He aquí, Yo estoy a la puerta y llamo - Capítulo 7

Publicado Feb 15, 2013 por En El precioso mensaje de 1888

7. Los remedios divinamente señalados: "oro"

Nuestro Señor nos amonesta a que de él compremos "oro afinado en fuego, para que seas hecho rico" (Apoc. 3:18). Sabemos que "el oro afinado en el fuego es la fe que obra por el amor" (Palabras de vida del gran Maestro, p. 123).

Si poseyésemos ya el "oro", no se nos urgiría a "comprarlo". Debemos dejar de jactarnos de que ya lo poseemos, de que lo único que nos falta son métodos más eficaces de presentarlo: Despliegues periodísticos más modernos, más dinero para emisiones de radio y televisión, o mejores técnicas de homilética. Nuestra necesidad es de tipo básico. En relación con el "oro" propiamente dicho, el Testigo fiel y verdadero dice que nuestro cofre está vacío. Es el mismo Cristo quien lo declara.

Es muy posible que, una vez hayamos "comprado" realmente el oro, deje de turbarnos la búsqueda de métodos para mostrarlo. Quizá Jehová de los ejércitos, que dice "mía es la plata, y mío el oro", traerá entonces convicción a corazones generosos, que darán con liberalidad para que el "oro" de su pueblo pueda ser presentado al mundo, cuando ese tiempo llegue.

Es al "ángel" a quien amonesta el Testigo fiel y verdadero, no a algunos individuos por aquí y por allá. Es al cuerpo regular de los directivos de iglesia a quien se dirige. No hay ninguna forma de evadir su franca "amonestación". Todos los intentos por silenciarla resultarán en mayor confusión y décadas de retardo en la finalización de la obra de Dios. Que el cielo se apiade de nosotros si protestamos contra el Señor e insistimos, ‘¡pero yo siempre he comprendido y enseñado el evangelio con poder! Yo sé que lo comprendo. ¡Eso no puede referirse a ! ¡Has bendecido tan maravillosamente mi obra! "Delante de ti hemos comido y bebido, y en nuestras plazas enseñaste" "¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre lanzamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?" ’ (Luc. 13:26; Mat. 7:22).

En esta hora de inmensa oportunidad escatológica, nuestro Señor dice al tibio "ángel": "estoy por vomitarte de mi boca" (mello se emesai) (Apoc. 3:16). Esa advertencia es paralela a la que Cristo hace a quienes dirán: "Señor, Señor, ábrenos… Dígoos que no os conozco de donde seáis; apartaos de mí todos los obreros de iniquidad. Allí será el llanto y el crujir de dientes" (Luc. 13:25-28). El término "iniquidad" suena terrible. Lo aplicamos instintivamente a nuestros vecinos incrédulos. Pero necesitamos comprender que una experiencia perfectamente aceptable en otra época anterior a la purificación de santuario, se convierte hoy en vomitiva "tibieza". La devoción mesurada, apropiada mientras el Sumo Sacerdote ministraba en el lugar santo, resulta ser "iniquidad" cuando se la pesa ante la incomparablemente superior perspectiva de consagración que es apropiada ante su oficio en el lugar santísimo (ver Lev. 23:27-32).

Ningún pecado puede producir a nuestro Sumo Sacerdote más nauseas que ese. Y sin embargo, no se trata de "obras" de lo que está hablando. El "oro" del que carecemos no consiste en una actividad más febril. En eso somos ya "ricos". Se trata de fe. Es fe pura y verdadera lo que necesitamos "comprar".

¿Por qué "comprar"? ¿Por qué no dice: ‘Pídemela y te la daré’? ¿Será quizá porque necesitamos renunciar a nuestros falsos conceptos sobre la fe, y aceptar el verdadero? El mensaje a Laodicea señala que estamos en posesión de cierta clase de alijo que es preciso cambiar por "oro" del almacén celestial, de igual forma que dejamos algo a cambio de un objeto, cuando queremos comprarlo. Es muy significativo el consejo de que "compremos". Obsérvese en qué consiste nuestra "riqueza":

Porque tú dices: Yo soy rico, y estoy enriquecido… (Apoc. 3:17)

¡Qué mayor engaño puede penetrar en las mentes humanas que la confianza de que en ellos todo está bien cuando todo anda mal! El mensaje del Testigo fiel encuentra al pueblo de Dios sumido en un triste engaño, aunque crea sinceramente dicho engaño. No sabe que su condición es deplorable a la vista de Dios. Aunque aquellos a quienes se dirige el mensaje del Testigo fiel se lisonjean de que se encuentran en una exaltada condición espiritual… se sienten seguros por causa de sus progresos y se creen ricos en conocimiento espiritual. (Joyas de los Testimonios, vol. 1, p. 327 y 328, original sin cursivas).

El "precio", aquello a lo que debemos renunciar, es el "engaño", el falso "conocimiento espiritual". Dicho de otro modo, hemos de renunciar a nuestros conceptos erróneos e ideas equivocadas, a fin de poder efectuar la "compra" del "oro". Veamos una vez más cuál es la definición inspirada del "oro" que necesitamos:

Para que la prueba de vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual perece, bien que sea probado con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra, cuando Jesucristo fuere manifestado (1 Ped. 1:7).

El oro afinado en el fuego es la fe que obra por el amor. Sólo esto puede ponernos en armonía con Dios. Podemos ser activos, podemos hacer mucha obra; pero sin amor, un amor tal como el que moraba en el corazón de Cristo, nunca podremos ser contados en la familia del cielo. (Palabras de vida del gran Maestro, p. 123, original sin cursivas).

El oro probado en el fuego que se recomienda aquí, es la fe y el amor. Enriquece el corazón, porque se lo ha refinado hasta su máxima pureza, y cuanto más se lo prueba, tanto más resplandece. (Joyas de los Testimonios, vol. 1, p. 479).

Durante décadas hemos estado hablando de "fe y amor". ¿No los tenemos todavía? ¿Qué significa lo anterior? ¿Podemos estar pretendiendo disimular la carencia mediante un barniz de tópicos piadosos? Quizá el Señor esté intentando hacernos ver que no comprendemos realmente lo que es el amor, y por lo tanto, no podemos tener verdadera fe. ¿Es posible que "el ángel" de la Iglesia esté destituido de "un amor tal como el que moraba en el corazón de Cristo"?

