Mi Amado - Capítulo 4 - La puerta -

Publicado Dic 05, 2013 por Adrian Ebens En Mi Amado

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El apartarme de mi voto a Dios por medio del entretenimiento y la diversión comenzó a producir una cosecha de proporciones vertiginosas. Mi experiencia de carrusel parecía ir más rápido con cada apretón del círculo. La necesidad de atención y aceptación colocaba demandas cada vez mayores sobre mí, mientras que las oportunidades para alcanzar el éxito parecían disminuir.

Había tantos jóvenes que clamaban por la posición central desde donde llamar la atención en las diversas formas de mi cultura pero que sólo podía ser sostenida por unos pocos al mismo tiempo. Los sueños sugeridos por el tentador y las aspiraciones alimentadas en mi corazón comenzaron a producir la cosecha previsible de la desilusión. A menudo me imaginaba a mí mismo realizando algún gran logro para que todos mis compañeros, mi comunidad y la nación me felicitaran. Me sentía hipnotizado viendo a deportistas heroicos de Australia recibir la medalla de oro en el campo que habían elegido, mientras que el tentador me susurraba que este era el camino hacia la salvación.

Justificar mi existencia con distinguidos logros de mente y cuerpo parecía ser la solución perfecta para hacer frente a la irritación imaginada que le había causado a Dios, mis padres, y mi iglesia por mis fracasos. Este deseo de justificar mi existencia era tan natural e instintivo como respirar. No tenía ni idea de que estaba siendo preparado en la adoración de Caín, buscando ofrecer lo que había producido como ofrenda para la adoración de Dios.

Al escuchar la voz del tentador, me había puesto inconscientemente en un curso de colisión con la ley de la vida. La justificación de mi existencia a través de los logros y de la comparación con los demás estaba diametralmente opuesta a las relaciones amables y cariñosas con esas mismas personas. La verdadera amistad, sin saberlo, se deslizó de mi mano, porque todas las personas a mi alrededor eran potencialmente una amenaza para mis objetivos o por el contrario un aliado para ser utilizado en la obtención de esos objetivos. Sin embargo, al mismo tiempo deseaba ser amado y tener buenos amigos.

Esas fuerzas opositoras estallarían en mi alma de vez en cuando como señales de advertencia de la senda equivocada donde me llevaban mis pasos. Recuerdo claramente un partido de baloncesto que provocó una explosión a la vista de todos. Me las había arreglado para quitarle el balón a un oponente en un punto crítico en el juego. Sin embargo el árbitro pitó una falta contra mí. El espíritu de superación centrado en la justificación propia, momentáneamente inmovilizó todo sentido de respeto por mi maestro cuando emití un torrente de palabras furiosas en cuanto a lo incorrecto de su decisión. Perdí por completo todo sentido de mi obligación de respetar a la autoridad. La ira me arrasó y sugirió una serie de respuestas muy desagradables.

Oí la voz de mi Amado que me hablaba. En el silencio escuché las preguntas: “¿Estás bien Adrian? ¿Es esto realmente lo que quieres ser?” En el punto crítico en el que el tentador estaba recogiendo la cosecha de mi rebeldía, mi Amado hábilmente me preguntó si me gustaba el sabor de mis logros o si deseaba algo mejor. En la profundidad de la oscuridad se me permitió distinguir la diferencia entre las voces. La oscuridad, el espíritu huraño, vengativo que había tomado control de mí ahora se contrastaba con la tierna, dulce voz de mi Amado.

El árbitro me prohibió continuar en la competencia. El tentador sugirió represalias; mi Amado me sugirió considerar detenidamente mi camino. Las voces se fueron ampliando; la gran controversia sobre mi alma era grave. Este fue un punto crucial en mi vida – un momento eterno donde se tomó una decisión que marcaría el rumbo de mi camino. Mi Amado me llamó de tal manera que evocó en mí un profundo deseo de cambiar. No quería ser desagradable, agresivo o violento; yo quería la paz, la alegría y el amor. Una senda empezó a formarse en mi mente; mi opción estaba empezando a enfocarse. Este deseo tuvo que ser reforzado con una cosecha más funesta de las sugerencias del tentador.

El sabio Anciano de días no fue engañado con mi locura. La Providencia permitió que una serie de eventos unidos en rápida sucesión me motivaran a desear abandonar el comedero de los cerdos y volver a la casa de mi Padre. Cuando las placas tectónicas de mis deseos chocaron, se me proporcionó una fotografía instantánea de mi carácter pecaminoso que no podía ocultar. Con cada cosecha que el tentador recogía de mí, el llamado de mi Amado se hacía más fuerte para que encaminara mis pies hacia la senda de mi salvación y encontrara la libertad de la tiranía del yo.

El deseo aparentemente inocente de la aceptación de mi habilidad y esfuerzo me dejó con la realidad de que:


Desde la planta del pie hasta la cabeza no hay en él cosa sana, sino herida, hinchazón y podrida llaga; no están curadas, ni vendadas, ni suavizadas con aceite. Isaías 1:6.


Como está escrito:

No hay justo, ni aun uno;

(11) No hay quien entienda.

No hay quien busque a Dios.

(12) Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles;

No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno. Romanos 3:10-12.

Mi Amado mostró mucha habilidad y sabiduría para lidiar conmigo. Él sabía el dolor que iba a sufrir, pero me permitió elegir el camino que deseaba. No puso ninguna restricción sobre mí y me acompañó a través de la cosecha dolorosa que había recogido del tentador. Cada vez que caía, no me reprendía, no me condenaba, ni desplegaba un espíritu de irritación. Simplemente me preguntaba si quería algo mejor. Él me dejó probar un poco de su amor cortejando mi corazón. La puerta estaba ahora completamente abierta para mí. Discerní las cadenas alrededor de mis brazos, mis pies y mi cuello. Ahora podía ver que me dirigía a una destrucción segura, pero la esperanza de mi Amado brillaba profundamente en mi corazón.


EVANG. – ¿Por qué no has de querer morir, cuando tu vida está llena de tantos males?

CRISTIANO (Tal era su nombre). – Porque temo que esta carga que sobre mí llevo me ha de sumir más hondo que el sepulcro, y que he de caer en Tofet (lugar de fuego). Y si no estoy dispuesto para ir a la cárcel, lo estoy menos para el juicio, y muchísimo menos para el suplicio. ¿No quieres, pues, que llore y que me estremezca?

EVANG. – Entonces, ¿Por qué no tomas una resolución? Toma, lee.

CRIST. (Recibiendo un rollo de pergamino y leyendo.) – “¡Huye de la ira venidera!”. ¿Adónde y por dónde he de huir?

EVANG. – (Señalando a un campo muy espacioso.) – ¿Ves esa puerta angosta?

CRIST. – No.

EVANG. – ¿Ves allá, lejos, el resplandor de una luz?

CRIST. – ¡Ah!, sí.

EVANG. – No la pierdas de vista; ve derecho hacia ella, y hallarás la puerta; llama, y allí te dirán lo que has de hacer. El progreso del peregrino, capítulo primero, p. 2.