Mi Amado - Capítulo 8 - El primer velo

Publicado Dic 05, 2013 por Adrian Ebens En Mi Amado

Sección 2: El cortejo

El tentador me había engañado por medio de un cuadro confuso de mi Amado. La combinación de Cristo revelada a los hombres por su encarnación fue fusionada[1] con la “Segunda Persona” de la Deidad que poseía poder, fuerza y honor por sus propios recursos. Esta persona me fue presentada como igual, debido a su poder, no por su herencia como Hijo. Nada de esto era obvio para mí; yo solo vivía los resultados previsibles de tal creencia.

Como ya he dicho, yo estaba aún más desilusionado debido a una serie de acontecimientos relacionados con mis colegas pastores. Vi favoritismo, temas barridos bajo la alfombra, y maniobras políticas en reuniones de la iglesia.

Con la pérdida de la cercanía de mi Amado, el pecado no parecía tan pecaminoso, mi conciencia no era tan sensible y la auto-compasión le permitió al tentador aferrarse con más fuerza de mi corazón. Las pequeñas auto-indulgencias se convirtieron en las más grandes. Como líder religioso, el exterior fue cuidadosamente mantenido, pero en mis momentos privados me preocupaba menos del lenguaje y la violencia de las películas que veía. Llegué a interesarme más por los deportes donde el respeto por los logros era constantemente exhibido delante de mí.

En este estado de ánimo, crucé una línea personal que consideraba inaceptable. No era nada externo, y sólo estaba en mi corazón, pero, de acuerdo con la ley de Dios, me sentía condenado. Basado en el principio del honor y el respeto mediante el trabajo duro, la integridad y la disciplina, sentía que había fracasado. La única opción que inicialmente vi era dejar todo atrás y olvidarme de profesar ser un cristiano con un estándar tan alto. Si lo que estaba predicando no era una realidad en mi vida, entonces debería dejar de predicarlo. La Biblia promete la victoria sobre el pecado para aquéllos que siguen a Cristo por fe dentro del Lugar Santísimo. Yo no estaba experimentando esta victoria. Yo sabía que Dios perdona a los pecadores, pero que también promete una vida victoriosa.

Cualquier posibilidad de tener esta experiencia en el Lugar Santísimo resultaba imposible debido a mi doble mentalidad sobre quién era realmente Jesús. Por mis ideas confusas, ni siquiera había tenido la experiencia del Lugar Santo. Cubriremos esto con mayor detalle más adelante, pero baste decir que fui privado de poder tener una comunión dulce y consistente con Jesús porque, sin darme cuenta, sostenía ideas conflictivas acerca de su condición de Hijo. Yo ni siquiera sabía que las ideas eran conflictivas. Sólo experimentaba el conflicto en mi mente al enfrentarme a la vida día a día.

Mientras sentía el peso de la Ley sobre mí, y lo que yo consideraba mis perspectivas, encontré, a través de la adoración de un ídolo de mi imaginación y la imaginación de mis antepasados inmediatos, que:


… el mismo mandamiento que era para vida, a mí me resultó para muerte; (11) porque el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, me engañó, y por él me mató. Romanos 7:10-11.

El mandamiento que fue ordenado para vida, me resultó para muerte debido a mi deseo pecaminoso de ser reconocido por mis logros y entronizar a un dios como éste en mi corazón. Me sentí culpable ante Dios. Cuando pensaba en la culpabilidad, naturalmente pensaba en el Padre porque mi padre terrenal había sido el agente de Dios para disciplinarme. Así que, cuando tenía que enfrentar mis pecados, era al Padre celestial a quien tenía que enfrentarme. ¿Cómo podría perdonarme? De acuerdo con la ley de personas respetables, me sentía indigno del perdón. También me sentía indigno porque parte de mí estaba decepcionado de no poder seguir el camino de obtener la adulación y la alabanza por mis servicios a Dios.

Mientras luchaba y oraba, mi Amado vino a mí y me recordó que el Padre me amaba. Si yo escogía aferrarme a su sacrificio por mis pecados, entonces en efecto estaba verdaderamente perdonado.

