Mi Amado - Capítulo 2 - La seducción

Publicado Dic 05, 2013 por Adrian Ebens En Mi Amado

Me quedé paralizado mirando el cielo estrellado. Debajo de un cielo sin nubes examiné la majestuosidad de la galaxia Vía Láctea. Es uno de mis primeros recuerdos de un encuentro con mi Creador. Tenía cuatro años y la viveza de ese recuerdo permanece conmigo. Qué belleza, qué grandeza lo que vieron mis ojos. A mí me enseñaron cuando era niño que:


Los cielos cuentan la gloria de Dios,

Y el firmamento anuncia la obra de sus manos. Salmo 19:1.


Por la palabra de Jehová fueron hechos los cielos,

Y todo el ejército de ellos por el aliento de su boca. Salmo 33:6.

Mi madre aprovechaba cualquier oportunidad para decirme que Dios hizo el mundo y todo lo que hay en él. Estos pensamientos fueron enterrados bajo las muchas actividades emocionantes que se le ofrecen a un niño despreocupado que crecía en la década de 1970. La mayor parte de mi infancia se centraba en jugar con amigos, ir a la escuela y mantenerme entretenido. Escudriño mi memoria en busca de momentos cuando prestaba atención para escuchar la voz de mi Amado.

Presumo que muchas cosas pueden haber ocurrido, pero es lo que surge de los recuerdos lo que conecta los puntos de la historia de amor. Hay algunas cosas que vienen a mi memoria a través de experiencias negativas. Me acuerdo una noche en que mis padres asistieron a un concierto y uno de sus amigos se encargó de cuidar de mi hermana y de mí. Evoco claramente la ansiedad que sentía mientras estaba acostado en mi cama, forzando mis oídos para escuchar el sonido de un motor llegando a nuestro camino de entrada.

Aunque no lo reconocí entonces, ahora veo que mis padres manifestaban la protección de mi Amado. Tengo recuerdos muy claros de sentirme seguro en el conocimiento de la fuerza de mi padre, sobre todo cuando él me abrazaba estrechamente. Para mí, él podía correr como el viento, levantar objetos pesados, balancear un hacha con gracia y poder, y construir cualquier cosa. Mi experiencia confirma la verdad de que:


Corona de los viejos son los nietos,

Y la honra de los hijos, sus padres. Proverbios 17:6.

Mi Amado puso a mi padre en mi vida como una expresión de su fuerza, gracia y capacidad para hacer cualquier cosa por el amor y la protección de sus hijos. La otra cosa que recuerdo es el aliento, la simpatía y la crianza de mi madre. Allí estaban los bocaditos especiales que ella horneaba, tajos y golpes que curaba, su voz alegre cuando yo había escalado algún obstáculo, o la voz calmada citando los Salmos cuando una violenta tormenta pasaba sobre nuestra casa. Una vez más podía oír la voz de mi Amado a través del cuidado de crianza de mi madre.

En un encuentro con una serpiente furiosa y un escape indecible de un daño seguro en un accidente automovílistico, me di cuenta de la protección de mi Amado. El texto bíblico favorito de mi madre me impresionó profundamente:


El ángel de Jehová acampa alrededor de los que le temen,

Y los defiende. Salmo 34:7.

Recuerdo claramente una imagen de las historias de la Biblia que mi madre me leía. Mostraba a un niño en una carreta de juguete de color rojo con un automóvil que venía hacia él y un ángel con grandes alas protegiendo al niño. Este fue un mensaje reconfortante enviado por mi Amado revelando como él manda a sus ángeles para que nos cuiden.

La fe de mi padre en Dios ha sido sencilla y práctica. Recuerdo dos temas de sus labios: Guarda los mandamientos de Dios y ama a tu prójimo. Dos de los textos que él enfatizaba eran:

El fin de todo el discurso oído es este: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre. Eclesiastés 12:13.

Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los profetas. Mateo 7:12.

Su énfasis en hacer el bien y ser honesto me llevó a desarrollar una conciencia sensible. Me acuerdo de un número de ocasiones en que transgredí la ley y mi conciencia fue herida con la culpa. Recuerdo una oración a Dios entre lágrimas para que me perdonara a la edad de seis años. Hoy día la culpa a menudo se percibe como una enfermedad terrible. Sin embargo, para mí, le doy gracias a Dios por una conciencia sensible. A través de ella, escuché la voz amorosa de mi Amado, que me guiaba y me advertía.

Mis padres compraron una serie de diez volúmenes llamado “Las bellas historias de la Biblia”. Teníamos algunas de estas historias en discos. Recuerdo escuchar la historia de Moisés y el Mar Rojo, Josué y Jericó, David y Goliat, Elías y Eliseo. Todavía tenemos esta serie en mi casa y muchas de las imágenes me traen recuerdos de la infancia. Estas historias al lado del cuidado y la crianza de protección de mis padres me permitieron vislumbrar a mi Amado. A través de estas historias él me enseñó la historia de este mundo, cómo empezó, qué salió mal, el conflicto entre el bien y el mal, el remedio para el pecado, cómo acabará este mundo, y cuál será la recompensa de los que aman a Dios y guardan sus mandamientos incluyendo el sábado.