Sí. Así es, según las palabras del Testigo fiel y verdadero. Es cierto que cuesta creerlo, pero veamos más de cerca el asunto. Hay dos nociones opuestas sobre el "amor". Una proviene del helenismo, y es el tipo de "amor" sobre el que está basado el cristianismo evangélico popular. La otra es totalmente distinta, y es el tipo de amor que sólo puede tener su origen en el ministerio del verdadero Sumo Sacerdote, en su obra de purificación del santuario celestial. (Primeros Escritos, p. 55,56).

La amonestación de nuestro Señor resulta desconcertante e incomprensible cuando ignoramos lo que es realmente el amor. ‘¿Por qué dice "amor", si ese es precisamente mi punto fuerte? Sé positivamente que quiero a mis seres amados y a mis hermanos. ¿Qué más me falta?’ Los corazones pagados de sí mismos no sentirán la necesidad, y posiblemente sean incapaces de despertar en esta hora tardía en la que vivimos. Pero muchos sienten verdaderamente una gran necesidad y reconocerán inmediatamente el "oro", al serles mostrado.

Recuérdese esto en su contexto amplio, la pluma inspirada dice que el "oro" "es la fe que obra por el amor". Por lo tanto, a fin de comprender lo que quiere decir el Testigo fiel y verdadero con sus palabras "yo te amonesto que de mí compres oro afinado en fuego", debemos primero examinar en qué consiste el "amor". Sólo entonces estaremos en condiciones de comprender en qué consiste la "fe".

Es el mismo Cristo quien aclara cuál es la fe neotestamentaria, y resulta ser diferente del concepto popular. "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree…" (Juan 3:16). Obsérvese: (1) Lo primero es el amor de Dios, y hasta que ese amor se revela, no puede existir el creer. (2) Como resultado de su amor y su dádiva para el pecador se hace posible creer ("creer" y "tener fe" son la misma expresión griega). Así, la fe es una experiencia del corazón, "obra hecha de corazón", según frase de E. White, y es imposible que exista antes de que el amor de Dios sea verdaderamente comprendido y apreciado.

Préstese atención esmerada a un punto vital: el "creer" no viene motivado por un miedo a perderse, ni por la expectativa de la recompensa de la vida eterna. La cláusula primaria de la declaración de Jesús es: "porque de tal manera amó Dios". Las dos secundarias son: "que ha dado a su Hijo unigénito" y "para que todo aquel que en él cree". El creer es un resultado directo del amor. Y fue Cristo mismo quien pronunció las palabras de Juan 3:16.

Así, emerge una clara definición de la "fe" del Nuevo Testamento: La fe es una respuesta del corazón, o una apreciación de corazón, del amor de Dios revelado en la cruz. Vuélvase a leer Romanos y Gálatas, teniendo in mente esta definición de la fe de Juan 3:16, y Pablo revivirá ante nuestros ojos con asombroso realismo.

El salvarse de perecer y la recompensa de la vida eterna, son solamente productos –resultados– de la genuina fe que el Nuevo Testamento expone. Las motivaciones gemelas de temor al infierno y esperanza de recompensa, no son aspectos válidos de la fe en sí misma.

Esa definición neotestamentaria de la fe deja perplejos a algunos. Se sienten inclinados a aceptar la idea de que E. White de alguna manera hubiese modificado la definición de Cristo y de Pablo sobre la fe, en el sentido de referirla a un acto adquisitivo del alma centrado en el yo, como enseñan las iglesias populares. En sus escritos, piensan, la fe significa "confianza", y tal "confianza" presupone un estado de inseguridad egocéntrica. Es cierto que leemos a menudo la afirmación de que la fe es confianza. De hecho hay un sinnúmero de definiciones de la fe, tal como podemos comprobar en el Index, entre las 700 entradas relativas a "fe". Con toda probabilidad, incluso hasta en los días de Pablo había diferentes matices de significado.

Pero E. White de ninguna forma derribó el gran concepto paulino de la fe. Cuando el apóstol presentó su elevada enseñanza sobre la "justicia por la fe", la palabra "fe" adquirió una dimensión y significado explícito y dinámico que no era posible antes de la cruz, o al menos, que no podía ser claramente apercibido hasta entonces. Ni siquiera Nicodemo, que oyó de los labios de Jesús las palabras contenidas en Juan 3:16, pudo comprenderlas hasta la cruz. El griego helenístico no está en disposición de dar una definición clara de la fe.

Lo mismo cabe decir de la palabra "amor". Nadie conoció realmente en qué consiste el amor, hasta la cruz. La vida y muerte de Jesús invistió al oscuro término griego, agape, con un significado con el que nunca antes hubiera soñado. Y entonces esas dos palabras, agape, y la respuesta humana al mismo, fe, "alborotaron el mundo" antiguo [Hech. 17:6]. La enseñanza de E. White está en completa armonía con la fe del Nuevo Testamento.

No comprendemos a Pablo, ni tampoco a E. White, hasta que no reconozcamos que la fe que trae justicia es algo inconmensurablemente mayor que la idea egocéntrica que habíamos podido suponer previamente. Entre las 700 entradas del Index sobre la fe, hay una definición que es el común denominador de todas ellas. Es significativo que coincide con la definición de Pablo [en Gál. 5:6]: "La fe genuina siempre obra por el amor" (E.G.W. CBA, vol. 6, p. 1111; Index, vol. 1, p. 968). Obsérvese cómo apoya claramente la definición de la fe dada por Pablo:

Josué deseaba lograr que sirvieran a Dios, no a la fuerza, sino voluntariamente. El amor a Dios es el fundamento mismo de la religión. De nada valdría dedicarse a su servicio meramente por la esperanza del galardón o por el temor al castigo. Una franca apostasía no ofendería más a Dios que la hipocresía y un culto de mero formalismo. (Patriarcas y Profetas, p. 561).

