He aquí, Yo estoy a la puerta y llamo - Capítulo 8

Publicado Feb 15, 2013 por En El precioso mensaje de 1888

8. Los remedios divinamente señalados: "vestiduras blancas" y "colirio"

Las "vestiduras blancas, para que no se descubra la vergüenza de tu desnudez" son "el carácter inmaculado, purificado en la sangre de su amado Redentor" (Joyas de los Testimonios, vol. 1, p. 329), "la justicia de Cristo" (Joyas de los Testimonios, vol. 2, p. 75), o "los hábitos de la justicia de Cristo" (My Life Today, p. 311). E.White lo aplicó frecuentemente al "mensaje de la justicia de Cristo" de 1888. El propio apóstol Juan declara que son "las obras justas de los santos" (Apoc. 19:8), no por su propia justicia, evidentemente, ya que no poseen ninguna, sino por la que Cristo finalmente les ha impartido de forma plena, no imputado en un sentido exclusivamente legal.

Si no hubiese existido una "presentación de la justicia de Cristo en relación con la ley, tal como el doctor [Waggoner] la ha expuesto ante nosotros [en 1888]" (Ms. 15, 1888; The E.G.W. 1888 Materials, p. 164), entonces el cuerpo ministerial y la iglesia adventista habrían estado embarazosamente "desnudos". Habíamos predicado la ley hasta que llegamos a estar tan "secos como las colinas de Gilboa". A la vista de todo el universo de Dios, creíamos estar predicando el "evangelio eterno" al mundo, cuando ni siquiera comprendíamos "el mensaje del tercer ángel en verdad". El mensaje de 1888 iba a colmar el mensaje adventista de precioso contenido, y también habría de colmar la iglesia de preciosa experiencia, que eliminaría todo motivo de "vergüenza".

¿Se vistió nuestra desnudez en aquella ocasión? ¿O continuamos aún desnudos? ¿Es la "justicia de Cristo" para nosotros hoy un concepto relevante?

¿Es una mera fórmula, palabras que esconden un vacío? ¿Podemos decir que "su esposa se ha aparejado"? ¿Conoce tan bien a Cristo como para estar finalmente preparada para ser su cónyuge? Si no es así, entonces, todavía no está "vestida".

¿Es nuestro conocimiento de la justicia de Cristo tan superficial como el de las "siete mujeres" que echan mano de él y quieren que su nombre sea llamado sobre ellas, sin poder llegar a ser jamás su verdadera desposada? (Isa. 4:1-4).

Cristo no fue un simple Shiboleth para los mensajeros de 1888. No se llenaron la boca con su nombre, para presentar después sermones emotivos, calculados para causar impresión. Tenían una visión diferente y objetiva de Cristo que se podía comunicar en términos de verdad doctrinal. Comprendieron algo que aparentemente ninguno de sus hermanos contemporáneos habían jamás visto. Lo anterior es evidente a partir de las palabras de E. White:

Aprecio la belleza de la verdad en la presentación de la justicia de Cristo en relación con la ley, tal como el doctor [Waggoner] la ha expuesto ante nosotros. Muchos de vosotros decís, es luz y verdad. Sin embargo, no la habíais presentado nunca en esa luz hasta ahora… Si nuestros hermanos ministeriales aceptaran la doctrina que se ha presentado tan claramente –la justicia de Cristo en relación con la ley–, y yo sé que están en necesidad de aceptarla, sus prejuicios no habrían tenido un poder controlador, y el pueblo habría recibido su alimento a su tiempo. (MS 15, 1888; The E.G.W. 1888 Materials, p. 164).

Cuando el hermano Waggoner expuso esas ideas en Minneapolis, fue la primera vez que oí una presentación clara de ese tema, por parte de ningún labio humano, excepción hecha de conversaciones mantenidas entre mi marido y yo. (MS 5, 1889).

