La Purificación de la Iglesia

Publicado Feb 02, 2014 por Alonzo T. Jones En El Padre y el Hijo

General Conference Daily Bulletin, 1893 El mensaje del tercer ángel (nº 22)

“¡Levántate, resplandece, porque ha venido tu luz y la gloria de Jehová ha nacido sobre ti! Porque he aquí que tinieblas cubrirán la tierra y oscuridad las naciones; mas sobre ti amanecerá Jehová y sobre ti será vista su gloria” (Isa. 60:1 y 2).

La reunión que tuvimos hoy hace una semana, terminó con ese preciso texto. Recuerden la pregunta planteada tras la lectura de esa Escritura: ¿No hemos llegado acaso al tiempo de su cumplimiento? ¿No es ahora el tiempo de levantarse y resplandecer, por haber venido nuestra luz, por haber nacido sobre nosotros la gloria de Jehová?

Leímos ese texto en la asamblea, texto que representa el punto culminante al que hemos llegado a través de diversas líneas de estudio. Es ahí donde nos encontramos ahora. Quien pida con fe esa luz y esa gloria, podrá tenerlas.

[Congregación: “Amén”].

El que no lo haga, no podrá. Les voy a leer pasajes de la predicación que tuvo el hermano Prescott uno de estos días pasados, según figura en la página 444 del Bulletin. Se trata de una palabra de cautela e instrucción que vale la pena repetir aquí:

“Es para nosotros tan fácil llegar a ideas equivocadas con respecto a esas cosas, ¡engañándonos a nosotros mismos! He pensado que algunos pueden haber albergado ideas erróneas acerca del significado de nuestra afirmación de que hemos de avanzar en el poder del Espíritu, y de que nuestro avance ha de ser con poder.”

También yo lo he pensado, y así ha sucedido. Pero ya expresamos nuestra cautela repetidas veces al principio de la asamblea, en cuanto a la necesidad de evitar establecer cualquier teoría o fijar una idea concreta relativa a la forma en que ha de venir esa bendición otorgada por Dios. Podemos estar seguros de que vendrá de forma diferente a aquella en la hayamos pensado que ha de venir. Precisamente así es como seguro que no vendrá: no vendrá así, y es imposible que lo haga.

“No entiendo eso como significando que hemos de venir aquí con la preocupación de que antes de finalizar hayamos experimentado el sentimiento de que se nos ha otorgado un poder que está obrando en nosotros, que es nuestro y que lo llevamos allí donde vamos, pudiendo manejarlo, medirlo, observarlo y utilizarlo a nuestro arbitrio” (Ibíd.)

No estoy seguro de que no haya alguien en esta congregación que haya podido albergar ideas semejantes. Me sentí especialmente complacido una mañana, en una reunión ministerial –quienes estuvieron allí sabrán a qué me refiero-, en la que uno de los hermanos se levantó y dio su testimonio en relación con la bendición y presencia de Dios durante los encuentros de esta asamblea: los había anotado en una larga lista. Si cada uno de ustedes hubiera guardado un registro del favor especial de Dios en estas reuniones, en lugar de esperar algo que no llegará nunca, habrían visto mucho más de lo que lo han hecho. Con esto quiero decir que debemos guardarnos de albergar ideas fijas relativas a que el Señor deba obrar de una determinada manera, y estar esperando alguna cosa en esa forma en que nunca ocurrirá.

“Toda potestad me es dada en el, cielo y en la tierra. Por tanto, id... Yo estoy con vosotros’ (Mat. 28:18-20). El poder está en Cristo, no en nosotros, y tener el poder significa la presencia personal de Cristo en nosotros” (Ibíd.) Cuando tenemos esa presencia personal de Cristo en nosotros, entonces el poder es el de Cristo y no el nuestro. Un pensamiento aquí: Los apóstoles no siempre fueron capaces de obrar milagros a su voluntad.

“El Señor otorgó a sus siervos ese poder especial, en la medida en que lo requerían el progreso de su causa o el honor de su nombre” (E. White, Sketches from the Life of Paul, p. 135).

Muchos piensan que cuando los apóstoles salieron investidos de poder para obrar milagros, todo cuanto debían hacer al encontrar algún enfermo era efectuar un milagro y sanarlo. Nada más lejos de la realidad. No podían realizar milagro alguno sin que el Espíritu de Cristo que estaba en ellos les indicara la voluntad de Dios en tal sentido; por lo tanto, aún siendo los grandes apóstoles que eran, dependían de la instrucción directa del Espíritu de Dios en cada caso individual y en todo tiempo, y eso alcanza hasta nosotros. “El poder significa la presencia personal de Cristo en nosotros”, y “eso no implica necesariamente una sensación constante de poder en nosotros, sino más bien una fe cierta de que Cristo está en nosotros”. Eso implica, no sólo la creencia, sino también la conciencia de que es así, de que su poder está ahí, obrando en nosotros, con nosotros, por nosotros, a través nuestro, siempre y en todas las cosas para gloria de Dios exclusivamente; no bajo nuestro control ni sometido a nosotros en ningún sentido.

“Y entonces, no importa las dificultades a las que hayamos de hacer frente, no palideceremos ante ellas debido a la fe consciente de que Cristo está con nosotros, y de que es todopoderoso. Cuando está con nosotros en la plenitud de su poder, nuestra fe se aferra continuamente a él. No es una cuestión de que lo sintamos, sino de que lo sepamos” (W. Prescott).

Hemos visto también en nuestro estudio que Cristo nos redimió de la maldición de la ley, a fin de que pudiera alcanzarnos la bendición de Abraham. ¿Cuál vimos que era la bendición de Abraham?

[Congregación:“La justicia”].

¿Cómo?

[Congregación: “Por la fe”].

Y Cristo nos redimió de la maldición de la ley a fin de que la justicia que viene por la fe pudiera llegar a los gentiles, es decir, a nosotros, a fin de que pudiéramos recibir la promesa del Espíritu por la fe. ¿Cómo recibimos la justicia?

[Congregación: “Por la fe”].

¿Experimentaron algún tipo de arrobamiento o gran sensación emotiva antes de saber si esa justicia era de ustedes o no?

[Congregación: “No”].

¿Cómo obtuvieron esa justicia de Dios que es por la fe de Jesucristo?

[Congregación: “Por la fe; creyendo en su palabra”].

Sabemos que Dios nos ha dicho en su palabra que se trata de un don gratuito para todo aquel que cree en Jesús. Aceptaron el don gratuito y dieron gracias a Dios porque la justicia de él es suya; así es como la obtuvieron, y eso es fe. Así pues, la recibieron de la única manera posible: por la fe. Se recibe por la fe con el objeto de poder obtener, también por la fe, otra cosa más. ¿De qué se trata?

[Congregación: “De la promesa del Espíritu”].

Vimos que la recepción de la justicia de Dios por parte de su pueblo lo significa todo; es la condición imprescindible para que su pueblo pueda recibir la promesa del Espíritu Santo: su derramamiento según la voluntad y providencia de Dios. Hemos visto que es así, y que se le recibe por la fe, de manera que lo segundo [la promesa del Espíritu Santo], ha de ser recibido exactamente de la misma forma [que la justicia de Dios], es decir, por la fe. Así, cuando Dios nos dice –tras habernos concedido su justicia y habiéndola recibido nosotros con gozo, por lo tanto habiéndola aceptado en su plenitud por la fe tal como Dios dispone que la recibamos, y habiendo sido hecha nuestra porque el propio Jesucristo nos la ha traído-, entonces, cuando Dios nos dice:

“¡Levántate, resplandece, porque ha venido tu luz y la gloria de Jehová ha nacido sobre ti!”, y cuando hacemos como Dios dice y nos levantamos por la fe en él, él nos verá resplandecer.

[Congregación: “Amén”].

Cuando él nos dice que su gloria nació sobre nosotros, que tenemos esa justicia por la fe de Jesucristo, entonces hemos de agradecerle porque así sea, porque su gloria haya nacido sobre nosotros. Agradezcámosle por ello, y aceptemos nuestra situación cabalmente, de forma abierta, con toda franqueza y sinceridad ante Dios, bajo la protección de los ángeles de Dios y bajo la gloria que él da; y entonces queda de su parte el que resplandezcamos y que él lo vea. No hemos de dudar por un momento que así lo hará.

Este mensaje: “¡Levántate, resplandece, porque ha venido tu luz y la gloria de Jehová ha nacido sobre ti!”, es tan ciertamente y de forma tan particular el mensaje de Dios para vosotros y para mí, y a través nuestro como ministros de las personas a partir de este día, como lo fue hace cuatro años el mensaje de la justicia de Dios que es por la sola fe en Jesucristo.

[Congregación: “Amén”].

Y quienes rechazan hoy ese mensaje, que es ahora el mensaje actual, como rechazaron y tomaron a la ligera el de hace cuatro años, están descendiendo el peldaño que los dejará atrás por la eternidad, y que afecta de pleno a su salvación.

Dios nos ha dado un mensaje, y nos ha sostenido durante estos cuatro años, a fin de que podamos recibir ahora el mensaje actual. Los que no pueden recibir aquel mensaje no están en disposición de poder recibir el actual, pues rechazaron el precedente. Cuando Dios da el anterior mensaje en una medida especial, a fin de que pueda ser recibido el actual, si ambos son objeto de desprecio, ¿qué puede venir a esos ojos cegados?, ¿cuál será su final? Así, tal como nos hemos sentido llamados a exclamar varias veces en este Instituto, estamos en un momento sobrecogedor. Cada una de las reuniones es una ocasión sobrecogedora. Pero hermanos, aunque eso haya venido siendo así en las reuniones precedentes, la de esta noche es la reunión más solemne a la que hayamos asistido.

Así, vuelvo al texto y repito que el mensaje leído es un mensaje para ustedes y para mí, a fin de que lo llevemos a partir de esta reunión. Aquel que no pueda llevarlo a partir de esta reunión, habría sido preferible que no hubiera asistido. Cualquiera que no pueda salir de esta reunión con la conciencia viviente de la presencia y poder de Jesucristo, estando su luz y gloria sobre él y en su vida, ese pastor haría bien en no abandonar este lugar como pastor, o como profeso pastor, pues se dispondrá a una obra que no puede realizar, irá a encontrarse con personas sin estar capacitado para ello, irá a enfrentarse a responsabilidades que no puede asumir; irá a enfrentar escenas solemnes que no entenderá, se dispondrá a avanzar sin saber cuál de sus próximos movimientos va a ser un paso desastroso. Es aquí donde ahora nos encontramos, hermanos y hermanas.

Es ahora nuestro cometido hacerle frente, y hacerle frente gozosamente. Hemos de hacerle frente con todas las solemnes responsabilidades que conlleva, con sus trascendentes consecuencias. Pero hemos de estar preparados para ello por la fe en Jesucristo, vestidos únicamente de su propia justicia y dependiendo sólo de ella. Eso nos ha de preparar de tal modo, que podamos hacerle frente con gozo, en la confianza de que Dios está con nosotros y que desea manifestar su poder, de forma que nos aprestemos gozosos y con buen ánimo a enfrentar las escenas que corresponda enfrentar, a emprender la obra necesaria, a hacer frente a las solemnes responsabilidades, las escenas, las acciones y contingencias que vengan, siempre gozosamente en el Señor. Eso se nos aplica. La presente oportunidad no nos debiera atemorizar en lo más mínimo. Debiéramos ser los pobladores más felices de este mundo, por el privilegio de estar aquí esta noche.

[Congregación:“Amén”].

Permítanme que lea de nuevo el texto, a fin de llamar su atención a otro aspecto del mismo:

“¡Levántate, resplandece, porque ha venido tu luz y la gloria de Jehová ha nacido sobre ti! Porque he aquí que tinieblas cubrirán la tierra y oscuridad las naciones; mas sobre ti amanecerá Jehová y sobre ti será vista su gloria”. ¿Significa que verán su propia gloria descansar sobre ustedes?

[Congregación:“No”].

“Sobre ti será vista su gloria”. No es lo mismo. No pretendan supervisar el proceso. No les corresponde hacerlo. No tienen porque examinarlo. Puesto que es la gloria del Señor, él se encargará de que sea vista sobre ustedes. Si ustedes la vieran sobre si mismos, no serían capaces de distinguir entre la gloria de Dios y la propia. En el momento en que pueda contemplar en mí la gloria, es porque caí en la auto-glorificación. No es nuestra gloria la que estamos buscando; no es nuestra gloria la que Dios va a manifestar al mundo, sino su propia gloria. Tal es la gloria que se va a ver.

Por lo tanto, el texto significa precisamente aquello que dice: “Sobre ti será vista su gloria”. Agradecedle que sea así, pues así lo afirma el Señor. Agradezcámosle por ello, y permitámosle que lo realice. Para nada hemos de supervisar el proceso. Por el contrario, asegurémonos de mantenernos a distancia. Quien se atreva a interferir, lo perderá por completo.

¿No ven que se trata de la obra misma del corazón? Queremos justicia, pero muchos quisieran verla en ellos mismos antes de creer que realmente la poseen. ¿Comprenden que de esa forma no la lograrán jamás? No la lograrán hasta que se deshagan del yo; hasta que dejen de mirarse a sí mismos y aprendan a fijar su atención en la palabra del Señor. Entonces, cuando volvemos la espalda a nosotros mismos y miramos a Aquel de quien proviene la gloria –cuando miramos al lugar en donde mora la gloria-, entonces cada uno podrá tener la seguridad de que tiene esa gloria, por tanto tiempo como mire al lugar del que proviene. 2 Cor. 3:18:

“Por lo tanto, nosotros todos, mirando con el rostro descubierto y reflejando como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados...”

¿Cómo?

[Congregación: “De gloria en gloria”].

¿Apareció, pues, su gloria sobre nosotros?

[Congregación: “Sí”].

Permítanme que lea este bendito texto de 2 Cor. 4:6: “Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciera la luz”. Lo hizo la primera vez, ¿no es así? Y ha vuelto a hacerlo. Densas tinieblas cubrían la tierra. Dios ordenó que fuera la luz, y fue la luz. Ha vuelto a hablar, declarando: “He aquí que tinieblas cubrirán la tierra y oscuridad las naciones; mas sobre ti amanecerá Jehová y sobre ti será vista su gloria”. Sobre ustedes se verá su luz, por lo tanto, nos ordena:

“¡Levántate, resplandece, porque ha venido tu luz!” Una vez más, ha mandado “que de las tinieblas resplandeciera la luz”.

[Congregación: “Amén”].

El Señor “resplandeció en nuestros corazones” (2 Cor. 4:6). Así lo afirma el Señor, ¿lo afirmarían ustedes?

[Congregación: “Sí”].

No se trata meramente de que digan que es así porque el texto lo afirma, sino porque su corazón sabe que es así. Lo sabe por haber entregado su voluntad al Señor, por haberla sometido a él, por haber puesto todo a sus pies, y eso es fe.

Podemos seguir con el texto: “Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciera la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones”. ¿Lo hizo?

[Congregación: “Amén”].

¿Pueden estarle agradecidos porque lo hiciera así?

[Congregación: “Sí”].

Quien da gracias a Dios por haber resplandecido en su corazón, le da gracias de corazón; puede agradecer a Dios por morar allí por la fe; puede darle las gracias por ello tan ciertamente como puede hacerlo por haber recibido su justicia.

Sigamos leyendo de ese versículo: “Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciera la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones”. Gracias al Señor por ello. ¿Cuál es la finalidad? “Para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios”. ¿Les ha concedido la luz del conocimiento de su gloria?

[Congregación: “Sí”].

¿Están seguros?

[Congregación:“Sí”].

¿Acaso no ha nacido sobre nosotros la gloria de Jehová? ¿No lo ha hecho en cada cual, y en cada uno de nuestros corazones? ¿No ha brillado esa luz que Dios mandó que brillara?

Continuamos con el texto:

“Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciera la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo”.

Así, aquel que es capaz de mirar a rostro descubierto la faz de Jesús, aquel que puede dar a Dios las gracias de todo corazón porque haya hecho nacer sobre él su gloria, puede estar seguro de que Dios hará que esa gloria divina sea vista sobre él. Así es, hermanos. Ojalá que cada uno de los presentes aquí esta noche pudiera levantar su rostro descubierto en dirección hacia ese glorioso rostro que resplandece lleno de gracia sobre cada ser humano, y que nos ha salvado de nuestros pecados, transformándonos de gloria en gloria en su misma imagen, como por el Espíritu del Señor.

Por lo tanto, el Espíritu ha descendido sobre los que son capaces de mirar al rostro de Jesucristo. Y ese Espíritu Santo que Dios da a quienes miran el rostro de Cristo nos transformará en su misma imagen y veremos reflejada su gloria, y la verán también los demás. Es así, hermanos, y esta noche debiéramos recibir la promesa del Espíritu por la fe. Moisés estuvo en cierta ocasión con el Señor en el monte, y al regresar le resplandecía el rostro con la gloria de Dios. ¿Qué conocimiento tenía Moisés de ese resplandor? Ninguno. “La piel de su rostro resplandecía por haber estado hablando con Dios, pero Moisés no lo sabía” (Éx. 34:29). Aunque Moisés lo ignoraba, para el pueblo era evidente. ¿Se debía a la fe que poseían aquellos que veían la gloria en el rostro de Moisés?

[Congregación: “No”].

Era la fe de Moisés la que permitía que su rostro brillara, y aunque él mismo no era consciente del hecho, hasta los incrédulos que lo contemplaban podían ver el resplandor.

Esteban compareció ante el sanedrín, que estaba compuesto por hombres con corazones enemistados contra Dios y contra su Cristo. No obstante, su rostro brilló con la gloria de Dios tal como si se tratara del rostro de un ángel. Lo vieron todos los que estaban en el consejo. ¿Era Esteban consciente de ello? No. No era la gloria de Esteban; él no tenía nada que ver con el origen de aquella gloria. Dios estaba allí en aquella presencia, por la gran fe que Esteban tenía en Jesucristo, y porque estaba mirando la faz de Jesucristo por la fe, con su rostro y su corazón descubiertos; y al hacer así nació sobre él la gloria del Señor, de forma que tanto los paganos como los que eran peor que paganos –los inicuos fariseos- pudieron ver sobre él la gloria del Señor.

Hemos visto en nuestro estudio que la obra consiste hoy exactamente en lo mismo a lo que se entregaron los apóstoles. Cuando esa promesa del Espíritu vino sobre el pueblo, Dios manifestó su propio poder, a su propia manera, según su voluntad, sobre los suyos. Esa es la forma en que volverá a hacerlo.

Leamos de nuevo el versículo: “Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciera la luz.” Nunca lo olviden. ¿Cómo podríamos hacerlo, dado que es un hecho? “Para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo”. En la meditación del viernes de noche vimos que la forma en que obtenemos la justicia de Dios por la fe de Jesucristo es mirando al rostro de Jesús; y mientras lo miramos, recibiendo más y más de esa justicia, siendo modelados cada vez más según su imagen, la ley de Dios está allí en toda su gloria, testificando que es ahí donde debemos mirar. Vimos también que esa es la obra de los ángeles en el cielo: “Sus ángeles en los cielos ven siempre el rostro de mi Padre que está en los cielos” (Mat. 18:10). Hermanos, cuando nos unimos a la compañía de los ángeles, mirando adonde ellos miran, recibiendo lo que ellos buscan recibir, y la ley testifica que es nuestro, ¿por qué no habría de cubrirnos esa bendita compañía? Esa es la protección que Dios dispone sobre su pueblo. Así pues, lo que se requiere es la fe que dirige el rostro al de Jesús; y no es por nuestra bondad, sino por nuestra necesidad.

[Con permiso del predicador, el profesor Prescott leyó lo siguiente:]

“El brazo del Infinito sobrepasa las almenas del cielo a fin de tomaros de la mano con fuerza. El poderoso Ayudador está cercano, a fin de auxiliar al más errante de los humanos, al más pecaminoso y desesperado. Mirad hacia lo alto por la fe, y la luz de la gloria de Dios brillará sobre vosotros” (E. White, The Bible Echo, 1 dic 1892).

[El predicador volvió a tomar la palabra].

Desconocía esa cita, pero hermanos, podemos estar muy agradecidos porque el Espíritu de Dios nos guíe hoy a esto. Y no olviden ese pasaje que por tanto tiempo hemos dejado aparcado, y que ahora viene exactamente al punto:

“Ahora, aparte de la Ley, se ha manifestado la justicia de Dios... la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él, porque no hay diferencia, por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios” (Rom. 3:21-23).

Ya hemos estudiado antes que la justicia de Dios, aparte de la ley, es testificada por la ley. Pero el texto no termina ahí: “Testificada por la Ley y por los Profetas”. No olviden ni por un momento, no dejen de recordar constantemente que allí donde esté la justicia de Dios que se obtiene por la fe de Jesucristo, los profetas de Dios estarán en aquel lugar, dando testimonio a aquel que la posee.

[Congregación:“¡Amén!”].

Eso significa ahora, pues es ahora cuando nos llega. Así pues, me alegro de que el Espíritu de Dios nos haya llevado al punto de esta manera, y de que su profeta testifique de que el hecho es verdadero, y por lo tanto de que en eso tenemos la verdad tal como es en Jesucristo, brillando desde su rostro.

[Por petición de algunos se volvió a leer el texto de E. White].

“El brazo del Infinito sobrepasa las almenas del cielo a fin de tomaros de la mano con fuerza. El poderoso Ayudador está cercano, a fin de auxiliar al más errante de los humanos, al más pecaminoso y desesperado. Mirad hacia lo alto por la fe, y la luz de la gloria de Dios brillará sobre vosotros” (E. White, The Bible Echo, 1 dic 1892).

Por lo tanto, hermanos, levanten sus cabezas. Habiendo visto las señales en el sol, la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de gentes, levanten sus cabezas. Gocenze, porque vuestra redención está cerca. Levanten su vista, pues eso viene solamente mirando al rostro de quien lo ha prometido. Necesitamos mirar hacia arriba, pues eso trae la justicia, la gloria de Jesucristo, y es esa gloria la que nos hace inmortales. Ahora bien, esa misma gloria es también la que consume. Debemos mirar a lo alto. El Señor quiere que lo hagamos a fin de recibirla. Y quiere que lo hagamos antes de su gran Día, a fin de que podamos entonces mirarlo.

El Señor quiere que levantemos nuestras miradas, y nos dice con qué propósito. Miren y alzen su mano por la fe, y él la tomará. Permitanle que lo haga. Entonces, cuando Dios toma esa mano de la fe, los sostendrá a ustedes y a mí con mayor seguridad que si nos fuera posible alcanzarlo, y fuéramos nosotros quienes nos asiéramos de su mano. Es así como solemos llevar a nuestros niños. Somos nosotros quienes los tomamos por la mano, de forma que cuando tropiezan, no caen. En otras ocasiones son ellos los que han tomado nuestra mano, y al llegar la dificultad, tropiezan y caen. Demos gracias a Dios porque nos dice: “Yo Jehová... te sostendré por la mano” (Isa. 42:6). Aunque tropecemos, no seremos desechados.

[Congregación: “Alabado sea Dios”].

Grande es su bondad.

[Se pidió permiso para leer el texto: “Porque yo Jehová soy tu Dios, quien te sostiene de tu mano derecha y te dice: ‘No temas, yo te ayudo’” (Isa. 41:13)].

¡Permitidle que sostenga su mano! “Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciera la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo” (2 Cor. 4:6). “Por lo tanto, nosotros todos, mirando con el rostro descubierto y reflejando como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en su misma imagen, por la acción del Espíritu del Señor” (3:18). ¿Cuál es su gloria? Asegurémonos de saberlo. Este es un mensaje que recibimos hace ya algún tiempo. Se lo encuentra en la página 16 del Bulletin:

“La obra será abreviada en justicia. El mensaje de la justicia de Cristo ha de resonar de un extremo a otro del mundo. Es la gloria de Dios que finaliza la obra del tercer ángel” (E. White).