No es el temor al castigo, o la esperanza de la recompensa eterna, lo que induce a los discípulos de Cristo a seguirle. Contemplan el amor incomparable del Salvador, revelado en su peregrinación en la tierra, desde el pesebre de Belén hasta la cruz del Calvario, y la visión del Salvador atrae, enternece y subyuga el alma. El amor se despierta en el corazón de los que lo contemplan. Ellos oyen su voz, y le siguen. (El Deseado de todas las gentes, p. 446). 1

Hay quienes profesan servir a Dios a la vez que confían en sus propios esfuerzos para obedecer su ley, desarrollar un carácter recto y asegurarse la salvación. Sus corazones no son movidos por algún sentimiento profundo del amor de Cristo, sino que procuran cumplir los deberes de la vida cristiana como algo que Dios les exige para ganar el cielo. Una religión tal no tiene valor alguno. (El Camino a Cristo, p. 44,45).

El contexto de la última declaración es especialmente significativo. Con toda la fuerza que pueden tener las palabras, E. White nos señala continuamente la cruz, y la revelación del amor de Dios que tuvo allí lugar. Esa es la verdadera motivación para servir al Señor, añade. Y hablando de esa motivación:

¡Oh, contemplemos el sacrificio asombroso que fue hecho para nuestro beneficio! Procuremos apreciar el trabajo y la energía que el Cielo consagra a rescatar al perdido y hacerlo volver a la casa de su Padre. Jamás podrían haberse puesto en acción motivos más fuertes y energías más poderosas… Entremos en perfecta relación con Aquel que nos amó con amor asombroso. (El Camino a Cristo, p. 21,22).

Es cierto que la mensajera del Señor también expone otros "incentivos y estímulos poderosos que nos instan a dedicar a nuestro Creador y Salvador el amante servicio de nuestro corazón", que aparentan, de forma superficial, apoyar una visión de la fe centrada en el yo. Eso ha causado perplejidad. ¿Se contradice acaso a sí misma? ¿Se espera que permanezcamos en una especie de limbo sobre el tema, y cuando leemos sobre el amor de Dios revelado en la cruz, que tendamos a minimizarlo como una motivación de poco valor?

He aquí cuatro posibles explicaciones a esa aparente contradicción:

"El Redentor del mundo acepta a los hombres tal como son, con todas sus necesidades, imperfecciones y debilidades" (Id., p. 47), y les permite iniciar la vida cristiana con la mejor motivación, cualquiera que esta sea, de la que en ese momento sean capaces. Muchos pueden ser bautizados por razones puramente egoístas, sin ninguna apreciación por el Calvario. Su religión, en ese momento, "no tiene valor alguno" (Id., p. 45), pero al menos, la ley es su "ayo" para llevarlos a Cristo, para que finalmente sean "justificados por la fe" (Gál. 3:24).

Miles de cristianos han descendido a la tumba sin una clara apreciación de la expiación. Vivían en épocas de comparativa oscuridad, y vivieron a la altura de toda la luz de que    disponían. No encontraron nunca completa liberación del legalismo centrado en el yo, pero hicieron lo mejor que supieron. El Señor los acepta. Muchos de ellos han muerto desde que  se publicó El Camino a Cristo. Ese libro contiene ayuda para aquellos que se preparan para la muerte. ¡Pero contiene también ayuda para quienes se preparan para la traslación!

La obra del Sumo Sacerdote en el lugar santísimo dará por resultado la total purificación de los motivos de aquellos que lo siguen en esa obra, por la fe. Llegarán a ser cristianos maduros y dejarán "lo que era de niño" (1 Cor. 13:11). En el contexto amplio del capítulo de Pablo sobre el agape, "lo que era de niño" significa las motivaciones centradas en el yo. Comprendiendo que E. White ministró en un período de transición, desaparecen las contradicciones aparentes. No todo el pueblo de Dios había dejado ya "lo que era de niño", ni estaban aun cabalmente preparados para reconocer la motivación "que es perfecta" [versículo precedente].

Cuando Dios nos expone esos otros "incentivos y estímulos poderosos que nos instan a dedicar a nuestro Creador y Salvador el amante servicio de nuestro corazón" –los dones y bendiciones presentes y futuros– es para despertar en nosotros el amor y agradecimiento hacia Aquel que nos los da, en virtud de su sacrificio eterno. No es para inducirnos al afán egoísta de posesión –al "amor" por el don–, sino para que amemos al Dador (N. del T.). 2

Cuando nuestro Señor dice: "¡Ojalá fueses frío, o caliente!", no debemos necesariamente concluir que es su deseo que seamos miembros "calientes", o bien que estemos totalmente fuera de la iglesia. Quizá sea así, pero puede que su anhelo consista en que seamos, o bien miembros "calientes", o bien miembros "fríos" que sientan verdaderamente su necesidad de recalentamiento. Las motivaciones centradas en el yo, frecuentes en algunas campañas evangelísticas, pueden en verdad incrementar nuestra membresía, pero solamente cuando es "el amor de Cristo" el que "nos constriñe", podemos vencer nuestra tibieza.

Antes de examinar más detenidamente en qué consiste el amor presentado en el Nuevo Testamento, consideremos una declaración más de E. White que es extraordinariamente clara y significativa, al efecto de la fe comprendida como una apreciación profunda de la expiación:

La preciosa sangre de Jesús es el manantial provisto para purificar el alma de la contaminación del pecado. Cuando determináis aceptarlo como vuestro amigo, de la cruz de Cristo brillará una luz nueva y duradera. Un verdadero sentido del sacrificio e intercesión del amado Salvador, quebrantará el corazón endurecido por el pecado; y el amor, agradecimiento y humildad tomarán posesión del alma. La entrega del corazón a Jesús convierte al rebelde en un penitente, y entonces, el lenguaje del alma obediente es; ‘las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas’. Esa es la verdadera religión de la Biblia. Cualquier cosa menor que eso, es un engaño. (Testimonies, vol. 4, p. 625).

En el texto precedente, no aparecen los términos "fe", ni "justicia", sin embargo, la experiencia descrita corresponde ciertamente a ésta última. Si es sólo por la fe que se obtiene la justicia, es evidente que la verdadera fe debe ser el medio por el que se efectúa el gran cambio.

Volviendo al tema del "oro" que se nos amonesta "comprar", hemos de descubrir en qué consiste el amor expresado en el Nuevo Testamento. A menos que lo comprendamos y apreciemos, no podremos tampoco comprender en qué consiste la fe.

