Carne de pecado

Publicado May 26, 2013 por Alonzo T. Jones En El Padre y el Hijo

Review and Herald, 18 abril 1899

Muchas personas caen en un error grave y pernicioso. Consiste en pensar que su antigua carne de pecado es erradicada en la conversión. En otras palabras, cometen el error de pensar que la carne les será quitada, quedando así liberados de ella.

Entonces, cuando comprueban que tal cosa no ha sucedido, cuando ven que la misma vieja carne pecaminosa con sus inclinaciones, con sus clamores y seducciones, está aún allí, no pueden aceptar eso; caen en el desánimo, y están prontos a concluir que jamás han estado realmente convertidos.

Sin embargo, si recapacitasen un poco, podrían darse cuenta de que todo eso es un error. ¿Acaso no poseen exactamente el mismo cuerpo, tras haber sido convertido, que el que tenían antes de la conversión? ¿No estaba compuesto exactamente del mismo material –carne, huesos, sangre– antes y después de convertirse? A esas preguntas todo el mundo contestará afirmativamente. Y con razón.

Hagámonos más preguntas: ¿No es esa carne exactamente de la misma cualidad que la anterior? ¿No sigue siendo carne humana, carne natural, tan ciertamente como antes? –A esas preguntas también responderán todos con un ‘Sí’.

Aún otra pregunta más: Siendo la misma carne, de la misma cualidad –carne siempre humana–, ¿no sigue siendo carne tan pecaminosa como la anterior?

Aquí precisamente es donde radica el error de esas personas. A ésta última pregunta, se sienten inclinados a responder, ‘No’, cuando debiera darse un ‘Sí’ decidido. Y eso, por tanto tiempo como permanezcamos en este cuerpo natural.

Cuando se acepta y reconoce constantemente que la carne de la persona convertida sigue siendo carne de pecado, y nada más que carne de pecado, uno está tan plenamente convencido de que en su carne no mora el bien, que jamás permitirá ni una sombra de confianza en la carne. Siendo así, su sola dependencia será en algo muy distinto de la carne, que es en el Espíritu Santo de Dios; la fuente de su fortaleza y esperanza estará siempre fuera de la carne, estará exclusivamente en Jesucristo.

 Y estando siempre en guardia, vigilante y desconfiado de la carne, no esperará ninguna cosa buena a partir de ella, estando así en disposición –mediante el poder de Dios– para rechazar de raíz, y aplastar sin compasión cualquier impulso o sugerencia que provengan de ella. De esa manera, no cae, no se desanima, sino que va de victoria en victoria y de fortaleza en fortaleza.

Vean, pues, que la conversión no pone carne nueva sobre el antiguo espíritu, sino un nuevo Espíritu sobre la vieja carne. No se trata de una carne nueva sobre la antigua mente, sino una mente nueva sobre la antigua carne.

La liberación y la victoria no tienen lugar por la eliminación de la naturaleza humana, sino mediante la recepción de la naturaleza divina, para dominar y subyugar a la humana. No tiene lugar quitando la carne de pecado, sino enviando el Espíritu sin pecado, que conquista y condena al pecado en la carne.

La Escritura no dice. ‘Haya pues en vosotros esta carne que hubo también en Cristo’, sino que dice, "Haya pues en vosotros este sentir [literal: mente] que hubo también en Cristo Jesús" (Fil. 2:5).

La Escritura no dice, ‘transformaos por la renovación de vuestra carne’, sino "transformaos por la renovación de vuestra mente" (Rom. 12:2). Seremos finalmente trasladados por la renovación de nuestra carne, pero debemos ser transformados por la renovación de nuestra mente.

El Señor Jesús tomó la misma carne y sangre, la misma naturaleza humana que es la nuestra –carne como nuestra carne pecaminosa–, y a causa del pecado, y mediante el poder del Espíritu de Dios, por la mente divina que en Él había, "condenó al pecado en la carne" (Rom. 8:3). Y ahí está nuestra liberación (Rom. 7:25), ahí nuestra victoria. "Haya pues en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús". "Y os daré corazón nuevo, y pondré Espíritu nuevo dentro de vosotros".

 Nunca se desanimen a la vista de la pecaminosidad de la carne. Es solamente a la luz del Espíritu de Dios, y por el discernimiento de la mente de Cristo que pueden ver tanta pecaminosidad en su carne; y cuanta más de ella vean, ciertamente más del Espíritu de Dios tienen. Es un indicativo seguro. Por lo tanto, cuando vean abundante pecaminosidad en ustedes, agradezcan a Dios por haberles dado el Espíritu de Dios que les ha permitido descubrirla; y tengan la seguridad de que "donde se agrandó el pecado, tanto más sobreabundó la gracia; para que, así como el pecado reinó para muerte, la gracia reine por medio de la justicia, para vida eterna, mediante nuestro Señor Jesucristo".