Mi Amado - Capítulo 11 - La guerra entre la carne y el Espíritu

Publicado Dic 05, 2013 por Adrian Ebens En Mi Amado

Sección 3. Vacilando entre dos opiniones

¡Fue muy frustrante! Todo este maravilloso conocimiento de mi Amado, y sin embargo, con qué facilidad podría ser atraído por el tentador por diversos medios. Él se había aprovechado de mi niñez y mi juventud y estampó en mi alma el amor a la comodidad, el entretenimiento y el apetito. Me había adiestrado en el espíritu de auto-suficiencia a través de mi comunidad, la educación y el amor a los deportes de competencia.

A medida que mi Amado empezó a mostrarme más y más de sí mismo, y yo me enamoré más profundamente de él, mi antiguo amante trató de conservar el terreno que todavía tenía conmigo y trató de quitarle a mi Amado lo que había perdido. A pesar de que amaba mucho a Jesús, no me había dado cuenta de lo mucho que mi naturaleza carnal todavía reclamaba la supremacía. La peor parte de la naturaleza caída es la característica bien calculada de usar la lógica combinada con la falsedad para ocultar nuestros verdaderos motivos y deseos.


¿Quién podrá entender sus propios errores? Líbrame de los que me son ocultos. Salmo 19:12.

 

Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá? (10) Yo Jehová, que escudriño la mente, que pruebo el corazón, para dar a cada uno según su camino, según el fruto de sus obras. Jeremías 17:9-10.

Durante mi tiempo de festín con la Palabra en el Lugar Santo, me encontré cara a cara con varias tentaciones procedentes de mi vida anterior. A veces me sentía fuertemente atraído a observar varias formas de entretenimiento en televisión. Muchas veces, cedía y las veía, pero dentro de poco tiempo no encontraba ninguna satisfacción en absoluto. Me sentía atrapado y no entendía por qué. Había orado pidiendo la victoria, pero los deseos regresaban. En mis años juveniles, me sentía motivado a aparecer justo al igual que muchos de mis compañeros de grupo. Esto me permitía aparentar que tenía la victoria sobre varias tentaciones, pero era una ilusión, y el tentador lo sabía.

Muchas victorias en mi vida fueron muy difíciles de obtener. Estuve ante el Lugar Santísimo deseando entrar, pero algo bloqueaba el camino y no entendía lo que era. Mis estudios de Daniel y Apocalipsis me convencieron de que la obra de intercesión pronto cesaría, y sólo los que habían lavado y emblanquecido sus ropas en la justicia de Cristo entrarían en la ciudad. Vi a varios de mis compañeros abandonar sus esfuerzos para entrar al Lugar Santísimo y enseñar que, debido al gran amor de Jesús por los pecadores, él los perdonaría y cubriría sus pecados hasta poco antes de la segunda venida. La enseñanza relativa a la victoria sobre el pecado se convirtió en la madurez cristiana, ya que guardar la ley de Dios en su totalidad no era visto como una posibilidad.

Lo que había leído en las Escrituras contradecía lo que muchos de mis compañeros estaban diciendo, pero mi experiencia parecía indicar que estaban en lo cierto. ¿Cómo podía profesar creer en la victoria sobre el pecado cuando tenía una experiencia tan inconsistente? ¿Qué derecho tenía a ofrecer la esperanza de la victoria en la vida cuando yo mismo no podía experimentarla?

Cuando caía en la tentación, yo sabía que el Padre me amaba y que por medio de Cristo obtenía el perdón, pero quería caminar con mi Salvador en todo momento y no herirlo con mis palabras descuidadas y hechos desconsiderados que con frecuencia eran egoístas. Sí, Dios nos perdona, pero el pecado sigue causando dolor en nuestras relaciones. La Biblia me prometía que podría dejar de herir a los que me rodeaban y sin embargo, ¡con cuanta frecuencia fallaba!


Y a aquel que es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría. Judas 1:24.


Puesto que Cristo ha padecido por nosotros en la carne, vosotros también armaos del mismo pensamiento; pues quien ha padecido en la carne, terminó con el pecado. 1 Pedro 4:1.


Todo aquel que permanece en él, no peca; todo aquel que peca, no le ha visto, ni le ha conocido. (7) Hijitos, nadie os engañe; el que hace justicia es justo, como él es justo. 1 Juan 3:6,7.

 

En esto se ha perfeccionado el amor en nosotros, para que tengamos confianza en el día del juicio; pues como él es, así somos nosotros en este mundo. 1 Juan 4:17.

 

Aquí está la paciencia de los santos, los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús. Apocalipsis 14:12.

Mi sabio y amante Salvador me dejó experimentar las consecuencias naturales del falso entendimiento acerca de él al cual todavía me aferraba. Estos períodos de conflicto, tentación e idolatría intensificaron mi búsqueda de las piezas que faltaban. Cada vez que me arrodillaba ante el Padre y rogaba pidiendo sabiduría y entendimiento por medio de Jesús, era acercado más a la luz.