Por lo tanto, la gloria es su justicia, su bondad, su propio carácter. ¿Cuál es el único lugar en el que podemos ver justicia?

[Congregación: “En el rostro de Jesucristo”].

Al mirarlo, ¿qué efecto tiene en nosotros? Nos cambia en su misma imagen; nos transforma en su misma imagen de justicia en justicia, de gloria en gloria, de carácter en carácter, como por el Espíritu del Señor.

Bien, levantesen y resplandezcan, pues sobre ustedes ha nacido su luz. Ese es el mandamiento del Señor. Esa es la razón por la que dije al principio que este es el mensaje para nosotros a partir de ahora, para todo el que lo reciba. Significa de hecho lo mismo que hace cuatro años, sólo que con mayor esplendor, con mayor poder. Ahora, con la fuerza acumulada de cuatro años en acción, Dios lo pone ante su pueblo. La propuesta vuelve a ser: Levántate, brilla, porque ha nacido tu luz, y la gloria del Señor es sobre ti. ¿Quién va a hacerlo?

[Numerosas voces: “Yo”].

Bien. ¡Háganlo! ¿Por cuánto tiempo lo van a hacer?

[Congregación: “Por siempre”].

¿Con cuánta constancia?

[Congregación: “Constantemente”].

Les digo, hermanos y hermanas, los que hagan así conocerán un poder subyugante en sus vidas como el que nunca antes tuvieron. Esa sencillez de espíritu y esa humillación del alma darán al Espíritu la ocasión de obrar en su propia forma prodigiosa. Es ahí donde estamos. Así pues, levantesen y brillen, pues ha llegado su luz, y ha nacido sobre ustedes la gloria del Señor. Leo de la página 137 del Bulletin:

“Para aquel que se goza por recibir sin merecerlo, para el que siente que nunca podrá compensar un amor como ese, para el que desecha todo pensamiento de incredulidad y acude como un niñito a los pies de Jesús, todos los tesoros del amor eterno son un don permanente y gratuito” (E. White).

Todos esos tesoros son un don eterno y gratuito para todos aquellos que no tienen nada con qué obtenerlos. El Señor dice que son míos. Yo sé que es así, pues así lo afirma él. Y le daré gracias sin cesar por ello.

Hay otro texto espléndido en Isaías 52:1, que viene al punto. Leámoslo:

“¡Despierta, despierta!” Hemos estado durmiendo.¿No es cierto? Saben que es así. “¡Despierta, despierta, vístete de poder, Sión!” ¿De qué se ha de vestir? De poder. Examinando la situación en la que estamos, hemos llegado a la conclusión de que necesitamos poder; necesitamos una fuerza mayor que la acumulación de todo el poder que este mundo conoce. Por lo tanto, si necesitamos poder, necesitamos ese mensaje ahora mismo. “¡Vístete de poder, Sión! ¡Vístete tu ropa hermosa, Jerusalén!” ¿Cuál es la ropa hermosa?

[Congregación: “La justicia”].

El lino fino son las acciones justas de los santos. “Se le ha concedido que se vista de lino fino, limpio y resplandeciente (pues el lino fino significa las acciones justas de los santos)” (Apoc. 19:7). Tal es la justicia que viene por la fe en Jesucristo. Leo una palabra que el Señor nos ha dirigido en esta asamblea (en el Bulletin, p. 408):

“En este tiempo ha de ponerse la Iglesia las hermosas vestiduras: Cristo, nuestra justicia” (E. White, GCDB 27 febrero 1893).

Bien, ahí está: “¡Vístete tu ropa hermosa, Jerusalén, ciudad santa!” ¿Con qué propósito se ha de vestir así? ¿Adónde va? Se dirige a casa; va a la cena de bodas, gracias al Señor. Los que acudían a esas fiestas de boda en los tiempos de los apóstoles, habían de vestir ropas preparadas por el anfitrión de la fiesta; y el Señor hace aquí lo mismo.

[Congregación:“Amén”].

Hermanos, agradezcamos al Señor; Hemos de estar siempre agradecidos.