El mensaje único que esos hermanos trajeron en aquel tiempo, recibió un nombre especial –"la doctrina… de la justicia de Cristo en relación con la ley". Significó el reconocimiento de que la justicia de Cristo fue la justicia de un ser verdaderamente divino y humano, quien "condenó al pecado en la carne", habiendo sido enviado "en semejanza de carne de pecado" (Rom. 8:3). Ese fue el punto focal de su mensaje, el tema dominante que proveyó un enfoque práctico. Sin esa "gran idea" su mensaje habría estado desprovisto de poder. El carácter que Cristo desarrolló, nosotros lo podemos desarrollar, si tenemos su fe. En otras palabras, ¡la justicia viene por la fe!

Ambos mensajeros negaron específicamente que Cristo viniera en la naturaleza de Adán antes de la caída (Waggoner, Christ and His Righteousness, p. 26-30; Jones, The Consecrated Way, p. 21-44, y General Conference Bulletin, 1895, p. 232-234, 265-270). Afirmaron claramente que "tomó" la naturaleza del hombre después de la caída, y de la forma más explícita y enfática posible, presentaron un enfoque de Cristo absolutamente diferente del que era y es habitual y extensamente presentado hoy. (Hay, por supuesto, algunas excepciones aquí y allá, y muy recientemente algunas publicaciones han comenzado a presentar el concepto de 1888 sobre la justicia de Cristo).

Si nuestro concepto popular al uso, sobre la "justicia de Cristo" es el verdadero, entonces la base y centro del mensaje de Jones y Waggoner estaba positivamente errado, y también E. White, por haberlo apoyado de la forma en la que lo hizo.

Se hacen considerables esfuerzos por reunir citas de E. White que den la impresión de que se opuso a la postura de Jones y Waggoner 1. Ante el contraste con sus numerosas declaraciones de apoyo a la posición de estos, el resultado neto es la confusión. Se diría que hasta el día de hoy ningún teólogo haya sabido reconciliar la naturaleza aparentemente contradictoria de esas dos colecciones de citas. Allí donde se trate el tema, una de las colecciones es invariablemente utilizada para anular a la otra. Pero si E. White se hubiese contradicho de esa forma, ¿no habría sido acaso una falsa profetisa?

Nunca seremos capaces de comprender esas declaraciones aparentemente irreconciliables, a menos que las estudiemos en su verdadero contexto: el mensaje de 1888 traído por Jones y Waggoner. "Me han llegado cartas que afirman que Cristo no podría haber tenido la misma naturaleza que el hombre, pues si la hubiera tenido, habría caído bajo tentaciones similares" (Sermón matinal, 29 enero 1890; Review and Herald, 18 febrero 1890; Mensajes Selectos, vol. 1, p. 477). Es más que evidente que esas cartas representaban el criticismo a la exposición de Waggoner y Jones sobre el "mensaje de la justicia de Cristo". ¿Cómo podemos comprender los comentarios de E. White sobre esas cartas, a menos que los refiramos al mensaje controvertido? Si bien las cartas hayan probablemente desaparecido, los archivos ponen aún a nuestra disposición lo que realmente importa: aquello que E. White apoyó como el "comienzo" de la lluvia tardía y del fuerte clamor.

Se puede cuestionar si ésta generación ha presenciado tan poderosas exposiciones sobre "la justicia de Cristo en relación con la ley" como las de Jones en el Bulletin de 1895, o en su libro El Camino consagrado a la perfección cristiana (The Consecrated Way). Nunca se había mostrado el libro de los Salmos como el más Cristocéntrico de la Biblia, tal como se aprecia en esos estudios. De no haber sido por la actitud de no-compromiso y oposición de una gran proporción de nuestros hermanos en los años 1890 y siguientes, "la revelación de la justicia de Cristo" contenida en esos mensajes habría obrado un milagro en sus días, y la iglesia se habría vestido con "vestiduras blancas" y habría dado el fuerte clamor al mundo. Cristo habría sido vindicado en su pueblo, al demostrarse en la carne pecaminosa de ellos el fiel reflejo de lo que él mismo demostró "en semejanza de carne de pecado" cuando estuvo en la tierra. Habiendo visto a Cristo claramente revelado, habrían recibido "la fe de Jesús". Cristo y su justicia no han sido todavía claramente comprendidos.

