Mi Amado - Capítulo 16 - Todo él codiciable
Publicado Dic 05, 2013 por Adrian Ebens En Mi Amado
Mi amado es blanco y rubio, distinguido entre diez mil. (11) Su cabeza, como, oro finísimo; sus cabellos crespos, negros como el cuervo. (12) Sus ojos, como de palomas junto a los arroyos de las aguas, que se lavan con leche, y a la perfección colocados. (13) Sus mejillas, como una era de especies aromáticas, como fragantes flores; sus labios como lirios que destilan mirra fragrante. (14) Sus manos, como anillos de oro engastados de berilo; su vientre, como claro marfil cubierto de zafiros. (15) Sus piernas, como columnas de mármol fundadas sobre bases de oro fino; su aspecto como el Líbano, escogido como los cedros. (16) Su paladar, dulcísimo: y todo el codiciable. Tal es mi Amado, tal es mi amigo, Oh doncellas de Jerusalén. Cantares 5:10-16.
Es sorprendente pensar que sería imposible para Dios nuestro Padre crear directamente el universo. ¿Perdón? Dios puede hacer cualquier cosa, es la respuesta. La ley de la vida para el universo dicta que aspiramos a ser como la persona que nos da directamente la vida.
Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor. 2 Corintios 3:18.
Si el gobierno del universo descansara en los hombros del Padre, ¿cuál sería el resultado? Toda la hueste angélica y todos los mundos creados tratarían de emular al Padre. Si, podemos tratar de ser como él en carácter, pero al nivel más profundo de querer ser como él, tropezaríamos y nos caeríamos. ¿Por qué? Porque el Padre no se somete a nadie, no obedece a nadie, ni tampoco es enseñado o instruido por nadie.
¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos! (34) Porque ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero? (35) ¿O quién le dio a él primero, para que le fuese recompensado? (36) Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén. Romanos 11:33-36.
Si nos presentaran al Padre como la piedra angular de cómo vivir, intentaríamos imitarlo y nos convertiríamos en alguien que no se somete, ni obedece ni recibe instrucciones. En nuestros esfuerzos por ser como él, llegaríamos a ser naturalmente lo opuesto, como se comprueba en la vida de Satanás, quien trató de ser como el Altísimo.
La solución para esto era que el Padre colocara una piedra angular para el universo sobre la cual podría construir. Una piedra que el universo entero podría contemplar como un ejemplo de cómo vivir.
Por tanto, Jehová el Señor dice así: He aquí que yo he puesto en Sion por fundamento una piedra, piedra probada, angular, preciosa, de cimiento estable; el que creyere, no se apresure. Isaías 28:16.
En su infinita sabiduría, Dios sacó de sus entrañas un Hijo a su expresa imagen. Él es el pensamiento de Dios hecho audible. Toda la plenitud de la divinidad del Padre habita en él. Se le da el tener vida en sí mismo, como la tiene el Padre.
El SEÑOR me poseyó al principio de Su camino,
Antes de Sus obras de tiempos pasados.
(23) Desde la eternidad fui establecida,
Desde el principio, desde los orígenes de la tierra.
(24) Cuando no había abismos fui engendrada,
Cuando no había manantiales abundantes en aguas. Proverbios 8:22-24. NBLH.
Aunque el Hijo de Dios posee todo el poder del Padre, decimos de él:
Respondió entonces Jesús, y les dijo: De cierto, de cierto os digo: No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente. Juan 5:19.
El hecho de que el Hijo de Dios pueda contemplar a su Padre en amorosa y sumisa obediencia sin el deseo de emular su posición es una de las mayores evidencias de su divinidad. Si el Hijo fuese un ser creado y no hubieran otros ejemplos de sumisión a seguir, naturalmente trataría de ser como el Altísimo en poder y posición así como en carácter. Su eterna devoción al Padre es suficiente evidencia de que él es el pensamiento de Dios hecho audible y que toda la plenitud del Padre mora en él.
Sobre esta piedra angular, Dios podría construir el universo. Cada una de las criaturas que saliera de la mano de su Hijo estaría llena del mismo espíritu sumiso, obediente y confiado de Aquel que los hizo.
Pero apartándonos de todas las representaciones menores, contemplamos a Dios en Jesús. Mirando a Jesús, vemos que la gloria de nuestro Dios consiste en dar. “Nada hago de mí mismo,” dijo Cristo; “me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre.” “No busco mi gloria,” sino la gloria del que me envió. En estas palabras se presenta el gran principio que es la ley de la vida para el universo. Cristo recibió todas las cosas de Dios, pero las recibió para darlas. Así también en los atrios celestiales, en su ministerio en favor de todos los seres creados, por medio del Hijo amado fluye a todos la vida del Padre; por medio del Hijo vuelve, en alabanza y gozoso servicio, como una marea de amor, a la gran Fuente de todo. Y así, por medio de Cristo, se completa el circuito de beneficencia, que representa el carácter del gran Dador, la ley de la vida. El Deseado de todas las gentes, p. 12.
