofim, del monte de Efraín, que se llamaba Elcana, hijo de Jeroham, hijo de Eliú, hijo de Tohu, hijo de Zuf, efrateo. (2) Y tenía él dos mujeres; el nombre de una era Ana, y el nombre de la otra, Penina. Y Penina tenía hijos, mas Ana no los tenía.
1 Sam 1:4-7 Y cuando venía el día, Elcana sacrificaba, y daba a Penina su mujer, a todos sus hijos y a todas sus hijas, a cada uno su parte. (5) Mas a Ana daba una parte escogida; porque amaba a Ana, aunque el SEÑOR había cerrado su matriz. (6) Y su competidora la irritaba, enojándola y entristeciéndola, porque el SEÑOR había cerrado su matriz. (7) Y así hacía cada año; cuando subía a la Casa del SEÑOR, la otra la enojaba así; por lo cual ella lloraba, y no comía.
El esposo de Ana, Elcana, no parecía entender su papel sacerdotal de orar por su esposa tal como Isaac lo hizo por Rebeca.
Gén 25:21 Y oró Isaac a Jehová por su mujer, que era estéril; y lo aceptó Jehová, y concibió Rebeca su mujer.
En lugar de eso, inconscientemente la lastimó más tratando de consolarla con las palabras, “¿No te soy yo mejor que diez hijos?”
Ana no le respondió a su esposo como Raquel le respondió a Jacob cuando ella se encontraba en una situación similar.
Gén 30:1 Viendo Raquel que no daba hijos a Jacob, tuvo envidia de su hermana, y decía a Jacob: Dame hijos, o si no, me muero.
La prueba que Ana soportó teniendo que competir con otra mujer, y a la vez no poder tener hijos hacia su vida inaguantable, pero en vez de dar rienda suelta a su frustración, ella la llevó ante Jehová.[1]
1 Sam 1:10 ella con amargura de alma oró a Jehová, y lloró abundantemente.
Como si esto fuera poco, cuando estaba en el templo orando, el sumo sacerdote la acusó de estar embriagada.
1 Sam 1:12-13 Mientras ella oraba largamente delante de Jehová, Elí estaba observando la boca de ella. (13) Pero Ana hablaba en su corazón, y solamente se movían sus labios, y su voz no se oía; y Elí la tuvo por ebria.
Consideremos este punto de la historia cuidadosamente. La situación de Ana era muy difícil debido a sus circunstancias; su rival se burlaba de ella y su esposo no la entendía. Añádale a esto que Elí no era un sacerdote fiel.
Elí era sacerdote y juez de Israel. Ocupaba los puestos más altos y de mayor responsabilidad entre el pueblo de Dios. Como hombre escogido divinamente para las sagradas obligaciones del sacerdocio, y puesto sobre todo el país como la autoridad judicial más elevada, se lo consideraba como un ejemplo, y ejercía una gran influencia sobre las tribus de Israel. Pero aunque había sido nombrado para que gobernara al pueblo, no regía bien su propia casa. Elí fue un padre indulgente. Amaba tanto la paz y la comodidad, que no ejercía su autoridad para corregir los malos hábitos ni las pasiones de sus hijos. Antes que contender con ellos, o castigarlos, prefería someterse a la voluntad de ellos, y les cedía en todo. Patriarcas y profetas, p. 561
También sabemos que justo antes de morir, Elí había aumentado de peso. Esto indica que era un hombre dado al apetito. Como él que no podía controlar sus propias pasiones, tampoco podía controlar las pasiones de sus hijos.
Sabemos que desde el momento que Samuel comenzó a ministrar en el templo:
1 Sam 2:12 Los hijos de Elí eran hombres impíos, y no tenían conocimiento de Jehová.
También sabemos que:
1 Sam 2:22 Pero Elí era muy viejo; y oía de todo lo que sus hijos hacían con todo Israel, y cómo dormían con las mujeres que velaban a la puerta del tabernáculo de reunión.
Tengamos esto en cuenta mientras Elí se acerca a Ana acusándola de estar embriagada en el templo.
¿Cuál sería nuestra respuesta a esa acusación?
- 1.A sabiendas de que Elí era muy indulgente y no corregía a sus hijos.