Pero lo anterior es sólo una parte. Ante nosotros está lo que me parece la más bendita promesa que vino jamás a la Iglesia Adventista del Séptimo Día. “Porque nunca más vendrá a ti incircunciso ni inmundo”. Gracias al Señor a partir de entonces él nos va a librar de quienes no están convertidos; de aquellos que vienen a la iglesia a obrar su propia injusticia y a crear división. Se acabaron las pruebas para la iglesia, gracias al Señor; los chismosos y difamadores desaparecieron. La iglesia tiene ahora un tema mucho más importante del que hablar. Se puede entregar ahora a la salvación de los hombres y mujeres caídos. En Jesucristo tendrán una bondad, un gozo, una santidad y una gloria de las que hablar; hechos reales de cuya veracidad conocemos. Se trata de una promesa espléndida. ¿Ven cuál es la única forma en que puede hallar cumplimiento? Cuando salgamos de este lugar, no sabiendo nada sino a Cristo, y a Cristo crucificado; rehusando saber nada diferente a eso; rehusando predicar nada que no sea eso; dependiendo de su poder, de su gloria, sabiendo que ha venido, y que nos ha ordenado que brillemos, entonces podrá hallar cumplimiento. ¿No comprenden que nadie lo alcanzará, a menos que lo haga de corazón, con un corazón convertido? ¿Comprenden que ustedes mismos sabran que los que acudan están convertidos, antes de que entren a formar parte de la iglesia? “Porque nunca más vendrá a ti incircunciso ni inmundo”.

Hay algo que decir en este punto. Una vez que Dios haya concedido a su iglesia la gracia de su poder y gloria -el poder del Espíritu-, el lugar más peligroso en todo el mundo para un hipócrita, será precisamente la iglesia. Ananías y Safira lo pretendieron, y la lección quedó registrada para beneficio de toda persona a partir de entonces. No hay lugar en la Iglesia Adventista del Séptimo Día para los hipócritas. Si su corazón no es sincero, se encuentra en el sitio más peligroso de cuantos pudiera ocupar en este mundo.

Así, los que no quieran avanzar en esta obra, harían mejor en abandonarla del todo. Es peligroso permanecer aquí sin estar dispuesto a avanzar; y ciertamente no podemos avanzar sin tener la gloria del Señor y su luz brillando en el corazón y en la vida. Hemos de ser llamados a comparecer ante reyes y autoridades, y habremos de enfrentar las opresiones y maldad de perseguidores que disponen su veneno contra los que aman al Señor. “¡Despierta, despierta, vístete de poder, Sión! ¡Vístete tu ropa hermosa, Jerusalén, ciudad santa, porque nunca más vendrá a ti incircunciso ni inmundo! Sacúdete el polvo; levántate y siéntate, Jerusalén; suelta las ataduras de tu cuello, cautiva hija de Sión”. Se proclama ahora libertad a los cautivos; alabado sea el Señor.

“El espíritu de Jehová, el Señor, está sobre mí, porque me ha ungido Jehová. Me ha enviado a predicar buenas noticias a los pobres, a vendar a los quebrantados de corazón, a publicar libertad a los cautivos y a los prisioneros apertura de la cárcel; a proclamar el año de la buena voluntad de Jehová y el día de la venganza del Dios nuestro; a consolar a todos los que están de luto; a ordenar que a los afligidos de Sión se les de esplendor en lugar de ceniza, aceite de gozo en lugar de luto, manto de alegría en lugar del espíritu angustiado. Serán llamados ‘Árboles de justicia’, ‘Plantío de Jehová’, para gloria suya” (Isa. 61:1-3). “Sacúdete el polvo; levántate y siéntate, Jerusalén; suelta las ataduras de tu cuello, cautiva hija de Sión. Porque así dice Jehová:

‘De balde fuisteis vendidos; por tanto, sin dinero seréis rescatados’” (52:2 y 3). Eso se ha cumplido. “Porque así dijo Jehová el Señor: ‘Mi pueblo descendió a Egipto en tiempo pasado, para morar allá, y el Asirio lo cautivó sin razón’” (Isa. 52:4). ¿Qué hizo entonces el Señor?

[Congregación: “Lo liberó”].

Exactamente. Según eso, ¿en que punto se aplica? En el tiempo de la liberación. Por lo tanto, hemos alcanzado ese tiempo. Hemos llegado al tiempo de la opresión, y por consiguiente, también el de la prodigiosa liberación de Dios. Así pues, aumente la opresión en intensidad, avívese aún más la hoguera: eso es sólo indicativo de que la liberación está mucho más cercana. Gracias al Señor por ello. “Y ahora Jehová dice: ‘¿Qué hago aquí, ya que mi pueblo es llevado injustamente? Los que de él se enseñorean lo hacen aullar, y continuamente blasfeman contra mi nombre todo el día!’, dice Jehová” (vers. 5). ¿Cuál es su nombre? “Yo soy el que soy”. No es solamente que van a saber sobre él, sino que van también a saber que él es quien es; y él es el Todopoderoso. Y su pueblo, conociendo su nombre –el Todopoderoso-, conocerá su poder manifestado en ellos, para ellos, a ellos y a través de ellos.

“Por tanto, mi pueblo conocerá mi nombre en aquel día, porque yo mismo que hablo, he aquí estaré presente” (vers. 6).

Es él mismo quien habla ahora:

“¡Cuán hermosos son sobre los montes los pies del que trae alegres nuevas, del que anuncia la paz, del que trae las nuevas del bien, del que publica la salvación, del que dice a Sión: ‘¡Tu Dios reina!’!” (vers. 7).