El mensaje de 1888 de la justicia de Cristo ha sido reemplazado por una visión diferente: Cristo debió tomar la naturaleza impecable de Adán, tal como éste la poseía antes de la caída, por lo tanto no es posible que su carácter perfecto se manifieste en nuestra carne pecaminosa. Esa posición es virtualmente idéntica a la sostenida por los que guardan el domingo y se adhieren a la inmortalidad natural del alma. Ninguno de los "predicadores populares" tiene claro el concepto de la "justicia de Cristo", si bien es posible observar un sincero y notable esfuerzo por comprenderlo en escritores como Reinhold Niebuhr, C.S. Lewis y algunos otros. Pero ninguna iglesia o movimiento se mantiene en la visión singular que Dios dio a nuestra iglesia en 1888. ¡Aún tenemos el campo despejado!

"¿Y qué importa pensar de una forma, o de la opuesta?" se preguntan muchos. Solamente una mentalidad legalista se puede plantear esa pregunta. El concepto de la "justicia de Cristo", para quienes son motivados por una preocupación egocéntrica, no puede significar otra cosa que una trampa legal, una maniobra judicial para encubrir nuestra injusticia en progresión. El énfasis puesto en la "justicia imputada" legalmente, ha venido a ser algo tan absorbente, que para la mayoría de cristianos no queda ninguna posibilidad de que podamos ser verdaderamente como Cristo en carácter.

Conceptos como esos convierten a la actual preparación para la venida de Cristo y la traslación, en una experiencia tan remota y visionaria como para pertenecer al próximo siglo, o quién sabe cuánto más lejos.

La cita que se reproduce a continuación ha sido empleada para promover una visión desequilibrada en la que la justicia imputada de forma legal lo sea todo. Es solamente la primera frase la que se destaca entonces, minimizando la importancia del contexto. Pero obsérvese con atención cómo ese texto no contiene nada parecido a un rechazo indirecto de los mensajeros de 1888 –ya que en ese período el apoyo de E. White a su mensaje era inequívoco. Al contrario, se está refiriendo a la falsificación de "los predicadores populares" sobre la "justicia por la fe", en contraste con el énfasis que ella puso en la justicia impartida:

Cuando está en el corazón el deseo de obedecer a Dios, cuando se hacen esfuerzos con ese fin, Jesús acepta esa disposición y ese esfuerzo como el mejor servicio del hombre, y suple la deficiencia con sus propios méritos divinos. Pero no aceptará a los que pretenden tener fe en él, y sin embargo son desleales a los mandamientos de su Padre. Oímos mucho acerca de la fe, pero necesitamos oír mucho más acerca de las obras. Muchos están engañando a sus propias almas al vivir una vida acomodadiza y desprovista de la cruz. Pero Jesús dice: "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. (Signs o the Times, 16 junio 1890; Mensajes Selectos, vol. 1, p. 448).

Pero habitualmente se interpreta significando que ‘si decimos que amamos al Señor, ya "está en el corazón el deseo de obedecer a Dios", así pues, tratemos simplemente de ser un poco mejores. No podemos obedecer los mandamientos, y el Señor lo sabe, por lo tanto él tiene suficiente con lo anterior, y suplirá el resto con "sus propios méritos divinos" ’.