Podemos resumir muy brevemente los contrastes entre el amor de Dios (agape) y la emoción humana conocida por todos, que identificamos con la misma palabra:

 

La noción habitual de amor

El AMOR de Dios (ágape)

  1. Siempre dependiente de la belleza o bondad del objeto a amar. Ama "lo suyo" o "los suyos": la familia, o aquellos que nos hacen bien.

Ama a quienes son defectuosos o indignos. "Dios encarece su caridad para con nosotros, porque siendo aún pecadores [enemigos], Cristo murió por nosotros" (Rom. 5:8,10).

Descansa en un sentido de necesidad, como los miembros de una pareja se aman porque se necesitan, o los niños a sus padres por idéntica razón.

Dios, que posee las riquezas infinitas, ama a partir de su bondad solamente. "Jesucristo, que por amor de vosotros se hizo pobre, siendo rico" (2 Cor. 8:9).

Depende del valor del objeto amado.

Crea valor en el objeto amado (Isa. 13:21).

El hombre a la búsqueda de Dios. Todas las religiones falsas se basan en esa noción de un Dios huidizo, que se oculta. La salvación depende así de la iniciativa del hombre.

No el hombre buscando a Dios, sino Dios buscando al hombre. "El Hijo del hombre vino a buscar y a salvar… (Luc. 19:10). La salvación depende entonces de la iniciativa de Dios, no de la nuestra.

Aspira siempre a subir más arriba. Es la motivación constante del hombre pecador (constatable incluso en la iglesia, y en los dirigentes ministeriales).

Dispuesto a rebajarse. La más pura revelación del agape, descrita en Fil. 2:5-8. Cristo estaba en la posición más exaltada, pero descendió hasta la más baja, "hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz".

Básicamente es amor a sí. Los dirigentes evangélicos modernos recalcan insistentemente la necesidad primaria de amor por uno mismo. Se confunde el amor a uno mismo con el sano concepto de autoestima, basado en la apreciación del sacrificio de Cristo en nuestro favor. Dimensión máxima del amor a uno mismo en el punto siguiente:

Máxima expresión de negarse a sí mismo (pero eso no significa ascetismo monástico ni negación egoísta de uno mismo, realizada con el fin de obtener una mejor recompensa en el futuro. Eso sería mero oportunismo religioso). "No busca lo suyo", busca genuinamente el bien de los demás. Su dimensión máxima expresada en el punto siguiente:

Desea la inmortalidad como recompensa celestial. Todas las religiones, cristianas o no cristianas, apelan a esa motivación básica egocéntrica. Ha sido la motivación predominante en mucho evangelismo adventista. Es responsable de la tibieza egocéntrica.

Dispuesto a sacrificar incluso la vida eterna. Demostración suprema provista por Cristo en la cruz, donde murió el equivalente a la "muerte segunda" de la que nos libra a nosotros. Moisés y Pablo constituyen ejemplos de pecadores redimidos que conocieron un agape tal (Éx. 32:32; Rom. 9:1-3).

(Adaptado de Anders Nygren, Agape and Eros, p. 210).

 Esos contrastes explican por qué Juan dio vida a la sublime ecuación: "Dios es agape". Y "el que no ama [con agape] no conoce a Dios", pero "cualquiera que ama [con agape], es nacido de Dios… en esto es perfecto el agape con nosotros, para que tengamos confianza en el día del juicio… en agape no hay temor; mas el perfecto agape echa fuera el temor… el que teme, no está perfecto en el agape". ¡Ninguna fuente humana puede inventar u originar un amor tal! "Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero" (1 Juan 4:7-19).

Esa fue la idea que revolucionó el mundo antiguo en los días de los apóstoles (Hech. 17:6). Lo revolucionará de nuevo, cuando la iglesia remanente comprenda "con todos los santos cuál sea la anchura y la longura y la profundidad y la altura y conocer el agape de Cristo, que excede a todo conocimiento" (Efe. 3:17-19). Sin un agape tal, nuestras "lenguas humanas y angélicas" son "como metal que resuena, o címbalo que retiñe"; toda nuestra "profecía", "ciencia" y "fe… que traspase los montes", es nada. Tan terrible es el engaño al que nos abocamos, que somos capaces de "repartir toda [nuestra] hacienda para dar de comer a pobres, [y entregar nuestro cuerpo] para ser quemado" y no obstante carecer de la verdadera motivación del agape (1 Cor. 13:1-3). Incidentalmente, ¡ese es el problema de la tibieza laodicense! Podría continuar en esa situación por miles de años más, sin que la obra de Dios se completara.

Mientras que todas las religiones no cristianas, y también el cristianismo apóstata, apelan a la inseguridad egocéntrica del hombre, los apóstoles presentaron un evangelio con una apelación radicalmente distinta. Pablo, por ejemplo, no comenzó su predicación con una presentación de la necesidad del hombre, sino de lo realizado por Dios. "Cuando fui a vosotros… no me propuse saber algo entre vosotros, sino a Jesucristo, y a éste crucificado" (1 Cor. 2:1,2). "Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo fue muerto por nuestros pecados" (1 Cor. 15:3). El resultado fue el desarrollo de una verdadera fe en los corazones de los oyentes. Un ejemplo que menciona Pablo es el de los propios Gálatas, cuyo resultado es descrito como "el oír de la fe" (Gál. 3:1,23), una verdadera apreciación de corazón de la excelsa cruz, donde murió el Príncipe de gloria. Una tal respuesta del corazón es en lo que consiste el genuino artículo de la "fe" que obra, en la "justificación por la fe", según el Nuevo Testamento. (Incidentalmente, constituye el mensaje del tercer ángel, en verdad).

Es por eso que la justificación por la fe "se manifiesta en la obediencia a todos los mandamientos de Dios" (Testimonios para los ministros, p. 92), incluyendo la gozosa aceptación de la verdad del sábado. "El amor es el cumplimiento de la ley" (Rom. 13:10).

La motivación verdaderamente cristocéntrica para el servicio y la obediencia encuentra refrescante demostración en los llamamientos de los mensajeros de 1888, en contraste con su virtual desaparición en nuestros días (gracias a Dios, comienza nuevamente a reaparecer). A.T. Jones dijo:

Oí a alguien que se expresaba en términos parecidos a estos, en relación con la obra misionera: ‘¡Oh, debo aplicarme más a la obra! de lo contrario no tendré estrellas en mi corona. Debo hacer más, o algún otro tendrá más estrellas que yo’. Bonito motivo, ¿qué os parece? Aquel que obra para tener estrellas en su corona, para poder tener más estrellas que otros, no tendrá jamás una sola estrella. Ese no es el motivo correcto; ningún motivo que no sea el amor por Cristo es el correcto.