- 2.Viendo que este hombre era un esclavo del apetito
- 3.Posiblemente a sabiendas de que los hijos de Elí estaban haciendo cosas muy malas, lo que incluía estropear los sacrificios ofrecidos, y acostarse con mujeres en el templo.
Si supiésemos estas cosas y estuviésemos llenos de dolor por todos esos años de burla de una esposa rival, ¿no sería natural decirle unas buenas verdades al sacerdote? ¿No sería razonable decirle en términos inequívocos que él debería sacarse la viga de su propio ojo antes de tratar de sacar la mota del ojo ajeno?
No obstante, ¿cómo responde Ana?
1 Sam 1:15 Y Ana le respondió, diciendo: No, señor mío; yo soy una mujer atribulada de espíritu; no he bebido vino ni sidra, sino que he derramado mi alma delante de Jehová
Con tristeza ella responde: “No, señor mío”.
En el momento crítico Ana no se olvida del modelo divino y responde en el espíritu de Cristo reconociendo el agente ordenado de Dios.
¿Cómo piensa usted que el cielo respondió en ese momento en el tiempo? ¿Piensa que nuestro Padre en el cielo sonreía? ¿Piensa que él podría haber derramado una lágrima de gozo? ¡Esta mujer tenía toda la razón del mundo para derramar a borbotones su dolor sobre este sacerdote gordo, permisivo, y medio ciego!
Escuche las palabras de bendición que salen del trono del cielo a través de este sacerdote inepto:
1 Sam 1:17 Y Elí respondió, y dijo: Ve en paz, y el Dios de Israel te otorgue la petición que le has hecho.
Fue a través de la bendición de Elí que Dios le dio paz a Ana.[2] Y fue un acto de sumisión a un sacerdocio corrupto lo que trajo al mundo al profeta Samuel.
Aun más, Ana estaba dispuesta a dar su hijo al cuidado de este sacerdote que la había acusado de estar embriagada en su encuentro anterior.
¿Le daría usted su primer hijo a un hombre que le había hablado de tal manera?
¡Qué fe! ¡Qué valor! ¡Qué mujer asombrosa!
¿Hay lecciones en esta historia para nosotros hoy día? ¿Estamos enfrentándonos a líderes corruptos en la iglesia, algunos de los cuales están usando las ofrendas del Señor para invertirlas en lugares dudosos? ¿Estamos tratando con hombres que son permisivos en refrenar a pastores más jóvenes de traer todo clase de abominaciones a nuestra iglesia? ¿Cómo deberíamos hablar de tales ministros cuando nos acusan de estar embriagados porque lloramos en la amargura de nuestras almas, suplicando que el Hijo de Dios sea reconocido en su iglesia?
¿Hay una lección para nosotros aquí? ¿Es posible que podamos recibir bendiciones de un canal corrupto?
¿Es posible que mediante los mismos dirigentes que están haciendo estas cosas venga la bendición que restaurará la voz profética, una voz que pronunciará juicio sobre la misma estructura que será usada para producir esa voz?
“El que tiene oídos para oír, oiga”
[1] En vano trató su marido de consolarla diciéndole: “Ana, ¿por qué lloras? ¿por qué no comes? ¿y por qué está afligido tu corazón? ¿No te soy yo mejor que diez hijos?” Ver 1 Samuel 1; 2:1-11. Ana no emitió reproche alguno. Confió a Dios la carga que ella no podía compartir con ningún amigo terrenal. Fervorosamente pidió que él le quitara su oprobio, y que le otorgara el precioso regalo de un hijo para criarlo y educarlo para él. Hizo un solemne voto, a saber, que si le concedía lo que pedía, dedicaría su hijo a Dios desde su nacimiento. Patriarcas y profetas, p. 554.
[2] El sumo sacerdote se conmovió profundamente, porque era hombre de Dios; y en lugar de continuar reprendiéndola pronunció una bendición sobre ella: “Ve en paz, y el Dios de Israel te otorgue la petición que le has hecho”. Le fue otorgado a Ana lo que había pedido; recibió el regalo por el cual había suplicado con tanto fervor. Cuando miró al niño, lo llamó Samuel, “demandado de Dios”. Patriarcas y profetas, p. 555.