Mientras buscaba a través de la niebla confusa, deseaba una garantía del amor del Padre. La palabra de Dios dijo: “¡Cree!” Sin embargo, había una piedra de tropiezo en mi camino. El Padre bíblico de Jesús estaba íntimamente involucrado en mi vida, pero el padre de la Trinidad se sentía más distante porque Jesús hacía realmente todo el trabajo. En realidad, el Padre sólo se sentaba en el trono, y aprobaba y sonreía al ver las obras de su Hijo. En aquel tiempo, estas cosas no tenían lógica para mí, pero en mi mente eso era lo que abría un abismo entre mi Padre y yo. ¿Podría realmente perdonarme?

La Palabra me dijo: “¿Por qué no lo retienes con firmeza, Adrian?” Aun seguí luchando. Entonces la Palabra vino a mí:


Para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado. Efesios 1:6.


Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Juan 3:16.

 

Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre! Gálatas 4:6.

Una vez más se me recordó que la separación del Padre de su Hijo fue lo que reveló los sentimientos del Padre por nosotros. Sólo al ver que Dios es el Padre de Jesús pude comenzar a apreciar su amor por mí. Si Jesús no era realmente el Hijo de Dios, entonces Dios no estaba renunciando a nada que le perteneciera; él estaba observando al “Hijo” seguir sus convicciones. Podríamos decir que el Padre estaba renunciando a su relación con el Hijo, pero no era una relación que le perteneciera, así que esto no tenía sentido cuando yo leía “porque de tal manera amó Dios al mundo”. Cuando leí Dios en esta frase, en parte pensé en tres miembros de la Trinidad decidiendo que Jesús debería venir al mismo tiempo que el Padre lo estaba enviando. Esta confusión puso a la gracia de Dios y su perdón fuera del alcance. Me quedé como el cristiano cansado en El progreso del peregrino justo antes de los dos grandes leones en su camino. Podía ver la seguridad del refugio justo después, pero primero la prueba de la fe.

En el momento de la crisis, recurrí a mi verdadero Padre y decidí creer que él me había perdonado. La alegría inundó mi alma mientras me aferraba a la seguridad de que era acepto en el Amado. De hecho, era mi Amado.


Muy poco fué lo que hube pasado adelante de ellos, cuando encontré al que ama mi alma. Asíme yo de él, y no quise soltarle hasta que le hube introducido en la casa de mi madre, y en la cámara de aquella que me concibió. (5) ¡Yo os conjuro, oh hijas de Jerusalem, por las gacelas, y por las ciervas del campo, que no despertéis y que no quitéis el sueño a mi amada, hasta que ella quiera! (6) ¿Quién es ésta, que viene subiendo del desierto, como columnas de humo, perfumada con mirra y olíbano, y con todos los polvos aromáticos del traficante? Cantar de los Cantares 3:4-6.

Todas las alegrías de mi primer amor regresaron. Una vez más, el amor de Cristo perfumó todos los rincones de mi alma. Fuí perdonado, perdonado dos veces; primero por la pecaminosidad de mi infancia y mi juventud, y ahora de nuevo por mi idolatría en mi temprana edad adulta.

Poco después de estos acontecimientos, nuestro Padre me aseguró que yo tendría tiempo para estudiar a fondo acerca de su Hijo, y empezar a entender por qué había vagado por tantos años en un estado de confusión. Estuve bastante enfermo y tuve que dejar mi trabajo como ministro. Nos mudamos a un lugar donde tendría tiempo para sanarme, estudiar y orar.

Durante mis momentos de convalescencia, recordé una larga conversación que había tenido siete años antes. Uno de mis amigos trató de decirme que había problemas con la Trinidad y que esta enseñanza no siempre había sido parte de las creencias de la iglesia. Quedé muy sorprendido. Yo no sabía nada de esto. Las implicaciones que esto tenía para la iglesia eran demasiado grandes para que mi mente las aceptara. Lamentablemente, me aparté del tema y escogí unas cuantas declaraciones inspiradas que parecían apoyar mis creencias. Nada iba a hacer que mi Amado pareciera ser menos de lo que merecía ser. Yo no permitiría que nadie disminuyera la divinidad de Jesús. Junto con un buen número de mis amigos, yo consideraba a esta persona como engañada y apartada de la verdadera obra de salvar almas. Me pareció que era el argumento perfecto para demostrar mi fidelidad a Dios.

