Descubriendo la cruz - 1 - ¿Por qué descubrir la cruz?
Quien acaba de adquirir un automóvil, desearía mantenerlo siempre como nuevo. Quizá no pronuncie una sola palabra al respecto, pero se siente orgulloso de su nueva posesión, y esa última mirada delatora que le dedica cada vez que aparca y sale de su nuevo auto, resulta casi inevitable.
A otros les sucede lo mismo con su bonita casa, o bien se sienten orgullosos de su brillante carrera. La música, el arte, la ciencia, etc, pueden significar otro tanto para muchos.?Lo que constituía para Pablo el motivo de supremo interés, proporciona el tema a este libro. Ya hemos recordado las palabras de Pablo: “Lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo”. El español moderno carece de una palabra que abarque el pleno significado del término original traducido por “gloria”. Combina el deseo de conseguir, el orgullo de poseer, la pasión por conocer y apreciar, el encanto de la belleza, la vibrante emoción que el hombre moderno despliega en su incesante búsqueda de los placeres de esta vida. Reúne todo eso, y podrás comenzar a apreciar lo que Pablo quiso decir con la expresión “gloriarse en la cruz”. “Me propuse no saber nada entre vosotros, sino a Jesucristo, y a éste crucificado” (1 Cor. 2:2).
El anciano apóstol, ¿un fanático?
¿Qué había en la cruz, que le inspiró esa pasión intensa y duradera, que llenó de emoción cada día de su vida? ¿Encierra la Biblia algo mucho más bello y vital de lo que hasta el presente hemos sido capaces de discernir?
Los científicos nos informan de la existencia de abundantes recursos energéticos en los océanos, inexplorados hasta hoy, suficientes para abastecer a generaciones futuras. Es mi convicción que en la cruz hay también vastos e inexplorados recursos de energía espiritual, a la luz de la entusiasta exposición que de ella hace Pablo. Para demasiados de nosotros la fe representa una experiencia penosa y cansada. Ignoramos en gran medida el poder del evangelio para cambiar a las personas, un poder que Pablo conoció hace ya muchos años.
La propia conversión de Pablo fue consecutiva a una visión de Cristo como el Crucificado. A pesar de haber estado inmerso en el odio y el prejuicio, en un reducidísimo espacio de tiempo comprendió que la cruz en la que Cristo murió demostró de forma fehaciente su aseveración de ser el tan esperado Mesías. La profunda convicción que lo sobrecogió aquel día, camino de Damasco, hizo brillar la cruz con un encanto tan irresistible que cambió su vida para siempre. A partir de entonces, la cruz fue el sol que iluminó su propio cielo. Fue el tesoro mismo de la verdad del evangelio; no una mera faceta de él. Fue el centro y sustancia del mensaje de Cristo; no simplemente uno de sus aspectos.
Nuestro mundo de hoy conoce muy poco, o nada, sobre esa cruz. Para los hombres de antaño era motivo de perplejidad. Para unos “tropiezo”, para otros “necedad”. Para casi todos, “escándalo” (1 Cor. 1:23; Gál. 5:11). Pero para el mundo de nuestros días es algo insignificante, algo así como un aburrido rompecabezas. La realidad de la cruz no se ha extinguido, pero la cruz no puede ser un escándalo a menos que se la empiece a comprender. Nada tiene de extraño que la sociedad de hoy se muestre apática ante ella. Lejos de luchar contra la cruz, tal como hizo el mundo de los días de Pablo, el nuestro de hoy agoniza en la mortal ignorancia de ella. No obstante, es posible contemplar el símbolo de la cruz por doquier: en las iglesias, pendiendo del cuello de muchos, plagando los cementerios... ¿Por qué esa ignorancia de su significado?
Satanás, desenmascarado
Esas tinieblas han sido el resultado de los astutos planes del enemigo de todo bien. Satanás sabía que la cruz aseguraba su derrota final y revelaba su consumada depravación.
Significaba para él el toque de difuntos. Todo el universo contempló la muerte de Jesús. El odio satánico contra Cristo que se demostró en la cruz, le privó para siempre del más mínimo sentimiento de afecto o simpatía, por parte de esa vasta audiencia. En ese sentido, el “príncipe de este mundo” fue “echado fuera” (Juan 12:31-33).
Se le cayó definitivamente la máscara. Nadie que hubiese conocido el verdadero carácter de Dios, albergaría en lo sucesivo una partícula de simpatía hacia Satanás. En lo concerniente a los ángeles que no cayeron, Satanás supo que había perdido toda opción. Todo cuanto podía hacer ahora era intentar asegurarse el mundo caído de su lado y, apoyándose en esa ventaja, guerrear contra Cristo.
