Toma Tu Cruz
Publicado Feb 17, 2016 por Adrian Ebens En Evangelio Eterno
Imagínate ser impulsado por el deseo de estar cerca de todas las personas que conoces. Probablemente si tuvieras mucho dinero y te desbordaras con regalos podrías llamar la atención de la gente. Aun así, ¿esto haría que ellos se acercaran a ti? ¿No sería que se alejarían aún más de ti, ya que los regalos que les das te reemplazarían y tus amigos desearían más tus regalos que tu compañia? Esta fue la experiencia del hijo pródigo cuando se quedó sin dinero.
Todos hemos experimentado la pérdida de la amistad. Esto pudo haber sido causado por una ofensa a alguien por algo que dijimos, pudo ser debido a convicciones que tenemos acerca de algún aspecto sobre el planeta o por la forma de vida que consideramos sagrada que causa que nuestros amigos se distancien de nosotros.
¿Por qué nos debe preocupar? ¡Si nuestros amigos no nos aprecian tal y como somos, pues que se vayan! Aquí es cuando el tener el deseo de estar cerca de cada persona te va a causar dolor y pena. Si simplemente puedes decirles adiós a aquéllos que no aceptan tus valores, no hay dolor. Pero si tú los amas y deseas su amistad, el verlos alejarse será como un cuchillo que traspasa el corazón; tu deseo de estar cerca de ellos choca contra la pared del deseo de ellos de no estar más en tu presencia.
Así que, imagínate desear estar cerca de cada persona en el mundo, no sólo ahora sino querer estar cerca de cada persona que haya vivido jamás. Entonces, añádele el hecho de que cada persona que ha existido tiene una inclinación natural a despreciarte o a ser cauteloso contigo. ¿No sería más fácil dejarlos ir? Seriamente, la tristeza de tratar de acercarte a cada persona en esa situación te causaría un dolor incomprensible. Así que puedes comenzar a hacerte una imagen mental de la extensión del significado de la cruz.
“Despreciado y rechazado por los hombres; varón de dolores, experimentado en quebranto, y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado y no le estimamos.” Isa. 53:3
Cada día que Cristo sopla vida a la raza humana, provee a su vez luz solar, agua y los elementos esenciales necesarios para proporcionar las bondades de la tierra. Por Su Espíritu Él habla suavemente a las almas de los hombres de la belleza y el gozo de los mandamientos de Su Padre. En respuesta, los corazones de los hombres se esconden de Él, pretenden no escuchar, no entender, o siquiera aceptar que se les ha hecho un llamado. Con cada llamado hay un costo. El Señor Jesús es una persona real con sentimientos reales. Cuando Él es ignorado, rechazado y su nombre usado para maldecir, Él siente dolor. Él es herido, lastimado, afligido cuando ve a las masas de la humanidad atrapadas en la red de la filosofía humana y la religion creada por hombres que separa al alma de Cristo. Cuando la impresión llega al alma y dice, “¿no estás cansado de vivir esta vida de egoísmo? ¿No deseas algo mejor para tu vida?” y el corazón da la espalda, Cristo es desilusionado y sufre el rechazo.
Tú podrías imaginar que luego de algún tiempo de buscar la amistad de una persona, el dolor por el rechazo paraliza la mano que se estrecha en un llamado y que para poder preservarte a ti mismo, debes cortar con ellos.
¿No es esto lo que la razón humana nos diría? “¡No dejes que te sigan lastimando! ¡Debes salvarte a ti mismo y bajarte de esa cruz y evitar que te sigan hiriendo de esa manera!” El deseo de permanecer y continuar amando solamente te traerá más sufrimiento, así que, ¿no sería mejor olvidarte de ellos de manera que te ahorraras todo ese sufrimiento? La determinación de permancer es el sufrimento de la cruz.
Al convertirnos en seguidores de Cristo somos invitados a participar de Su vida de rechazo y escarnio. Somos invitados a recibir su deseo de amar a la humanidad a nuestro alrededor, alcanzarlos y hacerles el llamado para que vengan al Hijo de Dios. Al hacer esta obra el Salvador nos dice: “El que quiera seguir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz diariamente y sígame.” Luc. 9:23
Diariamente somos invitados a entrar en las labores de nuestro Amo. Somos llamados a interceder por aquellos que se encuentran perdidos y que estan sufriendo en el pecado. Somos llamados a soportar pacientemente el escarnio y el reproche mientras hacemos esto. A pesar de ello, para muchos que reclaman ser seguidores de Cristo, parece haber un camino más cómodo a seguir y algunas veces hasta popular. Algunos predicadores de Cristo parecen vivir muy bien de su trabajo de predicar el nombre de Cristo y no parece que soporten mucho sufrimiento por Él.