Exáltense los reyes, poderes, gobiernos y estados tanto como quieran; Dios ha dado a ustedes y a mí un mensaje para el pueblo: “¡Tu Dios reina!” “’¡Voz de tus atalayas!’ Alzarán la voz; a una voz gritarán de júbilo”. Ya hace tiempo que nos dijo que los redimidos entraríamos a Sión cantando.

“Ojo a ojo verán que Jehová vuelve a traer a Sión” (vers. 8).

Mientras miramos al rostro de Jesucristo, y su luz brilla en nuestras mentes y corazones, no tendremos problema alguno en ver “ojo a ojo”, aunque unos y otros estuviésemos en lugares distantes del mundo. Existirá esa comunión en las ideas y en la verdad que ligará nuestros corazones a todo lo ancho de la tierra. Dios está en ello, y esa es la razón por la que sucederá. Él lo hará posible. Ningún otro poder en el universo podría lograrlo. “¡Canten alabanzas!” ¿Qué habría de impedirlo? No hay necesidad de una reunión especial para ello, no es necesario que demos saltos de gozo, ni que golpeemos los bancos y las sillas. Se trata del gozo del Señor, y no de fanatismo. No es ningún sentimiento provocado por actitudes como las descritas.

“¡Cantad alabanzas, alegraos juntas, ruinas de Jerusalén, porque Jehová ha consolado a su pueblo, ha redimido a Jerusalén!”

El Señor ha consolado a su pueblo. ¿No es así? Alabémosle, pues, por su consuelo. “Jehová desnudó su santo brazo”. Se apresta ahora a cierta acción. Cuando alguien tiene pendiente una tarea y comienza a subirse las mangas, podemos saber que se dispone a la obra. El Señor nos presenta esta figura familiar para mostrar la prontitud con que va a proceder, y eso se aplica al tiempo presente. Ha descubierto su santo brazo, se ha arremangado -por así decirlo-, ha iniciado una obra tan sobrecogedora como aquella en los días de Samuel, cuando dijo a Elí: “Yo haré una cosa en Israel que a quien la oiga le zumbarán ambos oídos” (1 Sam. 3:11). Asegurémonos esta vez de que nuestros oídos vibren de gozo.

“Jehová desnudó su santo brazo ante los ojos de todas las naciones, y todos los confines de la tierra verán la salvación del Dios nuestro” (vers. 10). Que sea así.

“¡Apartaos, apartaos, salid de ahí!” Eso significa romper amarras con este mundo. ¿Lo han hecho? ¿Se han “apartado”? ¿Se han desprendido de lo terrenal?

[Congregación: “Sí”].

¿Está el mundo sometido bajo sus pies?

[Congregación: “Sí”].

Saben, lo mismo que yo, que cuando nos separamos de todas las cosas de este mundo, Dios puede darnos, y nos da, la conciencia de algo que supera en valor a todo lo que este mundo encierra. “No toquéis cosa inmunda”. Eso recuerda lo que leemos en 2 Cor. 6:17 y 18: “Salid de en medio de ellos y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo impuro; y yo os recibiré y seré para vosotros por Padre, y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso”. “¡Purificaos los que lleváis los utensilios de Jehová! Porque no saldréis apresurados ni iréis huyendo” (Isa. 52:11 y 12). El Señor no tiene prisa. No conoce el apresuramiento. Actúa en el tiempo oportuno, y dispone de todo el que precise. El que cree, no sufrirá apresuramiento. Otras traducciones alternativas son: “no será avergonzado”, o “no será confundido”. Nada le hará perder la compostura. Ciertamente seran llamados a lugares azotados por las abrumadoras tormentas de voces y lenguas provenientes de todas direcciones. No necesitan perder la compostura, ni caer en el apresuramiento. No es el momento para salir corriendo, presas del pánico. ¡Al contrario! El Señor nos ha puesto en el mundo para que permanezcamos en él por tanto tiempo como sea esa su voluntad. “No saldréis apresurados ni iréis huyendo, porque Jehová irá delante de vosotros, y vuestra retaguardia será el Dios de Israel”. Magnífico prospecto. Él es la vanguardia, y también la retaguardia. Una buena compañía en la que militar.

Hermanos, ese es ahora el mensaje. Es el mensaje que desde aquí hemos de llevar, y nadie debiera permitirse salir de aquí sin hacerlo. No salgan de aquí en tal condición. Como nos exhortó el Espíritu del Señor, que nadie se vaya sin la certeza de esa presencia permanente –el poder del Espíritu de Dios.

Nadie tiene por qué resultar privado de él, pues se lo obtiene y mantiene precisamente por la fe en él, a cuyo rostro miramos para recibir por la fe la justicia de Jesús, y eso con la finalidad de estar en disposición de recibir el Espíritu de Dios por la fe.