Meditad en ello, hermanos, si finalmente tengo el inmenso gozo de alcanzar tan bendito lugar, y el Salvador me coloca una corona, ¿pensáis, hermanos, que podré estar en su presencia llevando la corona?… ¿Creéis que podré tenerme ante mi Señor, contemplando las cicatrices de los clavos en sus manos, y ver las señales de las espinas que se clavaron en su amoroso rostro, creéis que podría… recibir de esas manos una corona para serme puesta en la cabeza? ¡No, no! Querré postrarme de rodillas ante él y colocarla en su cabeza, porque suyo es el poder y la gloria. Que sea suyo el gozo eterno, y que yo pueda ver su gloria, y estaré satisfecho.

He pensado muy poco en mi corona; pero he pensado que si puedo añadir un destello de gloria a su rostro, un rayo de gozo a la faz que las espinas atravesaron, si puedo sumar una alegría a ese rostro… entonces mi gozo será completo… Permitamos que el amor de Cristo nos constriña.

Hermanos, si mantenemos nuestras mentes fijas en Cristo, no nos turbará la idea de las estrellas de nuestra corona, porque nuestra salvación será segura y nuestro gozo completo. Dios quiere que obremos, y ciertamente, que obremos a partir de ese motivo del amor. (Sermón, 24 septiembre 1888, Oakland, California; RG11 (Presidential) Documents, 1863-1901, Manuscripts & Typescripts folder, General Conference Archives).

Hoy es para nosotros doloroso constatar el marcado contraste entre la motivación de ese llamamiento, y la que es extremadamente popular en nuestros días. Cantamos ‘Yo espero la victoria, de la muerte al fin triunfar, recibir la eterna gloria y mis sienes coronar’ (también ‘algún día en vez de una cruz, mi corona Jesús me dará’). Muchos himnos y canciones evangélicas están tan lejos de la religión del Nuevo Testamento como lo está la teología agustiniana, que proporcionó la base para la noción medieval de la piedad. Algunos conceptos expresados en nuestros himnos ilustran la decadencia del agape, que se inició en la iglesia tempranamente, sin haber sido jamás debidamente restaurada.

Muchos años antes de que el sábado verdadero se cambiase por el domingo, nuestro Señor reprendió "al ángel de la iglesia en Éfeso": "pero tengo contra ti que has dejado tu primer amor (agape)" (Apoc. 2:4). Hemos asumido de forma superficial que eso se refiere a una suerte de enfriamiento romántico, interpretando el "primer amor" en términos de una experiencia emocional. Pero el Señor no está aquí tratando un problema de sentimentalismo.

Si Satanás odia algún concepto del Nuevo Testamento por encima de cualquier otro, es el del agape, la antítesis misma de su razón de ser. Siendo precisamente éste el concepto que destruye efectivamente su cometido egocéntrico, el agape vino a ser su principal diana de ataque en la iglesia primitiva. Los escritos de "los Padres" documentan la veracidad del reproche del Señor "al ángel de la iglesia en Éfeso". Como las termitas excavando sus galerías silenciosamente desde la profundidad, ideas paganas fueron introduciéndose en la iglesia primitiva. Primeramente fue la idea del amor centrado en el yo (eros), a modo de alternativa al agape neotestamentario, con el fin de reemplazar la verdadera motivación cristocéntrica por otra egocéntrica. El cambio del sábado por el domingo no habría nunca podido tener lugar entre los primitivos cristianos, a no ser en un terreno previamente abonado por la adulteración del verdadero concepto del amor.

La teología católica, dice Nygren, está basada en una fusión de las dos ideas (obra anteriormente citada). Agustín fue el "padre" teológico de eso, junto con sus ideas sobre el determinismo, predestinación y pecado original. A su nueva idea del amor, la llamó (en latín) caritas, término del que deriva nuestra palabra "caridad", y que causa confusión en la mayoría de las traducciones católicas de la Biblia (en la Reina Valera está presente hasta la revisión de 1960), habiéndose traducido como "caridad" lo que en el original es agape. Esa idea medieval virtualmente eclipsó la gracia de Dios.

Por un tiempo, Lutero intentó deshacer esa síntesis para restaurar nuevamente el agape. Pero tras su muerte, sus seguidores volvieron al concepto adulterado, debido a que fueron incapaces de repudiar la doctrina de la inmortalidad natural del alma. La práctica totalidad de las iglesias, sin apenas excepción, han heredado del romanismo medieval esa idea confusa sobre el amor, junto con la observancia del domingo y la inmortalidad natural del alma. Algunos de sus dirigentes pueden estar clamando de forma casi patética por recuperar las verdades puras del Nuevo Testamento, sin haber encontrado hasta ahora el camino.

Allá donde se encuentre la idea de la inmortalidad natural del alma, podemos estar seguros de encontrar el ego como el concepto dominante del amor. Es tan diferente del concepto de amor del Nuevo Testamento, como el sábado lo es del domingo, sin embargo es igualmente una falsificación sabiamente diseñada. La doctrina de la inmortalidad natural del alma es como una bandera que nos advierte: allí no será posible encontrar una comprensión verdadera del evangelio eterno de la justificación por la fe, porque allí no puede existir una verdadera idea de lo que es la fe del Nuevo Testamento. Ciertamente no la que armoniza con la verdad de la purificación del santuario.

Esa es una de las razones por la que E. White advirtió contra los peligros de ese falso pero sutil error. El espiritismo es a la postre una falsa justificación por la fe:

Los predicadores populares no pueden resistir con éxito al espiritismo. No tienen nada con que proteger su rebaño de su influencia nefasta… la inmortalidad del alma… es el fundamento del espiritismo. (Joyas de los Testimonios, vol. 1, p. 120).