Fraguó así el malvado designio de borrar el conocimiento de la cruz de la comprensión de los hombres. Mediante el establecimiento de la “abominación asoladora” (Dan. 12:11), Satanás maquinó una falsificación del verdadero cristianismo. Su principio básico consistiría en dar un rodeo que evadiese la verdadera cruz, de forma que la raza humana no pudiera ver más allá de una tenue vislumbre de su significado. A fin de atrapar a la gente en su engaño, Satanás tenía que exaltar la señal de la cruz como objeto de adoración, pero a expensas de excluir la verdad de la cruz. Así, desde los tiempos de Constantino, la señal de la cruz vino a convertirse en el emblema del cristianismo profeso, al tiempo que una falsificación sutil del verdadero cristianismo traía la “prevaricación asoladora” al corazón humano (Dan. 8:11-13). La historia del cristianismo ofrece, durante unos 1.600 años, un cuadro patético del “gran furor” de Satanás contra el evangelio, “al saber que le queda poco tiempo” (Apoc. 12:12). Éste ofreció al hombre la sombra, en lugar de la sustancia. La cruz se convirtió en un talismán entrañable, en un amuleto, en un emblema incorporado a los collares, erigido en los campanarios o en las fachadas de las iglesias. Cruces de metal o madera han venido a ser incluso objetos de adoración, mientras que el verdadero principio de la cruz permanece en el mayor de los desconocimientos.
Tanto confía Satanás en sus planes, que permite que se hable con toda libertad de la cruz, que se ore a propósito de ella, que se cante, que sea un ingrediente en el ornamento del ser humano y en la arquitectura, incluso que se la adore. No le importa, con tal que resulte distorsionada toda posible comprensión de lo que realmente significa. ¿Qué mejor treta podría perfeccionar un enemigo derrotado, que la de tomar el símbolo de su derrota y transformarlo en un emblema de su fingida victoria?
El sol ha resultado verdaderamente borrado del cielo de una cristiandad tal. Aunque la verdad de la cruz pueda no ser conscientemente rechazada o descreída, dejar de captar su significado resulta en una trágica pérdida, tanto como lo fue el rechazo de la cruz para los dirigentes judíos del tiempo de Cristo. La mente acepta el símbolo, mientras que el corazón desconoce la experiencia que encierra.
La mayor conspiración en toda la historia
Pero ni el hueco símbolo, ni la palabra vacía tienen por qué extraviarnos. El falso concepto fue diseñado con el expreso propósito de interceptar la comprensión de su genuino significado. La existencia misma de una falsificación constituye una evidencia de poder encontrar lo genuino. Las nubes y la niebla que Satanás ha querido arrojar sobre la cruz se disiparán, y llegaremos a ver la sorprendente y viva realidad de esa gloriosa revelación que Pablo vio. Lo que Satanás esperaba que fuese su golpe maestro, vino a resultar en su más absoluta y autoinfligida derrota.
Se nos asegura de nuestra victoria personal sobre el pecado en estas palabras: “Lo han vencido por la sangre del Cordero” (Apoc. 12:11). Siguen vigentes las palabras de Juan el Bautista: “Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29). “Miradme a mí y sed salvos”, es todo cuanto pide Dios de nosotros (Isa. 45:22).
Contemplando
Uno de los pasatiempos favoritos del hombre es observar. Cientos de revistas tienen por diana la satisfacción de ese deseo irrefrenable del hombre. Miles de personas dedican su tiempo libre a mirar el escaparate de la humanidad que transita frente a su puerta o ventana, frente a su pantalla de TV, o en las páginas de su semanario favorito. Si se produce un accidente o algo inusual en la calzada, sentimos la urgencia de acercarnos a “ver qué pasa”. Todos tenemos esa necesidad de dirigir nuestros ojos a lo que nos resulta aún desconocido. Existe un deseo insatisfecho por aquello que aún no conocemos.
La cruz de Jesús constituye el deseo supremo de todo ser humano, aunque para muchos no reconocido. Ninguna otra visión puede colmar nuestra necesidad más profunda.?Y una vez que hemos contemplado la cruz, nos “gloriaremos” sólo en ella, como Pablo. Se convertirá en lo único y lo más importante para nosotros. Si “contemplamos el Cordero de Dios”, participaremos de una visión que tiene poder para hacer que toda idolatría se desvanezca en la nada que realmente es. El dinero, las posesiones, la carrera, la fama, dejarán de tener valor para aquél que haya comprendido lo que significa el Calvario. Para él, comenzó una vida nueva.
En el monte Calvario estaba una cruz, emblema de afrenta y dolor,
y yo amo esa cruz do murio? mi Jesu?s
por salvar al ma?s vil pecador.
Y aunque el mundo desprecie la cruz de Jesu?s,
para mi? tiene suma atraccio?n,
pues en ella llevo? el Cordero de Dios
de mi alma la condenacio?n.
Jorge Bennard
Contemplemos la cruz.