El Espíritu - impersonal y personal
El Espíritu – Impersonal y personal
M. C. Wilcox, Signs of the Times, Agosto 18, 1898
Dios es la fuente de la vida. A través de Jesucristo esta vida se derrama en el mundo de la misma manera que por medio del sol Dios le da luz. Porque Cristo es el Sol de justicia, es también el “Príncipe de la vida”, porque la justicia es vida. Pero así como sin la atmósfera la luz del sol no sería de ningún provecho, de la misma manera sin el Espíritu la vida y la luz de Cristo no servirían de nada.
Cuando Cristo estuvo aquí en la tierra, su contacto con la humanidad fue cálido, personal, servicial y vivificante. Era la luz y la vida de todos los que lo recibieron como tal. Pero él no podía permanecer aquí para siempre. Si se hubiese quedado, se habría limitado a una obra local. Su obra hubiese sido confinada al lugar donde estaba su presencia personal. Incluso sus propios discípulos, los más devotos, sintieron que Jesús debería estar presente personalmente para salvar de la muerte o hacer milagros. Ellos nos dan la medida de su fe en estas palabras: “Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto”. Cuando la fe de un extranjero fue más allá de esto y dijo: “Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; solamente di la palabra, y mi criado sanará”, incluso Jesús se maravilló y exclamó: "De cierto os digo, que ni aun en Israel he hallado tanta fe”.
A medida que la fe crece más grande y más firme, debe asirse a aquello que los ojos físicos no pueden ver, que las manos físicas no pueden tocar.
Fue en parte debido a la localidad de su obra y la débil fe de sus seguidores que Jesús dijo: “Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré. Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio”. La fe crecerá más fuerte en la ausencia física de Cristo que en su presencia física visible. Incluso después de su resurrección, cuando se reunió con sus discípulos, y sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo”, no recibieron el Espíritu Santo como era su privilegio. Fueron dirigidos a donde podían hacerlo, pero no fue sino hasta diez días después de que Jesús había partido que eso ocurrió. No fue hasta entonces que se dieron cuenta de lo que Jesús había prometido. “He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”, o hasta que la obra del evangelio esté terminada en todo el mundo.
Es necesario una comprensión más grande, más fuerte, más sencilla de la fe, de descansar completamente en las palabras del Maestro, de recibir el Consolador. Pero cuando se recibe, ¿qué es sino la recepción de Cristo Jesús? “Cristo vive en mí”; “que habite Cristo por la fe en vuestros corazones”; “el Espíritu de Dios mora en vosotros”; “si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él”. Todo revela directa o implícitamente, la misma verdad, que el Espíritu nos trae la presencia de Jesucristo.
Porque, tenga en cuenta esto: cuando esa gran corriente vivificante que procede del Príncipe de la vida fluye hacia sus hijos, no rompe la conexión con Cristo. Verdaderamente conecta el alma con Cristo tal como el cable conductor del trolebús eléctrico conecta a ese trolebús con el gran dínamo de la central eléctrica. En efecto, ese cable trae a ese gran dínamo dentro del trolebús. Si se corta el cable la conexión se rompe inmediatamente, por consiguiente desconectando al trolebús y después al dínamo.
Por lo tanto el Espíritu, el Consolador, nos trae la presencia de Cristo. Nuestros ojos naturales no pueden verlo, nuestros oídos naturales no pueden oír su voz, nuestras manos físicas no pueden tocar sus manos o pies, pero su presencia está aquí, y a través de nuestro cuerpo y alma nuestro espíritu siente el calor, la luz, la presencia vivificante de nuestro Redentor y nuestro Dios. Y así el “Espíritu eterno” viene a nosotros como la fuerza de la vida y la presencia verdadera de Jesucristo, Redentor, Compañero, Rey.
Si fuera necesario que Jesús estuviera físicamente presente para bendecir y sanar, de hecho, ¡cuan pocos podrían recibir su bendición! Pero saber que las corrientes de la vida de su Espíritu son infinitos en número y de igual manera en poder omnipotente que fluye de la gran Fuente central de vida, trayendo la presencia, el calor, y el amor de Dios para cada alma que con fe sencilla acepta “recibid el Espíritu Santo”. Saber esto mediante una bendita experiencia es conocer al Padre y a Jesucristo como nunca les hubiéramos conocido por medio de la presencia física de Cristo. Él es capaz de salvar perpetuamente a cualquiera, a cada uno, en cualquier lugar, dondequiera. ¡Qué Dios maravilloso! ¡Qué preciosa garantía!
No deberíamos entender de esto que, ¿cómo es que la palabra habla del Espíritu como impersonal, de ser derramado sobre toda carne, como agua que procede de una gran fuente; de ser derramado como abundancia de lluvia, como de nubes cargadas; de estar presente en todas partes del universo de Dios, así como el espíritu, o la vida del hombre esta presente por doquier en su cuerpo, o como la electricidad está presente en todas las sustancias, mientras que al mismo tiempo se habla del mismo Espíritu como persona, porque lleva consigo la vida y el poder de Dios en todas sus operaciones en la naturaleza, y la gracia, la presencia de Dios a los hijos de la fe?
Viene al creyente como una persona, la persona de Cristo Jesús, dando testimonio de él y por él. Es la poderosa fuerza de la vida de la Deidad, por medio de la cual todas sus obras son hechas, pero que entra en el corazón y en la vida del creyente no sólo como una agencia del poder, sino como una presencia divina del amor y el conocimiento y el compañerismo.
Jesucristo es la Cabeza, y la iglesia es su cuerpo. Así como de la cabeza se irradia a todas partes del cuerpo la onda eléctrica que controla todas las funciones del mismo, así de Cristo, la cabeza de la iglesia, procede la electricidad, todo el enorme poder de su Espíritu, controlando en la iglesia saludable, así como los nervios en un cuerpo normal, todas las operaciones y la obras de la vida de la iglesia, fluyendo de la iglesia como una influencia santa, beneficiosa, edificante, sobre todos en derredor.
Pero así como el cerebro tiene ayudantes para reforzar su obra, de la misma manera Jesucristo tiene ayudantes en su obra para con los hijos de los hombres. Los ayudantes del cerebro son los nervios plexos y los ganglios distribuidos en las varias partes del cuerpo. Lo que estos ayudantes son en el gran plan y sistema de Dios lo consideraremos en nuestro próximo artículo.
Aquí hay otro artículo relacionado con el anciano Wilcox:
Biografía y citas de M. C. Wilcox