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Mi Amado - Capítulo 21 - Ante el arca del pacto

Publicado Dic 03, 2013 por Adrian Ebens En Mi Amado
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La realidad del amor del Padre a través de Cristo capacita al alma para acercarse al tribunal. A medida que nos acercamos al trono de juicio, la presencia de la ley nos hace sentir nuestra gran necesidad. Nuestra gran necesidad hace que pidamos fuerzas para vencer, la vida está moldeada más por oración y menos por la charla. La obra del mediador ocupa un lugar central para el pecador. Nuestra creencia de que nuestras peticiones son escuchadas descansa firmemente en nuestra confianza en Cristo como nuestro mediador.

Si estuviésemos planeando un viaje a las selvas de África para reunirnos con el rey de un país determinado, ¿nos sentiríamos seguros al pedirle a nuestro vecino de al lado, que ha pedido prestado en la biblioteca un libro sobre ese país, que actuara como intérprete? Obviamente, la capacidad de nuestro vecino para entender las costumbres y la corte del rey extranjero no infundiría en nosotros un sentido de confianza.

Si viajáramos a ese lejano país y confiáramos en uno de los oficiales del rey para que actuara como intérprete, ¿nos sentiríamos más seguros? No, porque este hombre, que conoce muy bien la manera de ser del rey, no sabe nada de nuestro país, nuestras costumbres y nuestras necesidades. Nuestra confianza de que este intérprete pueda entender nuestras peticiones sería mínima.

Cuando nos acercamos al trono de Dios, tenemos una necesidad urgente de saber que nuestro Intercesor entiende realmente tanto los caminos de Dios como los del hombre. El mensaje de Hebreos uno y dos fue dado especialmente con el propósito de revelar a Jesús como un Mediador que realmente puede interceder.

Observemos detenidamente:


Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, (2) en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo; (3) el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas, (4) hecho tanto superior a los ángeles, cuanto heredó más excelente nombre que ellos. Hebreos 1:1-4.

En el pasaje anterior, ¿podemos tener la confianza de que Jesús conoce la mente y el corazón de Dios? Cuando nos damos cuenta de que Jesús es la imagen misma de su Padre y que la herencia de su Padre lo hace mucho mas apto que los ángeles, podemos decir: “¡Alabado sea Dios!”. Podemos tener la confianza de que Jesús va a poder representar al Padre y decir exactamente lo que tiene en mente.

Luego, cuando pasamos al capítulo dos de Hebreos leemos:


Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo (15) y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre. (16) Porque ciertamente no socorrió a los ángeles, sino que socorrió a la descendencia de Abraham. (17) Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo. (18) Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados. Hebreos 2:14-18.

En estas palabras, vemos que Jesús tomó nuestra naturaleza sobre sí mismo. Se hizo semejante a nosotros en todo. Sabe lo que es sentirse muy cansado y ser presionado por mucha gente encolerizada. Sabe lo que es sentirse abandonado. Fue tentado en todo como nosotros, pero sin pecado. Cuando comprendemos que Jesús es verdaderamente el Hijo del hombre y verdaderamente el Hijo de Dios, podemos tener plena confianza de que presentará nuestras oraciones al Padre y, a cambio, nos ofrecerá la fortaleza, el consuelo y el aliento del Padre.

La mayoría de las iglesias protestantes enseñan que Jesús intercede por nosotros en el cielo. Sin embargo, ya que no existe la creencia de que Jesús pasa al Lugar Santísimo para hacer una obra de expiación final, no hay necesidad de afligir el alma y poner fin a todo pecado. Esto puede compararse con caminar tranquilamente a través del puente Golden Gate. Si creemos que Jesús va a seguir intercediendo por el pecado sin dejar nunca esta obra, entonces podemos gratificarnos con la idea de que podemos tratar de vivir una buena vida pero no tenemos por qué ser celosos ya que siempre podemos pedir perdón; nunca va a terminar.

Sin embargo, la necesidad de desechar todo pecado viene cuando vemos que la intercesión por el pecado cesará antes de la Segunda Venida de Cristo. La necesidad del ministerio en el Lugar Santísimo se puede explicar de esta manera: Podría ser comparado con viajar sobre las cataratas del Niágara sobre un cable. Una vez que entendemos que la intercesión por el pecado cesará antes de la Segunda Venida, somos como el hombre que voluntariamente se metió en una carretilla y permitió que el equilibrista Charles Blondin, lo llevara a través de las cataratas del Niágara. Como cuenta la historia, el cable comenzó a balancearse cuando estaban a medio camino. Blondin le dijo al hombre que se pusiera de pie en la carretilla. Esto requería una confianza implícita, pero el hombre se puso de pie. Habiendo estado sentado en la carretilla por un rato, había estado lo suficientemente cerca de Blondin para observar su habilidad a primera mano. Blondin maniobró al hombre con mucho cuidado sobre su espalda y lo cargó el resto del camino.