Merced a los dos errores capitales, el de la inmortalidad del alma y el de la santidad del domingo, Satanás prenderá a los hombres en sus redes. Mientras aquel forma la base del espiritismo, éste crea un lazo de simpatía con Roma…

En la medida en que el espiritismo imita más de cerca al cristianismo nominal de nuestros días, tiene también mayor poder para engañar y seducir. De acuerdo con el pensar moderno, Satanás mismo se ha convertido. Se manifestará bajo la forma de un ángel de luz… los protestantes, que han arrojado de sí el escudo de la verdad, serán igualmente seducidos. Los papistas, los protestantes y los mundanos aceptarán igualmente la forma de piedad sin el poder de ella. (El conflicto de los siglos, p. 645,646).

La sencillez de la verdadera piedad ha sido sepultada bajo la tradición… La doctrina de la inmortalidad del alma es un error con el que el enemigo está engañando a los hombres. Este error es casi universal…

Esta es una de las mentiras forjadas en la sinagoga del enemigo, y es una de las corrientes envenenadas de Babilonia. (El evangelismo, p. 183).

¿Por qué es imposible que el verdadero amor del Nuevo Testamento coexista junto a "las corrientes envenenadas de Babilonia"? ¿Por qué no puede Babilonia ver la cruz, comprender el agape, ni experimentar la genuina fe neotestamentaria? ¿Por qué no puede proclamar el auténtico evangelio?

Necesariamente ligada a la idea de la inmortalidad natural del alma, está la noción de que Cristo no hizo un sacrificio infinito cuando murió en la cruz. Según ellos, el buen ladrón dijo: ‘hoy recibiremos una gran recompensa’. "De cierto te digo, que hoy estarás conmigo en el paraíso" (Luc. 23:43). Es decir, ¡se supone que ambos fueron en ese día al paraíso! Según eso, durante toda su penosa experiencia, el Señor se mantuvo por la esperanza de la recompensa, y fue consolado por la seguridad de que en realidad no moriría verdaderamente. Su sacrificio consistió entonces en mera agonía física y vergüenza humana de naturaleza temporal. ¡Moisés estuvo dispuesto a un sacrificio aun mayor que ese, en favor del pueblo de Israel, cuando pidió que su nombre se borrase del libro de la vida si el pueblo no podía ser perdonado! (Éx. 32:32). En esa visión popular, toda la naturaleza altruista, que se vacía de sí mismo ("se anonadó"), propia del agape o amor de Cristo, viene a resultar eliminada de un plumazo. Fue motivado por una preocupación meramente egocéntrica, o al menos, la esperanza de recompensa figuraba profundamente entremezclada con su amor.

En contraste, la verdadera enseñanza bíblica es que el sacrificio de Cristo fue auténticamente eterno e infinito. No murieron simplemente sus "restos mortales" (su cuerpo), sino que él mismo murió el equivalente a la "segunda muerte", la muerte sin esperanza de resurrección. Siendo él el infinito Hijo de Dios, un sacrificio tal es la medida del amor infinito, más allá de nuestra capacidad para apreciarlo plenamente. Si bien fue sostenido por la brillante seguridad del favor de su Padre hasta el momento en que las tinieblas rodearon pesadamente el Calvario, entonces se cernió sobre su alma el horror de tinieblas igualmente densas, que le hicieron exclamar: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?". El rostro del Padre se le ocultó totalmente. La plena carga de nuestra culpa pesaba sobre él. Entonces perdió de vista la resurrección y la recompensa futura:

El Salvador no podía ver a través de los portales de la tumba. La esperanza no le presentaba su salida del sepulcro como vencedor ni le hablaba de la aceptación de su sacrificio por el Padre. Temía que el pecado fuese tan ofensivo para Dios que su separación resultase eterna. Sintió la angustia que el pecador sentirá cuando la misericordia no interceda más por la raza culpable. (El Deseado de todas las gentes, p. 701).

Es esa dimensión infinita del amor de Cristo la que se ha eclipsado mediante la doctrina pagana-papal de la inmortalidad natural del alma. Ninguna iglesia que se adhiera a ese concepto puede apreciar adecuadamente la cruz, ni predicar en el poder que emana de ella. Esa doctrina falsa hace imposible que "el amor (agape) de Cristo" nos constriña verdaderamente, ya que queda ausente el realismo de su demostración. Y con el agape adulterado de ese modo, también la fe queda adulterada; y es inevitable que la justificación quede empequeñecida, con respecto a su verdadera dimensión. No puede producir otra cosa que desobediencia a la ley, seguir pecando, egocentrismo y tibieza, todo ello bajo el disfraz de "salvación por la fe".

Cuando Juan dice que "el amor (agape) es de Dios" (1 Juan 4:7), significa que no puede venir de otra fuente. "En esto consiste el amor (agape): no que nosotros hayamos amado a Dios, sino que él nos amó a nosotros, y ha enviado a su Hijo en propiciación por nuestros pecados" (v. 10). Pero podemos señalar cinco maneras en las que esa "propiciación" es virtualmente negada, o al menos oscurecida, por esa falsa y popular doctrina. El resultado es la perplejidad e inconsistencia: (1) El Padre no dio realmente a su Hijo, sino que solamente lo prestó; (2) Su amor estaba condicionado por una anticipación egocéntrica de recompensa; (3) No hizo realmente un sacrificio más allá del que se han visto obligados a hacer muchos mártires, un sufrimiento físico equivalente, pero siendo sostenido por una esperanza mayor que la que anima a muchos seres humanos en el momento de su muerte; (4) No murió realmente, sino que entró inmediatamente en una esfera superior de existencia consciente en el paraíso; (5) En el mejor de los casos, el "amor que hubo en el corazón de Cristo", entendido de esa manera, era una síntesis de agape y eros, idéntica a la caritas de San Agustín, base del romanismo medieval.

De esa forma se priva a la cruz de su auténtica gloria, y queda anulado el amor del Nuevo Testamento. Desaparece automáticamente el verdadero contenido de la fe, viniendo a resultar una fe "muerta", aquella contra la que Santiago nos previene. No puede producir verdadera obediencia. El temor o la preocupación por la seguridad personal subyacen como motivación dominante para el alma humana. La cruz no puede ejercer su verdadero poder porque queda envuelta en misteriosa confusión, como la cima de una montaña oculta por las nubes. No es de extrañar la preocupación de Cristo en el proceso de fundación de la iglesia primitiva, que terminó en la gran apostasía –"has dejado tu primer amor"–. Hasta que el protestantismo comprenda y acepte la verdad de la naturaleza del hombre a la luz de la cruz, continuará siendo incapaz de aceptar la cruz o el sábado verdadero, así como otras "verdades probatorias" del mensaje del tercer ángel.