Consideremos el tema del sexo, por ejemplo. Mientras que la promiscuidad, la infidelidad y el divorcio hacen alarmante incursión en la iglesia, la mayor parte de nuestros bienintencionados pastores continúan aferrados a la suposición de que Cristo tomó la naturaleza impecable de Adán antes de la caída, con lo que evidentemente, él no pudo nunca ser tentado a la fornicación o el adulterio. Ciertamente ¡Adán no fue tentado de ese modo! La postura oficial expresada en Questions of Doctrine es que Cristo "estaba exento de las pasiones y poluciones heredadas que corrompen a los descendientes naturales de Adán" (p. 383). Esa es una afirmación decididamente confusa, ya que implica la existencia de contradicción tanto en la Biblia como en el Espíritu de Profecía. Los autores sólo pudieron expresarla así a partir de la ignorancia o el desprecio del concepto de 1888 sobre la justicia de Cristo.

Cristo no estaba "exento" de nada. ¡Gracias a Dios! La única razón por la que no pecó es que escogió no pecar, no por ninguna ventajosa "exención" o inmunidad que convirtiese la tentación en menos tentadora para él que para nosotros. Escogió no pecar porque él sabía cómo morir al yo, y lo demostró muriendo en la cruz. Así, "condenó al pecado en la carne" (Rom. 8:3), incluyendo el pecado de la impureza sexual, al que debió haber sido tan tentado "en la carne" como lo pueda ser cualquier otro. Él "fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado" (Heb. 4:15). Si negamos eso, no hay mensaje de la justicia de Cristo, ya que tal supuesta justicia pierde el significado si se la separa de la "semejanza de carne de pecado" que recibe todo hijo o hija de Adán.

Porque en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados. (Heb. 2:18)

Pero muchos no lo comprenden. La ignorancia de esa verdad corta los lazos de unión y simpatía con Cristo. Esa es la razón por la que miles no tienen nada que los proteja en la hora de la tentación, y Cristo es tristemente humillado por una iglesia remanente que no demuestra una norma de excelencia moral significativamente superior a la de las iglesias que se adhieren abiertamente a "las corrientes envenenadas de Babilonia".

Es suficiente el haber tenido que batallar con los problemas prácticos en el campo misionero de una moderna iglesia situada en la ciudad, para comprender que estamos desesperadamente "desnudos" en ese terreno de la "justicia". Dice nuestro Testigo fiel y verdadero, "Yo te aconsejo que compres de mí … vestidos blancos, para cubrir la vergüenza de tu desnudez" (Apoc. 3:18). El consejo no es que los "compremos" de "los predicadores populares", sino de él. ¿Cómo podemos comprarlos de él? He aquí una clave:

En su gran misericordia el Señor envió un preciosísimo mensaje a su pueblo por medio de los pastores Waggoner y Jones. Este mensaje tenía que presentar en forma más destacada ante el mundo al sublime Salvador, el sacrificio por los pecados del mundo… invitaba a la gente a recibir la justicia de Cristo, que se manifiesta en la obediencia a todos los mandamientos de Dios. Muchos habían perdido de vista a Jesús… Este es el mensaje que Dios ordenó que fuera dado al mundo. (Testimonios para los ministros, p. 91 y 92).

Obsérvese la fuente del mensaje: "el Señor envió". ¿Cómo podemos "comprar" de él, si no es renunciando a nuestros conceptos equivocados y aceptando humildemente el mensaje de "la justicia de Cristo" que él envió a su pueblo en su gran misericordia, pero que no es hoy comprendido?

Es "al ángel de la iglesia" a quien se aconseja de ese modo. No es suficiente que permanezcamos impasibles en una postura neutral, en época de crisis. Debemos "comprar" de él. De hecho, recibir. El mensaje debería proclamarse ampliamente de toda manera posible, en nuestros libros, revistas, publicaciones juveniles, radio y televisión, así como enseñado en nuestras instituciones formativas teológicas y sábado tras sábado en nuestros púlpitos. No es suficiente la publicación esporádica de folletos conteniendo el mensaje, aquí y allá. En la década de 1888 los mensajeros tenían la oportunidad de proclamar el mensaje ellos mismos, de varias maneras a su alcance. Pero el movimiento fracasó porque el ministerio, corporativamente, no se entregó con corazón indiviso a la proclamación del mensaje. Dejando aparte el caso de E. White, el mejor apoyo que los mensajeros recibieron no fue otra cosa que apoyo a medias. Un historiador prominente reconoce que cuando la oscura década de los 1890 se convertía en el siglo XX, ningún mensajero entre nosotros, a parte de E. White, estaba proclamando significativamente el mensaje (Norval Pease, By Faith Alone, p. 164).

Desde luego, una postura de neutralidad sería preferible a la tenaz oposición, pero eso no respondería al llamado del Testigo fiel y verdadero. La neutralidad no logrará jamás la terminación de la obra de Dios en esta generación. Se espera que hagamos más que el gobierno de Persia en los días de la reina Esther, cuando éste permaneció neutral y se limitó a conceder permiso para que los judíos se defendieran a sí mismos. No debemos albergar la más mínima pretensión de infalibilidad o irrevocabilidad en nuestras actitudes previas, como era el caso con los decretos de los Medas y los Persas. Ahora es el momento de apoyar la verdad de todo corazón.

Hagamos que "las buenas nuevas de la justicia de Cristo" impregnen la iglesia en todo el mundo. Pongamos la verdad a la obra. Y permitamos que nuestros modernos métodos de comunicación sean plenamente empleados en proclamar lo que E. White dijo que era el "preciosísimo mensaje" que "en su gran misericordia el Señor envió", "justamente lo que el pueblo necesitaba" [The E.G.W. 1888 Materials, p. 1339].

Solamente entonces se podrá afirmar honestamente que hicimos lo mejor a nuestro alcance para obedecer al Señor, de manera que podamos esperar confiadamente que él responda a nuestras súplicas con reavivamiento y reforma, como preparación para la lluvia tardía y el fuerte clamor.

Nuestro Señor pronuncia otra frase al enunciar el tercer remedio: "Y unge tus ojos con colirio, para que veas" (Apoc. 3:18).

El colirio tiene por objeto:

"reconocer el pecado bajo cualquier disfraz" (Joyas de los Testimonios, vol. 1, p. 479).

"discernir las necesidades del momento" (Consejos para los maestros, p. 42).

"distinguir entre la verdad y el error" (My Life Today, p. 73).

"rehuir los ardides de Satanás" (Joyas de los Testimonios, vol. 2, p. 75).

En ese contexto, nuestra ceguera resulta ser otra forma de referirse a nuestra inconsciencia espiritual. El "colirio" es lo que hace posible que el pecado inconsciente venga a la conciencia. "El mensaje del Testigo fiel encuentra al pueblo de Dios sumido en un triste engaño, aunque crea sinceramente dicho engaño" (Joyas de los Testimonios, vol. 1, p. 327).

Si recordamos que el pecado subyacente de toda la humanidad es su participación en la crucifixión del Hijo de Dios (Rom. 3:19; El Deseado de todas las gentes, p. 694; Testimonios para los ministros, p. 38), veremos que la comprensión de ese pecado está oculta a nuestro entendimiento, por la sencilla razón de que la humanidad caída elude esa convicción (ouk edokimasan, Rom. 1:28). Y entre el profeso pueblo de Dios en estos últimos días, hay mucha confusión con respecto a la naturaleza y profundidad de nuestro pecado. "Y no conoces…"

Cristo no tenía la barrera de la inconsciencia que nosotros tenemos. No habiendo conocido culpa, no tenía nada que reprimir, a diferencia de nosotros. Aquello que los hombres experimentan de forma inconsciente, Cristo lo experimentó conscientemente por nosotros. Juan habló de ese milagro de la herencia del Salvador, consistente en nuestra propia naturaleza y su conocimiento de ella: "Mas el mismo Jesús no se confiaba a sí mismo de ellos, porque él conocía a todos, y no tenía necesidad que alguien le diese testimonio del hombre; porque él sabía lo que había en el hombre" (Juan 2:24 y 25).

Se nos protege del conocimiento pleno de nuestro pecado, ya que la culpabilidad nos destruiría. Pero Dios, "al que no conoció pecado [Cristo], hizo pecado por nosotros" (2 Cor. 5:21). "Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros" (Isa. 53:6) (¡eso significa todo lo contrario de una "exención"!). Así, Juan dijo la verdad cuando expresó: "He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo" (Juan 1:29). Está escrito que en un sentido muy singular, Cristo aborrecía la maldad (Heb. 1:9). Pero no podría aborrecerla sin haberla comprendido. El discernimiento inspirado de Pablo presupone que Cristo conoció plenamente la mente desconocida del hombre. Solamente así pudo él llevar nuestra iniquidad. Cristo es el único origen del "colirio".

Si "el ángel de la iglesia de Laodicea" quiere recibir de Cristo el "colirio", y emplearlo, discernirá la verdad plena acerca de sí mismo y acerca del Salvador. No solamente obtendrá un conocimiento pleno de su pecado, sino también una expiación completa, "final", por todos los pecados que hoy nos son todavía desconocidos. El mensaje a Laodicea lleva en sí mismo la asunción del éxito: "He aquí, yo estoy a la puerta y llamo… entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo" (v. 20). Eso significa un grado de intimidad con Cristo que ninguna de las anteriores seis iglesias ha conocido. ¿Logrará el ministerio del Sumo Sacerdote en el lugar santísimo ese éxito final y completo? ¿Será por fin el pueblo de Dios verdaderamente como Cristo en carácter? La respuesta es un rotundo "Sí":

Ahora, mientras que nuestro gran Sumo Sacerdote está haciendo propiciación por nosotros, debemos tratar de llegar a la perfección en Cristo. Nuestro Salvador no pudo ser inducido a ceder a la tentación ni siquiera en pensamiento. Satanás encuentra en los corazones humanos algún asidero en que hacerse firme; es tal vez algún deseo pecaminoso que se acaricia, por medio del cual la tentación se fortalece. Pero Cristo declaró al hablar de sí mismo: ‘Viene el príncipe de este mundo; mas no tiene nada en mí’ (Juan 14:30). Satanás no pudo encontrar nada en el Hijo de Dios que le permitiese ganar la victoria. Cristo guardó los mandamientos de su Padre y no hubo en él ningún pecado de que Satanás pudiese sacar ventaja. Esta es la condición en que deben encontrarse los que han de poder subsistir en el tiempo de angustia. (El conflicto de los siglos, p. 680 y 681. Atributo de cursiva añadido).

Por primera vez en la historia, Laodicea como pueblo –corporativamente–, percibe las dimensiones plenas del Calvario, y en esa proporción percibe también las dimensiones plenas de su propio pecado. Esa visión la aniquilaría si no fuese porque "Me mirarán a mí, a quien traspasaron" (Zac. 12:10). Confiesan y transfieren a Cristo la ahora ya plenamente consciente convicción de pecado y culpabilidad. La "expiación final" resuelve finalmente el conflicto en lo más profundo del corazón, revierte y hace desaparecer la culpabilidad. Si bien los santos seguirán poseyendo una naturaleza pecaminosa, y serán humildes y contritos, el pecar llegará a su fin.

Por fin el Cordero encuentra una "esposa" capaz de apreciarlo. Su experiencia del Calvario consistió en beber hasta lo último la amarga copa de la culpa humana. Ahora su novia ha llegado a comprender y apreciar lo que él hizo. No se le pide más. Eso es "fe", al fin y al cabo, y por lo tanto, el resultado es "justicia", en armonía con la purificación del santuario. ¿No es acaso ese el fin que pretende el mensaje a Laodicea?

 

Nota:

(N. del T.): En lo referente a la exposición que estos hicieron de la verdad bíblica sobre la naturaleza humana de Cristo, como base necesaria para comprender la justicia de Cristo. (Volver al texto)