Como el Maestro nos advirtió: “Y respondiendo Jesús les dijo: Mirad que nadie os engañe. Porque vendrán muchos en mi nombre, diciendo: Yo soy el Cristo; y a muchos engañarán.” Mat. 24:4-5
Muchos declararán ser representantes del Hijo de Dios y engañarán a muchos. ¿Por qué? Porque seran cegados por un falso hijo: Un Barrabás, que viene en su propio nombre en vez de venir en el nombre de Su Padre; porque el engendramiento del verdadero Hijo de Dios no es agradable o aceptable para la mayoría.
Jesús recuerda gentilmente a sus seguidores:
“Bástale al discípulo ser como su maestro, y al siervo como su señor. ¿Si al Padre de la familia llamaron Beelzebub, cuánto más a los de la casa? “Mat.10:25
Cuando yo acepté al engendrado Hijo de Dios dentro de la comunión de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, fui instruido hacia un entendimiento de la cruz que no había comprendido previamente. Como ministro de esta comunión me encontraba conectado, muy de cerca, con mucha gente. Mis experiencias de vida han estado atadas a esta comunidad, pero al aceptar al Hijo engendrado, entré a participar de los dolores y sufrimientos de mi Maestro.
Al conoceer de mi amor por el engendrado Hijo de Dios, algunos de mis amigos se me acercaron para cuestionarme acerca de por qué yo había cambiado de amante. ¿Por qué yo cambié a la segunda persona de la Trinidad por este engendrado Hijo de Dios de “bajo nacimiento”? Cuando comencé a hablar con ellos seriamente y pudieron ver que el nuevo amor que había encontrado había capturado mi alma, pronto dejaron de hablarme. Su silencio rompió mi corazón. Como el ladrón cargando su cruz al lado del Salvador, sentí el vituperio y las burlas de la multitud y sentí un urgente deseo de resguardarme de la carga que me oprimía. A pesar de que merecía morir por mi crímen contra Dios, mi corazón retrocedía alejándome de ello.
Esta secreta vergüenza por la cruz se manifestaría a sí misma en la expresión de mi dolor en palabras de frustración e ira. Esto contaminaría todas mis motivaciones al responder a la creciente injusticia de mis antiguos amigos, quienes simplemente o me sacaron silenciosamente de sus vidas o me sonreían dulcemente cuando nos encontrábamos por coincidencia, pero nunca se atrevían a hablar acerca de lo que yo creía o estaba haciendo.
Misericordiosamente las victorias llegarían. Yo bebería de la copa de la humildad y gracia de Cristo y así Él me capacitó a soportar varios episodios dolorosos. Yo, recuerdo claramente la noche en que fui desfraternizado de la Iglesia Adventista. Mi abierta manifestación de amor por el Engendrado Hijo no podía ser tolerada. No podia pronunciar ese nombre dentro de las predios de la Iglesia Adventista. Fue y sigue siendo un pecado capital el hablar en este nombre. Aun recuerdo a las personas que me desfraternizaron esa terrible noche del 4 de junio de 2012, cuando la luna llena brillaba esa noche en un cielo despejado. Recuerdo el amor que brotaba de mi corazón proveniente de mi amado Maestro. Tal amor de frente al rechazo y al escarnio. Habiendo experimentado tal amor, y reconciendo que no provenía de mi, yo continúo deseando ese tierno amor que puede amar a los enemigos y poner la otra mejilla. Luego de mi desfraternización la carga de la cruz causó que me derrumbara al suelo por su peso. Mi corazón peleó con mi sufrimiento y perdí el contacto con la realidad de cargar esa cruz diariamente. Mi querido Salvador continúa atrayéndome más profundamente hacia la muerte en la cruz, para deponer mi vida y aceptar el escarnio y el rechazo y entrar en la comunión de Sus sufrimientos.
Así como mi Maestro lo experimentó, mis antiguos amigos me acosan con palabras- ¡baja de esa cruz y te aceptaremos! Renuncia a esa estúpida creencia en el engendrado Hijo e inclínate ante la segunda persona de la Trinidad y te aceptaremos nuevamente y te buscaremos. Yo me volteo y miro a mi Maestro en angustia en la cruz y clamo a Él, recuérdame cuando vengas en tu Reino y Él me dice, Te digo hoy, que estarás conmigo en el paraíso.