Sabemos que el cuerpo ministerial de las iglesias populares es sincero, ferviente y devoto. Pero en su conjunto, no tiene una apreciación justa de "la anchura y la longitud, la profundidad y la altura del amor de Cristo", ese amor "que supera a todo conocimiento" (Efe. 3:18,19). Sus falsas doctrinas ocultan de ellos el amor. Su concepto del amor está mucho más próximo al de la noción católica que al del Nuevo Testamento. En sus más elevados planteamientos no pueden ocultar su motivación egocéntrica. Es fácil darse cuenta de ello.

Ahora, la cuestión crucial es ¿tenemos los adventistas, en general, la misma idea básica acerca del amor que la sustentada por las iglesias populares? Más específicamente, ¿tenemos la misma idea de "la justificación por la fe" que la que tienen las iglesias populares, idea derivada de su creencia en la inmortalidad del alma? De acuerdo con el Testigo fiel y verdadero de Apocalipsis 3, el "ángel de la iglesia de Laodicea" tiene un problema a este respecto, pero honesta y sinceramente "no conoce…" su verdadera condición. ¿Seremos capaces de mirar hacia el pasado con objetividad?

Si el "ángel de la iglesia" no hubiese sido "pobre" en fe y amor genuinamente bíblicos, ¿por qué habría tenido que tomar repetidamente prestada la "justificación por la fe" de las iglesias populares que contienen "las corrientes envenenadas de Babilonia"? Prestemos atención solamente a algunos ejemplos reveladores. No es posible todavía explicar toda la historia:

1. A causa de no apreciar debidamente el mensaje de 1888, en la década que siguió hubo una tendencia a confundir los conceptos del escrito cuáquero The Christian’s Secret of a happy Life (El secreto cristiano de una vida feliz), de Hannah Whitall Smith, con la verdadera justificación por la fe (ver General Conference Bulletin, 1893, p. 358,359). A su vez, Smith tomó prestadas sus ideas de Fénelon, un católico romano místico de la corte de Luis XIV, que pasó toda su vida procurando enérgicamente la conversión de protestantes a Roma (El conflicto de los siglos, p. 315; Britannica, 1968, vol. 9, p. 169). Hasta el día de hoy, las ideas de Smith (y por lo tanto de Fénelon) son tenidas por muchos como auténtica justificación por la fe. Es el resultado natural de la sincera ignorancia del verdadero contraste entre el romanismo y el concepto de la fe en el Nuevo Testamento.

A través de las décadas ha habido ejemplos notables de esa confusión referente a los conceptos católico-romanos de la piedad y de "la vida interior". Está bien visto, y es un signo de refinamiento, la positiva apreciación de las enseñanzas de Pascal y Fénelon. Y verdaderamente sus obras contienen brillantes gemas de belleza filosófica. Debido a no haber comprendido la importancia del agape, se urgió a estudiar la "renunciación del yo" de Fénelon, como siendo virtualmente el mismo concepto enseñado por E. White en sus escritos. Pareció seguir un reavivamiento fascinante del fervor espiritual. No es de extrañar que muchos jóvenes hayan caído inocentemente en la confusión.

Esa mezcla de lo verdadero y lo falso constituye esencialmente el mismo proceso que llevó a la mezcla agustiniana de agape y amor helenístico, que constituyó el fundamento del romanismo medieval. El problema fue, y es, la falta de discernimiento. ¿Cómo habría podido producirse tal confusión, de haber habido una comprensión clara del mensaje que el Señor dio a su pueblo en 1888? Es una falacia asumir que los conceptos falsos se purifican al ser entremezclados con citas del Espíritu de Profecía, como si pudiese contrarrestarse el arsénico mezclándolo con rica harina.

En esa misma década de 1890, hubo una tendencia a confundir los conceptos romanos de la "justificación por la fe" con el mensaje de 1888. Fue igualmente debido a dejar de apreciar el mensaje que el Señor nos envió. Así, la incertidumbre con respecto al mensaje de 1888, 3 preparó el camino para una sucesión de peregrinajes del pensar adventista hacia teólogos no adventistas, en busca de ayuda para la comprensión y proclamación de la "justificación por la fe":

Yo mismo he visto a algunos de los hermanos, después del encuentro de Minneapolis, decir ‘Amén’ a predicaciones, a declaraciones que eran flagrantemente paganas, sin ser conscientes de confundirlas con la justicia de Cristo. Algunos de aquellos que tan abiertamente se manifestaron en contra en aquella ocasión, y votaron a mano alzada en contra,… a partir de entonces les he visto decir ‘Amén’ a declaraciones que eran tan clara y decididamente papales, que la misma iglesia papal las puede pronunciar. (General Conference Bulletin, 1893, p. 244; A.T. Jones).

Que usted pueda tener ambas cosas lado a lado, la verdad de la justificación por al fe, y la falsificación de la misma. Voy a leer qué dice ésta (la creencia católica), y después qué dice Dios en El Camino a Cristo… Quiero que vea cuál es la idea católica romana de la justificación por la fe, porque he tenido que enfrentarla entre profesos miembros adventistas en los cuatro años precedentes. Esas mismas cosas, esas mismas expresiones que figuran en ese libro católico, acerca de qué constituye la justificación por la fe y cómo obtenerla, son precisamente las expresiones que profesos adventistas me han manifestado a propósito de qué es la justificación por la fe.

Quiero saber de qué forma usted y yo podremos llevar un mensaje a este mundo, advirtiéndole contra la adoración de la bestia, mientras nos aferramos en nuestra misma profesión a las doctrinas de la bestia… Es ya tiempo de que los adventistas lo comprendan. (Id., p. 261,262. Ver también p. 265,266).

Muchos creen hoy sinceramente que el Señor honró a las iglesias guardadoras del domingo que se adhieren a la inmortalidad natural del alma, dándoles a ellas la "misma luz" de la justificación por la fe que nos dio a nosotros en 1888. De acuerdo con esa suposición, quienes sostienen esos dos "errores capitales" [CS. 645], "las corrientes envenenadas de Babilonia" [Ev. 183], comprenden y son heraldos ante el mundo, del "evangelio eterno". Esa confusa convicción ataca de hecho el corazón mismo de la razón de ser del adventismo, al cuestionar la singularidad del "evangelio eterno" tal como el Señor nos confió los verdaderos conceptos de la justificación por la fe:

Otros, no de nuestra fe, fueron movidos a re-estudiar la misma verdad de la justificación por la fe, en aproximadamente la misma fecha [1888], lo que se puede comprobar históricamente, como ya se ha dicho… (Movement of Destiny, p. 255, nota al pie. Sin atributo de cursiva).

No hemos prestado demasiada atención a esos movimientos espirituales paralelos —de organizaciones ajenas a la Iglesia Adventista— con el mismo énfasis y significado en general, que fueron suscitadas más o menos en la misma época… El impulso venía manifiestamente de la misma Fuente. Y cronológicamente, la justificación por la fe se centró en el año 1888.

Por ejemplo, las renombradas Conferencias de Keswick… las Conferencias bíblicas de Northfield, fundadas por Dwight L. Moody… hombres como Murray, Simpson, Gordon, Holden, Meyer, McNeil, Moody, McConkey, Scroggie, Howden, Smith, McKensie, McIntosh, Brooks, Dixon, Kyle, Morgan, Needham, [A.T.] Pierson, Seiss, Thomas, West, y muchos otros, todos dando ese énfasis general [de 1888]. Incontables son quienes han conocido y sido bendecidos por sus escritos. Y eso incluye a muchos de nuestros hombres" (Id., p. 319,321. Sin atributo de cursiva).

Es justo que reconozcamos que el autor señaló limitaciones en los conceptos de aquellos no adventistas. Pero eso no hace sino destacar más aun el problema real: Muchos, por largos años, han dejado de reconocer que hay dos "escuelas" totalmente separadas y opuestas sobre la justificación por la fe. Una con origen en Cristo y sus apóstoles, y la otra con origen en el gran desmoronamiento que alcanza sus etapas finales en la "caída de Babilonia", desde 1844. Esas dos "escuelas" mantienen puntos de vista opuestos sobre el amor y la fe en el Nuevo Testamento. En lugar de discernir eso, hemos supuesto que el cuerpo ministerial de las iglesias populares entiende automáticamente el verdadero evangelio, aunque no alcance su pleno desarrollo.

2. La historia de los años 1920 a 1930 muestra que entonces, muchos de nosotros aceptamos y sustentamos de forma entusiasta y sin reservas las ideas sobre la justificación por la fe propias de The Sunday School Times (Escuela dominical de los tiempos), conocidas como "The Victorious Life". Esa historia ilustra la verdad de las palabras de nuestro Señor acerca de nuestra desesperada necesidad de comprar oro de él, no del cuerpo ministerial de las iglesias populares:

a/ El primer paso parece haber sido la publicación de La doctrina de Cristo (Review and Herald, 1919). El autor cita de cierta fuente desconocida, en el sentido de aprobar la idea de "The Victorious Life". La investigación demuestra que el libro empleado por el autor fue escrito por un tal Robert C. McQuilkin, secretario corresponsal de Victorious Life Conferences, Princeton y Cedar Lake, 1918, publicado por "The Victorious Life Literature", en Philadelphia. El editor de Sunday School Times escribió el prólogo del libro de McQuilkin:

Fue el nuevo e inédito continente de The Victorious Life lo que nos reunió. Bob McQuilkin y yo… la lejana tierra de las delicias y riquezas insondables… Me complace que comparta ahora sus descubrimientos y convicciones con muchos, mediante esos estudios en The Victorious Life. (Charles G.Trumbull, Victorious Life Studies, prólogo).

b/ La "doctrina de Cristo" se introdujo sin dilación entre nosotros, y pronto encontramos predicadores capaces y prominentes que apoyaron esos conceptos importados. "The Victorious Life" estableció sólidamente el concepto "evangélico" egocéntrico del amor, en el pensar adventista, y apartó completamente a la Iglesia de los conceptos de la justificación por la fe que hicieron único al mensaje de 1888. Como pasó con Fénelon, la orden del día era buscar citas de E. White que aparentasen, tomadas aisladamente, apoyar las ideas de The Sunday School Times, citas que no pueden comprenderse de otra manera que en el contexto en que fueron escritas, que es el del mensaje de 1888. Una tesis teológica en el Seminario dice al respecto:

Aproximadamente en ese mismo período [1920]… varios dirigentes denominacionales dieron oído a lo que dio en llamarse "victorious life"… En la Asamblea de la Asociación General de 1922… A.G. Daniells, dirigiéndose a los delegados, declaró que había acabado por creer lo que se conocía como "victorious life"…

O.Montgomery, por entonces vicepresidente de la División Suramericana, y posteriormente uno de los vicepresidentes generales de la organización mundial, declaró que "últimamente" se había dado "mucho énfasis" a ese tema. Se refería a artículos escritos para las publicaciones y sermones denominacionales que él había oído. Percibía que algunos lo consideraban una fase de la experiencia cristiana desconocida hasta entonces. Mostró que se trataba precisamente de la experiencia que los adventistas incluían en la justificación y la justicia por la fe…

C.H. Watson, por entonces uno de los vicepresidentes de la Asociación General, capitalizó la idea de "victorious life" en las lecturas de una Semana de Oración, en 1923. (Developments in the Teaching of Justification and Righteousness by Faith in the Seventh-day Adventist Church after 1900Desarrollo de la enseñanza de la justificación y la justicia por la fe en la Iglesia Adventista del Séptimo Día después de 1900–, por Bruno William Steinweg, 1948, p. 39-43).

No se pierda de vista que esos predicadores de los años 1920 son los mismos hermanos que el Dr. Froom presenta como supuesta evidencia de que el mensaje de 1888 fue aceptado (Obra citada con anterioridad, p. 681-686).

c/ El reavivamiento religioso que afectó a las iglesias populares de la época fue aceptado por nuestros hermanos, de forma entusiasta. No nos es posible encontrar en los archivos de la Review voces discrepantes de nadie que discerniese que "The Victorious Life" constituía un cumplimiento de la siguiente advertencia contenida en el párrafo del El conflicto de los siglos reproducido a continuación:

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