Si hemos de creer que el camino al cielo es sencillamente un paseo a través del puente Golden Gate, ¿habría necesidad de agarrarse a la espalda de su mediador como si en ello nos fuera la vida? ¡No! Se podría caminar a 10 metros de distancia sin sufrir ningún daño. No habría que acercarse tanto al Salvador, así que uno no tendría conciencia de sus pecados o de aprender más acerca del Padre a través del Hijo. La experiencia del Lugar Santísimo nos pone encima de un cable sobre el cual el Salvador nos llevará, si estamos dispuestos. La experiencia del lugar Santísimo no permitirá que ninguna parte del yo entre a la Canaán celestial. La experiencia del Lugar Santísimo requiere que descansemos completamente en nuestro mediador, confiando en su intercesión por nosotros, y dándonos la fortaleza necesaria para vencer. Tal como dice la Biblia:

 “Me acercaré a ustedes para el juicio”. Malaquías 3:5.

Dios se acercará a los que estén presentes en el juicio para ayudar a los verdaderos buscadores de la verdad y dejar al descubierto a los falsos profesos que desprecian el camino de la salvación. La Biblia nos dice:


Pero para nosotros hay un solo Dios, el Padre, de quien proceden todas las cosas y nosotros somos para El; y un solo Señor Jesucristo, por quien son todas las cosas y por medio de El existimos nosotros. 1 Corintios 8:6.

 

Porque hay un solo Dios, y también un solo Mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús hombre. 1 Tim 2:5.

Vemos que hay un solo Dios, el Padre, y hay un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre. Si acepto la doctrina de la Trinidad, entonces me veo obligado a creer que hay un solo Dios compuesto de Padre, Hijo y Espíritu Santo, y un Mediador, Cristo Jesús. Esto hace del hombre Jesús tanto un Mediador como uno por el cual la intercesión se lleva a cabo. ¿Será posible que alguien pueda realmente interceder y a la vez necesitar intercesión? ¿No estaría esta situación sujeta a la acusación de parcialidad?

Si Jesús es Dios de la misma manera que el Padre, entonces, ¿por qué el Padre necesita mediación más que el Hijo? ¿Cómo puede Jesús realmente representar al Padre si no procede del Padre? La intercesión tendría que ser tan sólo simbólica porque no hay ninguna diferencia entre el Padre y el Hijo, excepto por el título.

Un mediador real y eficaz necesita una posición claramente distinta de las dos partes que requieren mediación. La herencia que Cristo recibió del Padre deja en claro la distinción entre ellos. También permite que Cristo represente plenamente a Dios por naturaleza. Él es distinto de Dios, pero está con Dios y, por lo tanto, es verdaderamente Dios por herencia. Como Hijo de Dios que tomó sobre sí nuestra carne, es distinto de nosotros, pero uno de nosotros por herencia. Es la peculiaridad de Cristo a través de su doble herencia de Dios y el hombre lo que lo hace apto para ser un verdadero mediador entre Dios y el hombre.

Una vez que sabemos estas cosas acerca de nuestro Salvador, podemos descansar con todo nuestro peso en él y confiar en que nos dará la ayuda necesaria para cruzar la cuerda angosta. Un verdadero Intercesor proporciona verdadera intercesión para la verdadera salvación. El mediador simbólico de la trinidad provee una representación simbólica de un Padre simbólico que proporciona poder simbólico y salvación simbólica, lo que es igual a la muerte.

Hay otra razón fundamental por la que he elegido a mi Amado en lugar de la trinidad. Solamente el Hijo unigénito del Padre puede proporcionar la verdadera intercesión por medio de la verdadera representación. Mi confianza en mi dulce Mediador fortalece mi fe para presentarme ante el Padre en el juicio.

 Jehová no lo dejará en sus manos, ni lo condenará cuando le juzgaren. Salmo 37:33.

Sólo mi Amado a quien he elegido me ha permitido andar todo el camino a través del Santuario, ya que él es en verdad el Camino al Padre.


¿Quién es ésta que sube del desierto,

Recostada sobre su Amado?

Debajo de un manzano te desperté;

Allí tuvo tu madre dolores,

Allí tuvo dolores la que te dio a luz.

(6) Ponme como un sello sobre tu corazón, como una marca sobre tu brazo;

Porque fuerte es como la muerte el amor;

Duros como el Seol los celos;

sus brasas, brasas de fuego, fuerte llama.

(7) Las muchas aguas no podrán apagar el amor,

Ni lo ahogarán los ríos.

Si diese el hombre todos los bienes de su casa por este amor,

De cierto lo menospreciarían. Cantares 8:5-7.