Cada día que pienso en mis amigos, me siento y miro páginas en el Facebook y me pregunto si debo enviarles un mensaje. ¿Debo decirles que los amo y que los extraño y enfrentar el riesgo de recibir más rechazo y escarnio? Es el camino de mi Maestro, hacer un llamado en amor y no en un espíritu arrogante que dice” ¡yo tengo la verdad y tú estás completamente equivocado!” Es tan fácil dar la espalda a la cruz a través de palabras airadas y entrar en un espíritu de debate que domina los corazones de muchos de los que profesan creer en el Hijo engendrado. Grupos en Facebook estan llenos de almas dolidas y heridas que no desean tomar la cruz y someterse para que le den en la otra mejilla. Ellos abofetearán en respuesta y lo harán dos veces más fuerte. ¡Oh, Señor Jesús líbrame de ese espíritu! Me arrepiento de haber dejado que estos pensamientos de represalia pasaran por mi corazón y mi mente.
Así que el Facebook se convierte en una tortura cuando veo las caras de aquéllos que una vez me amaron y ahora temen mi presencia. Cuando yo hablo ellos escuchan las palabras “¡inmundo! ¡inmundo!” – Cuando reviso mi archivo de direcciones en mi computadora y veo los nombres de mis antiguos amigos, siento el dolor y siento la pérdida. ¿No sería mejor olvidarlos? ¿Por qué no bajar de esta cruz y salvarte a ti mismo? Sin embargo, ya no soy yo el que vive, sino Cristo que vive en mí y ama en mí. No puedo impedir que Él ame a otros a través de mí si yo deseo que Él viva en mí.
Por lo tanto, debo cargar la dolorosa cruz y caminar con el Hombre que es despreciado y rechazado por los hombres. Debo ser crucificado juntamente con Cristo si deseo permitirle a Él que sea el amor de mi vida. Pero veo en Él un encanto inigualable y exclamo, ¡Oh, cuánto amo a este Hijo engendrado del Padre! Es más dulce que la miel, más precioso que el oro. No puedo venderle por 30 monedas de plata o por 20 como los hermanos de José le hicieron a él.
Jesús le pregunta a sus siervos, ¿pueden beber de la copa que yo bebo? Yo contesto: Señor tu conoces todas las cosas, Tú sabes que yo creo que tu amor ágape vive en mí por la fe. Sé que al cargar tu cruz, sólo camino a tu lado, al lado de Aquél que es afligido en todas mis aflicciones y que lleva y soporta la carga desde los días de la antigüedad. Isa. 63:9. Siempre hay un sólo par de huellas en la arena, pues mi Salvador nunca me ha soltado y siempre carga el peso de la cruz. Solamente se me pide que camine con Él, y esta copa es suficiente para yo beberla. Sé que sin Él no puedo hacer nada y Él no permite que yo sea tentado más allá de lo que puedo soportar.
Así que esta es una gran prueba ahora para el pueblo de Dios. Algunos aceptan en secreto al Hijo engendrado, pero no hablarán abiertamente de Él, por miedo a sus hermanos adventistas. La cruz del rechazo y sufrimiento es demasiado pesada, por lo que se sienten obligados a permanecer en silencio y no decir nada. Otros aceptan abiertamente y con valentía al Hijo engendrado, pero también rechazan al siervo afligido y sufriente atacando a los que rechazan la verdad en un espíritu de agresión y acusación. Esto también es una negación de la cruz, es rehusarse a sufrir con Cristo y poner la otra mejilla. ¡Cuán estrecho es el camino de la cruz!
Este es un llamado a tomar su cruz, para entrar en el sufrimiento y el rechazo del Hijo. Para permitirte a ti mismo ser rechazado, ser tratado con desprecio, burlado, maltratado y ser calumniado diciendo mentiras sobre lo que tú crees. Amigos carguemos esta cruz por nuestro Maestro, agarrémonos de Él y luego continuemos buscando el acercamiento con nuestros amigos, sabiendo que Cristo carga nuestro sufrimiento y que nos provoca a dar una suave respuesta a nuestros acusadores y a amarlos así como Cristo amó a los hombres que lo clavaron en la cruz y dijo: "Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen."