Mi Amado - Capítulo 10 - El Pan de la vida

Publicado Dic 05, 2013 por Adrian Ebens En Mi Amado

El concepto de que la depresión y la carencia de valor estaban conectados con la mentira de la auto-suficiencia, comenzó a añadir un significado más profundo a la caída del hombre, el conflicto entre el bien y el mal y todo el proceso de la salvación. Mis ojos se abrieron a la realidad de que la caída del hombre en el pecado fue una caída en la indignidad y la vergüenza. Es un estado de vivir con la realidad de que estamos haciendo cosas que Dios no aprueba. En el centro de este miserable estado, está el deseo de confiar en nosotros mismos y no en Dios; es un deseo de ser reconocido por lo que uno hace y no por nuestra relación con aquél que nos da todas las cosas.

Mientras meditaba sobre estas cuestiones, la experiencia completa de Jesús escuchando la voz de su Padre diciéndole que lo amaba y lo aceptaba como su Hijo, ahora me hablaba directamente a mí:


Y hubo una voz de los cielos, que decía: Éste es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia. Mateo 3:17.

En mi adoración anterior de un Jesús auto-suficiente, no podía escuchar claramente a mi Padre hablándome en este contexto. Sin embargo, ahora que percibía a Jesús como el verdadero Hijo de Dios, sentí estas palabras en mi corazón como un bálsamo a mi alma. En los brazos del Hijo unigénito, contemplándolo, amándolo, y siendo transformado por él, ahora podía estar donde Jesús estaba en mi propia esfera y de hecho escuchar a mi Padre celestial decirme que yo era su hijo amado que le complacía. Sin embargo, sólo a través de Cristo, el Hijo de Dios, podía escuchar su voz. Mientras meditaba en estas cosas, fui dirigido a esta cita que confirmó la emoción que estaba experimentando.

La voz que habló a Jesús dice a toda alma creyente: “Este es mi Hijo amado, en el cual tengo contentamiento. “Amados, ahora somos hijos de Dios, y aun no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él apareciere, seremos semejantes a él, porque le veremos como él es”. Nuestro Redentor ha abierto el camino, de manera que el más pecaminoso, el más menesteroso, el más oprimido y despreciado, puede hallar acceso al Padre. El Deseado de todas las gentes, p. 87.

Aquí, aquí mismo en Mateo 3:17 estaba el secreto anhelado de mi corazón, mi deseo de saber que soy amado por el Creador supremo del universo y que le complazco. Simplemente contemplando al Hijo de Dios en el abrazo de su Padre, podía verme a mí mismo por fe en ese mismo abrazo y escuchar esas mismas palabras dirigidas también a mí. El contemplar a un Hijo que lo heredó todo sin tener que probarle al Padre su valor, me capacitó para aceptar la amorosa herencia que el Padre anhelaba derramar sobre mí

¡Cómo habría deseado haber entendido plenamente la filiación de Jesús en ese momento de mi vida! Mi Padre me estaba permitiendo probar el pan de vida y lo dulce que era, sin embargo la presión de los tentáculos trinitarios me hizo ir de un lado a otro por algún tiempo. Hablaré de esto con más detalle en la siguiente sección, pero es importante mencionar que, aunque probé el dulce amor del Hijo unigénito, no podía ver que todavía estaba bastante confundido y que había construido sobre una plataforma de doble ánimo.

A pesar de esta confusión, tenía períodos regulares de puro gozo. Me aferré a la realidad viva de que el Padre se complacía en mí. Ahora podía verlo. Ahora podía reclamarlo. Cuando me tropezaba y caía, podía mirar en la palabra de Dios. ¿Se deleitaba todavía el Padre en su Hijo? ¡Sí! Entonces yo era acepto en el Amado. Con toda seguridad, él se deleitaba en mí. La promesa de la vida eterna no estaba basada en nada que yo hiciera por mí mismo, porque yo estaba viendo más y más a través de la Biblia a un Jesús que no dependía de sí mismo, sino que descansaba en las promesas de su Padre.

Con estas cosas en mente, leí toda la historia del conflicto en el desierto y el bautismo como una guerra por la filiación y el proceso para obtenerla. Satanás continuaba presionando a Jesús para que demostrara su condición de Hijo mediante la realización de milagros o mostrando al mundo su poder. Vi que el conflicto de Jesús con Satanás era una batalla sobre cómo definir la filiación. ¿Era la simple confianza en la palabra dicha por el Padre o debería ser probada por lo que el Hijo podía hacer?

Una vez más, la guerra de Cristo en el desierto, acerca de la cual había leído, fue la piedra angular de mi propia batalla interna. ¿Qué modelo protagonista debería emular para mantener mi condición de hijo? ¿Debería intentar hacer grandes cosas o confiar en la palabra de mi Padre? Una vez más vino a mí la confirmación:


Muchos consideran este conflicto entre Cristo y Satanás como si no tuviese importancia para su propia vida; y para ellos tiene poco interés. Pero esta controversia se repite en el dominio de todo corazón humano. El Deseado de todas las gentes, p. 116.