El unigénito Hijo es la clave que mantiene unido a todo el universo. Es el espíritu sumiso y confiado del Hijo que el Padre envía a los corazones de todos los seres creados.
Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz. Isaías 9:6.
Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre! Gálatas 4:6.
Es el Espíritu del Hijo unigénito que hace volver los corazones de toda la creación al Padre, que es la gran fuente de todo. La fe en su Padre es la fuente de mi fe en el Padre. Así como él es Santo y justo por fe en su Padre, nosotros nos modelamos según esa fe de Jesús y ella se convierte en nuestra fe. Esta es una de las cosas más preciosas acerca de mi Amado. Su carácter es de sumisión y confiada obediencia al Padre.
A medida que permito que mi Amado tome posesión de mi vida, me siento atraído hacia el Padre. Siento mi constante necesidad de él. Todo esto es un tesoro, un don de mi Amado. Es por esto que el Padre exalta a su Hijo y le da un nombre que es sobre todo nombre. Es por esto que mi Amado es el Padre eterno de todos los que se someten a Dios. Esta es el agua de vida que nos ofrece para tomar. En esa agua hay un espíritu de fe que confía en el Padre bajo cualquier circunstancia y es ese espíritu de fe que mantiene al universo unido bajo Dios.
Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación. (16) Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. (17) Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten; (18) y él es la cabeza del cuerpo que es la iglesia, él que es el principio, el primogénito de entre los muertos, para que en todo tenga la preeminencia; (19) por cuanto agradó al Padre que en él habitase toda plenitud. Colosenses 1:15-19.
Mientras medito en estas cosas, mi corazón se enternece y no puedo evitar sonreír. Los tesoros de mi Amado son dulces. El mantiene mi corazón confiando con seguridad en su Padre y me llena de alegría y paz. Su fe se convierte en mi fe a través del Espíritu.
El segundo tesoro que he encontrado en mi Amado es su bendición. El Padre ha bendecido a su Hijo y en el corazón de mi Amado mora la certeza de que el Padre se deleita en él. ¿Cuánto estaríamos dispuestos a pagar por este espíritu de reposo en el deleite del Padre?
Y hubo una voz de los cielos, que decía: Éste es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia. Mateo 3:17.
Me deleito igual que el Padre debido a los esponsales entre su Hijo y yo.
Para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado. Efesios 1:6.
No necesito luchar, ni alcanzar, ni desplegar nada ante el Padre para ganar su aprobación. Al tener a mi Amado, tengo el placer del Padre. Siento el amor de Dios por su Hijo en mi corazón.
Oh hijo de Adán, ¿cómo es que me siento tan amado? No hay palabras que puedan expresar los sentimientos de mi corazón. ¡El Padre se deleita en mí! Sí, él se deleita en mí, y soy acepto porque su Hijo es acepto en él.
Y se me hace la pregunta:
¿Qué es tu amado más que otro amado,
Oh la más hermosa de todas las mujeres?
¿Qué es tu amado más que otro amado,
Que así nos conjuras? Cantares 5:9.
Mi Amado es más que cualquier otro porque comparte conmigo el deleite del Padre en él. El amante de mi niñez no podía darme este tesoro. Solamente podía prometerme la libertad para hacer lo que me complaciera sin límite alguno, pero se ha comprobado que todo esto es mentira, él no tiene ningún tesoro en absoluto, y el Dios que me presenta es tan sólido como las arenas movedizas del desierto.
Como la mujer en el pozo, yo buscaba cosas que no podían satisfacer y entonces escuché la voz de mi Salvador diciéndome: “Saca agua de mi pozo que nunca se secará”.[1]
En estas dos cosas, hallo los tesoros más dulces en mi Amado. El primero es el Espíritu sumiso, confiado y obediente que viene a ser una herencia natural de aquél que es unigénito. El segundo es el deleite y la bendición del Padre a su Hijo que mi Amado comparte conmigo. Esto también es una consecuencia natural de la herencia que proviene del Padre. El secreto de estos dos tesoros reside en la herencia del Padre a mi Amado, su Hijo unigénito desde la eternidad.
¿Qué precio se le puede poner a estos tesoros? Valen más que todo el oro y la plata del universo. Esta es la perla de gran precio. ¿No vale la pena venderlo todo para obtenerla?
Detrás y delante me rodeaste,
Y sobre mí pusiste tu mano.
(6) Tal conocimiento es demasiado maravilloso para mí;
Alto es, no lo puedo comprender.
(7) ¿A dónde me iré de tu Espíritu?
¿Y a dónde huiré de tu presencia? Salmo 139:5-7.
Su paladar, dulcísimo, y todo él codiciable. Tal es mi Amado, tal es mi amigo, Oh doncellas de Jerusalén. Cantares 5:16.