Ahora, después de siete años, fui a pedirle perdón a mi amigo por no ser un estudiante bereano de la Biblia y así probar todas las cosas. El amablemente me perdonó, y luego le pedí algunos materiales para leer sobre el tema. Mientras leía, me sentí atraído por las sencillas afirmaciones de las Escrituras.


Porque como el Padre tiene vida en sí mismo, así también ha dado al Hijo el tener vida en sí mismo; Juan 5:26.


Y ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado. Juan 17:3.

Principio del evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. Marcos 1:1.

Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Mateo 16:16.

 

Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, (2) en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo; (3) el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas, (4) hecho tanto superior a los ángeles, cuanto heredó más excelente nombre que ellos. (Hebreos 1:1-4).

Mi Amado me habló a través de estas palabras. Mientras leía la Biblia con sencillez, ella parecía indicar que Jesús era realmente el Hijo de Dios. Comencé a ceder al gozo de estos pensamientos, cuando el tentador me dijo en voz baja: “¿Cómo puede Jesús ser realmente igual al Padre y la vez haber salido de él en algún momento determinado? Adrian, esto disminuye la divinidad de Cristo. ¿Estás seguro de que quieres arriesgarlo todo por algo de lo que no estás completamente seguro?”

Le envié un correo electrónico a un respetado erudito sobre estos problemas y él me envió lo que parecían ser argumentos plausibles. Esto, combinado con mi deseo de ver a Jesús completamente divino e igual al Padre, me hizo dar un paso atrás de aceptar plenamente la verdad de que Jesús era el Hijo de Dios. Sin embargo, yo había leído lo suficiente para saber que hay dos caras de la moneda en las Escrituras. Decidí mantenerme abierto sobre el tema, pero lamentablemente me aferré a la trinidad.

Me gustaría decirles que el temor a perder muchos amigos y mi posición en la iglesia no influyó en mi decisión, pero no puedo decir eso. Algunos de mis amigos han sido separados de la iglesia por rechazar la trinidad y realmente no quería involucrarme en ese tipo de situaciones. Sin haberle dado una adecuada consideración, acepté el argumento contra la filiación verdadera dado por el erudito a quien contacté. Él había sugerido que, así como la obra del Cristo venidero se podría usar en anticipación, así también el título de Hijo podría usarse de la misma manera. El término Cristo era en realidad un título u oficio de la obra de Cristo, ya que él era verdaderamente el Cordero inmolado desde la fundación del mundo (RVG), y esa era la promesa de lo que vendría a hacer. El término Cristo era un oficio del Hijo de Dios y por lo tanto podría usarse en anticipación. El término Hijo no era un oficio sino quién era en realidad en relación con el Padre. El argumento de mi amigo había convertido a la palabra Hijo de un ser a un oficio. ¿Cuál es la diferencia? La diferencia entre quién es uno, y lo que uno hace. Es ser conocido en un contexto relacional en lugar del contexto de una obra o un trabajo. ¿Es importante la diferencia? Como descubrí más tarde, la diferencia estaba entre adorar a Dios y adorar a Satanás.

Ahora mi corazón estaba abierto a más cuestiones relativas a mi Amado. Sin embargo, aun vacilaba entre dos opiniones. Mi corazón ahora se inclinaba hacia la verdad de que Jesús era realmente el Hijo de Dios, pero había cosas que no podía resolver.

 

Entonces él les dijo: ¡Oh insensatos, y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho! Lucas 24:25.

Mi amante Padre se apiadó de mí. Sabía que necesitaba más fuerza, colirio, y la intervención de mi Amado para estar preparado para enfrentar toda la verdad. Todas estas cosas se encontraban en el Lugar Santo. El pan del cielo, la luz del mundo y la mediación de Cristo ante el altar por mí, darían las respuestas que yo necesitaba para poder considerar abrazar a mi Amado.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 



[1] Esta fue mi inconsciente re-elaboración de lo que Roma había hecho hace mucho tiempo en la doctrina de la unión hipostática formalizada en el Concilio de Calcedonia en el año 451 dC. Se trata de la fusión dialéctica de dos opuestos. Roma necesitaba esta doctrina para hacer frente a la realidad de que la Deidad auto-existente no puede morir. Yo deseaba una forma cruda de esta enseñanza para fundir a un Jesús terrenal, confiado, y sumiso a un Jesús celestial, independiente, y seguro de sí mismo.