La mejor parte de todo este proceso es que en vez de simplemente mirar a Jesús y tratar de copiar lo que él hizo, la ley de la herencia significa que lo que hizo se me ofrece gratuitamente a mí.

Considere al Salvador en el desierto de la tentación todo aquel que lucha contra el poder del apetito. Véale en su agonía sobre la cruz cuando exclamó: “Sed tengo.” El padeció todo lo que nos puede tocar sufrir. Su victoria es nuestra. El Deseado de todas las gentes, p. 123.

El festín de la palabra de Dios casi me hizo estallar. ¡Cuán preciosa revelación! Su victoria es mía, por fe. Había tratado muchas veces antes de aferrarme a esta verdad, pero el Jesús auto-suficiente que estaba adorando me seguía apartando de la roca de la verdad sin darme cuenta de que todo viene por medio de la herencia.

El ver la carencia de valor procedente de la pérdida de la filiación como una parte clave de la caída del hombre, me hizo ver el conflicto de Jesús en el desierto después de su bautismo como la piedra angular hacia la victoria del reclamo de la filiación. Él se negó a basar su condición de Hijo en ninguna otra cosa excepto las palabras de su Padre. “Escrito está” fue la única respuesta que dio. Nunca respondió a las dudas acerca de si era verdaderamente el Hijo de Dios, ni a la necesidad de probar quién era por medio de los milagros y el poder.

Con esta nueva comprensión de como Jesús reclamó nuestra identidad como hijos e hijas de Dios, ahora yo podía comenzar a ver este elemento en el mensaje de Elías.


He aquí, yo os envío el profeta Elías, antes que venga el día de Jehová, grande y terrible. (6) Él hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, no sea que yo venga y hiera la tierra con maldición. Malaquías 4:5-6.

En el corazón del mensaje de Elías hay un volver de los corazones de los hijos hacia los padres y de los padres hacia los hijos. Esto me condujo a este pasaje:

Corona de los viejos son los nietos,

Y la honra de los hijos, sus padres. Proverbios 17:6.

Y toda esta gloria se realizó con un sistema de valores que afirma:


Así dice Jehová: No se alabe el sabio en su sabiduría, ni en su valentía se alabe el valiente, ni el rico se alabe en sus riquezas. (24) Mas alábese en esto el que se hubiere de alabar: en entenderme y conocerme, que yo soy Jehová, que hago misericordia, juicio y justicia en la tierra; porque estas cosas quiero, dice Jehová. Jeremías 9:23-24.

Como un verdadero hijo de Dios, no tenía la necesidad de gloriarme en la sabiduría, el poder o las riquezas; sólo necesitaba gloriarme en conocer al Padre por medio de Cristo. Recuerdo haberle presentado estos principios a un auditorio en Sidney, y ver el gozo que iluminaba los rostros de la gente a medida que algunos comenzaron a vislumbrar el reino del Padre.

Temprano a la mañana siguiente me desperté con el sonido de un canto. Escuché en mis pensamientos el famoso himno de Charles Wesley:

 

¿Es acaso posible que yo saque

Ganancia de su sangre derramada?

¿Murió él por mí – yo que causé su pena –

El por mí hasta la muerte perseguido?

¿Puede haber un amor tan asombroso

que Tú mi Dios murieras por salvarme?

¿Puede haber un amor tan asombroso

que Tú mi Dios murieras por salvarme?

Mientras reflexionaba sobre estas palabras y sobre la certeza de mi filiación al Padre por medio de Cristo y que mi Padre en el cielo era de hecho mi gloria, sentí una abrumadora sensación de amor, alegría y paz pasar sobre mí. El sentido del amor que sentía era tan grande que no podía hablar debido a las lágrimas de gozo. Realmente no puedo describir la experiencia en su totalidad.

Sentí la profunda convicción de que tenía que compartir esto con los demás. Oré pidiendo fortaleza para compartir con otros este mensaje precioso de lo que significa ser un hijo de Dios por medio de Cristo. Mientras estaba sentado allí, recordé todo el aspecto del mensaje que había aprendido en tan poco tiempo y la bendición que había traído a mi vida, sencillamente adoré al Padre y al Señor Jesús por tantas cosas maravillosas. Todo este dulce conocimiento fue saliendo a la luz a través de la persona del Hijo de Dios.

Desde ese momento deseé ansiosamente seguir adelante y compartir el gozo que había encontrado. Pero incluso en este avance había algunas cosas que todavía tenía que aprender, cosas que me permitirían entrar en la verdadera experiencia del Lugar Santísimo.