Uno podría imaginarse que mi conocimiento de Jesús como Salvador de los pecados del mundo habría sido suficiente y que no debería haberme preocupado por otras cosas. El punto es que la tentación seguía viniendo todos los días, y las expresiones de la naturaleza carnal continuaban hiriendo a la gente. El hecho era que mi conocimiento de Jesús todavía era confuso. La voz de mi Amado y la voz del tentador seguían convergiendo en ciertos lugares de mi mente.

En mis esfuerzos por adorar y elevar a mi Salvador, sin proponérmelo incluí en esta adoración ciertos aspectos que no estaban revelados en las Escrituras. Sin darme cuenta, yo percibía a Cristo en un contexto altamente auto-suficiente. Estas cosas extras venían de mis antepasados espirituales y tenían una resonancia natural para mí. El sabor de la independencia de la que me había enamorado desde niño y había sido fomentado por el tentador se había incrustado en el corazón de la persona de Jesús a quien yo aseguraba adorar.

Cuando niño, había recibido mi único conocimiento de Jesús por medio de lo que mi familia y mi iglesia me habían enseñado. Me inculcaron que Jesús era Dios, y el Padre era Dios, y el Espíritu era Dios. Me enseñaron que todos eran divinos y por consiguiente iguales. Mi contexto para esta igualdad parecía ser naturalmente el de la autonomía derivada del poder inherente, la capacidad y el conocimiento. Por lo tanto, nunca cuestioné cómo el Padre, el Hijo y el Espíritu eran iguales. Supuse que esto significaba que todos tenían el mismo poder y la misma posición. Esto es lo que el concepto de la igualdad significa en el mundo, por lo que pensé que este era el caso con Dios.

Nunca se me ocurrió que, si Dios era tres personas, todas iguales en poder, entonces el significado de las palabras en sí cambiarían. Las palabras de Padre e Hijo en particular dejarían de significar lo que decían. Si el Padre y el Hijo eran iguales en poder, edad y posición entonces sería imposible para la segunda persona proceder de la primera porque eso haría a la segunda persona dependiente o subordinada a la primera.

La mentira de la serpiente a Eva afirmaba que somos seres autónomos; está estampado en nuestra naturaleza y se transmite de generación en generación. La voz del tentador preparó este espíritu de auto-suficiencia dentro de mí a través de mi familia, la educación y las experiencias comunitarias. Cuando la persona de Jesús se me presentó como alguien que es auto-suficiente y sin embargo demuestra sumisión y obediencia sólo para nuestro beneficio, me enamoré de ella. Mi percepción de la Deidad como el más poderoso, más majestuoso, y el ser más auto-suficiente encajó perfectamente con esta doctrina de la trinidad, que presentaba tres seres poderosos como una unidad de una familia divina corporativa.

No podía ver que, mediante un trama trazado con astucia, el verdadero Dios y su Hijo habían sido fusionados con un dios falso que le agradaba a mi naturaleza carnal. A veces me concentraba en la relación de Padre e Hijo y me sentía atraído hacia ellos. Luego volvía a caer en los aspectos de poder y autonomía, y esto me conducía a ser exactamente lo mismo.

Este espíritu de auto-suficiencia tocó una fibra sensible con muchos deportes y muchas películas. Cuando veía a un campeón olímpico demostrar su destreza, habilidad y agilidad para ganar una medalla de oro, esto me atraía porque parte del dios que yo adoraba demostraba destreza, habilidad y agilidad en una manifestación de auto-suficiencia. Cuando veía a un equipo de hombres forzar su entrada a través de otra pared de hombres para colocar una pelota en la línea, sentía el poder y aplaudía la actividad. Tocaba perfectamente las fibras de mi carne. Pero este espíritu estaba en guerra con el manso y humilde Jesús que siempre hizo las cosas que agradaban a su Padre. No hizo nada de sí mismo sino que confió todo en las manos de su Padre. Este espíritu no era natural para mí, pero por medio de mis encuentros con mi Amado, comencé a probar de este espíritu y también a desearlo. Esto me causó un tremendo conflicto interno.


Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis. Gálatas 5:17.


¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? (25) Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado. Romanos 7:24-25.

La guerra en mi corazón era entre dos conceptos diferentes de Cristo, a quien yo amaba. El amor de mi niñez era esencialmente una proyección de mí mismo como una persona auto-suficiente y poderosa que se ganaba el respeto y la admiración de los que me rodeaban. La segunda persona era el manso y humilde Jesús que amaba a su Padre y confiaba en que todo lo que poseía procedía de él. Sin tener en cuenta sus habilidades, talentos o capacidad, este Salvador era bendecido y amado por su Padre, simplemente porque había salido de él.

Yo estaba atrapado en esta lucha entre estas dos visiones de Cristo porque la fórmula cuidadosamente expresada de la trinidad hacía muy difícil diferenciarlas. Había una serie de elementos culturales que se agregaron a mi dificultad para discernir la diferencia. Nos ocuparemos de estas cuestiones a continuación.