Me acuerdo ir a la iglesia y la escuela sabática, así como asistir a la escuela primaria de la iglesia. De los primeros doce años de mi vida, recuerdo muy poco; no viene a mi memoria ningún evento que me llamó la atención acerca de asuntos espirituales. Si puedo evocar el colorear imágenes, cantar canciones, jugar con figuras de fieltro, pero no hay ningún recuerdo de un impacto espiritual real. Lo que me parece aún más sorprendente es que a pesar de que yo había escuchado muchas historias acerca de Jesús en mis primeros doce años, casi no tengo memoria de ello. Tengo uno o dos recuerdos de llamados de altar mientras sentía que muchos ojos me miraban con el conocimiento de que los que se pusieran de pie eran vistos como buenos y los que no lo hicieran eran vistos como malos.

Nuestra Iglesia tiene una organización juvenil llamada Conquistadores en la que una persona joven avanza a través de los distintos niveles en determinados cursos de trabajo y actividades logradas. A los doce años yo tenía la obligación de leer a través de la Biblia como parte de mi curso de trabajo. Esta fue la primera vez que tuve que concentrarme en la Biblia. Tengo algunos recuerdos de las historias de Génesis y Números. ¡Confieso que le di una ojeada a Levítico entre otros libros de la Biblia! Recuerdo algunas de las otras historias en el Antiguo Testamento y los Evangelios. A pesar de que mi motivación era completar la tarea, también surgió un interés en mi corazón que produjo preguntas acerca de historias que despertaron mi curiosidad. Esta fue la primera vez que realmente probé la Palabra de Dios. Parte de mi asignatura requería memorizar el Salmo veintitrés y las Bienaventuranzas de Mateo 5. Estas palabras me impactaron:


Jehová es mi pastor; nada me faltará.

(2) En lugares de delicados pastos me hará descansar;

Junto a aguas de reposo me pastoreará.

(3) Confortará mi alma;

Me guiará por sendas de justicia por amor de su nombre.

(4) Aunque ande en valle de sombra de muerte,

No temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo;

Tu vara y tu cayado me infundirán aliento.

(5) Aderezas mesa delante de mí en presencia de mis angustiadores;

Unges mi cabeza con aceite; mi copa está rebosando.

(6) Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida,

Y en la casa de Jehová moraré por largos días. Salmo 23:1-6.

Es a partir de este pasaje que mi Amado primero realmente me atrajo a meditar acerca de él. Al leer las palabras “Jehová es mi pastor”, pensé en alguien cuidando tiernamente a las ovejas, oteando el horizonte en busca de cualquier potencial peligro. Hice la conexión entre el pastor y Jesús. Entonces la pregunta quedamente apareció en mi mente, ¿qué quiere decir “nada me faltará?” Recuerdo discernir que nada me faltaría porque el pastor supliría todo lo que fuera necesario. Mi Amado me estaba hablando por medio de su palabra. La voz era suave y sutil, pero sentí el reposo de las aguas sobre las que estaba leyendo. Cómo me hubiese gustado haber escuchado esa voz con tranquilidad, pero había otra voz que veremos en el capítulo siguiente, que me distrajo, me engañó, me halagó, me asustó, y me desanimó.

Más o menos por este tiempo tomé estudios bíblicos con el pastor de nuestra iglesia en preparación para el bautismo. No recuerdo muchas de estas lecciones, pero tenía la sensación de que Dios, mis padres y mi iglesia estaban contentos con mi decisión. Yo no tenía una idea clara del Dios que estaba prometiendo servir. Yo sabía que había un Dios y que Jesús era su Hijo. Me habían enseñado sobre el Espíritu Santo, pero no tenía idea real de su labor. Yo creía que Dios había enviado a su Hijo al mundo, y que si creía en Jesús tendría vida eterna. Era una transacción sencilla realizada en fe simple.

Mientras reflexiono sobre mis años formativos, veo la mano de mi Amado en muchos lugares. Los cimientos fueron establecidos de forma que me condujeron hacia el conocimiento de mi Señor. No obstante, a pesar de todas estas ventajas, mi herencia de Adán y el entorno en que crecí hicieron el bautismo de mi niñez mucho menos importante de lo que podría haber sido. En todos los años de educación que había recibido, todavía no sabía lo suficiente sobre mi Amado para que mi bautismo fuera verdaderamente significativo. También había varias corrientes transversales arrasando a mi iglesia que hacían que mi Amado se alejara aún más de mí y lo colocaban fuera de mi alcance.

Confié en que Dios estaba contento con mi compromiso con él y su Hijo. Sin embargo, mi sencillo voto infantil fue pronto socavado completamente por una cosecha de cizaña que el maligno había logrado sembrar en mi vida.